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Recortes en Sanidad. La muerte y el dolor amplían su horizonte

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El estruendo ensordecedor que acecha y resquebraja actualmente el sistema de Salud Pública, atenta inconsciente y desgarra múltiples probabilidades a la vida, digamos que, sin dimensionar como sibilino o agorero, actitudes y opiniones apocalípticas y catastrofistas, la sensatez y la reflexión ocupa a cualquiera que en una ecuación lógica sea capaz de leer o atender o escuchar los recortes que han agonizado y prosiguen conformando mortajas, en una represión delincuente e inhumana a los servicios sanitarios. Obraría pensar y dilucidar, lejos de chistes o bromas macabras, pero en una coherente y lógica pronunciación de ese mañana que llegará, siempre llega, que el oficio y la empresa con mayor proyección y demanda será: el sepulturero y las compañías funerarias.

La oscuridad y los sombríos letargos de inacabadas esperas, y de símil manera, las citas médicas postergadas en innumerables días, varios años incluso, así como esos albores que con antemano son deducibles y vislumbrados que no llegarán para muchos, pues quedará el paciente excluido de la vida, y la cita en el inepto limbo de la 'democrática condición y conducta' que otorga esta demagógica crisis y este irresoluble gobierno, para las citas y salas de 'esperanza' en hospitales y centros de salud.

No puede quedar la salud del ciudadano al amparo e improvisación de lo que trascienda en el mercado económico, y no puede tratarse, ni gestionarse, ni canjearse como un cromo, y ser parte de la especulación de este u otros gobiernos. El concepto y la estructura prosiguen equivocados, no debe plantearse como un tarro del que extraer y vaciar y exprimir, cuando en otros ya no queda nada, pues el desorden afecta al ciudadano como integrante democrático y social. No es plausible, y sí, irrisorio, demagógico y totalitario, que el boceto del gobierno para sacudirse la crisis, “eso es, sacudirse la crisis”, atente contra la salud de niños, hermanos, hermanas, madres, padres, abuelos y abuelas, y otros tantos, porque mientras para ellos son ciudadanos, números esbozados e impregnados en papeles con plumas estilográficas de 1.000 y 2.000 euros, y que solo promocionan y publicitan estadísticas con que elaborar y congratularse en campañas electorales o en púlpitos hipócritas y egocéntricos, pero sin embargo, para el afanado camarero, o la madre desconsolada, o el niño con la cabeza rapada y tubos emergiendo de su cuerpo postrado en una cama, o la esperanzada abuela que acude ante el altar a endeudarse con promesas, para todos ellos, en una u otra manera, son hijos, hermanos, madres o padres, abuelos o abuelas, primos, tíos, o simplemente, amigos o compañeros.

No puede quedar la salud del ciudadano al amparo e improvisación de lo que trascienda en el mercado económico, y no puede tratarse, ni gestionarse, ni canjearse como un cromo, y ser parte de la especulación de este u otros gobiernos.

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