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San Cristóbal, Venezuela. Rastros que suman

Andrés Expósito

El asesinato del joven de 14 años en San Cristóbal, Venezuela, a manos de la policía del régimen no es nada nuevo, es un cromo repetido de colores advertidos y totalitarios, un paisaje que de tanto verlo resta importancia, agujera en menor medida la trascendencia, inocula de pasividad y ceguera nuestra percepción, como el escenario de esa calle que surcamos todos los días, casi imperceptible. Ocurre siempre, símiles factores y piezas sobre el tablero acaban trayendo idéntico paisaje desolador: El Poder que no acepta La Voz del Pueblo salvo cuando lo elevan en las urnas, y los ciudadanos cansados de hambrunas, desahucios y restricción de derechos, que salen a la calle y gritan y exhiben su protesta y su rabia, y luego la muerte.

Y todo esto sucede, lamentablemente, después de que se autorizara por parte del gobierno el uso de armas para controlar las protestas, para condicionar, coartar y dilapidar la voz de la ciudadanía. Lejos de introducir en el mismo saco y arremeter contra todos los cuerpos policiales y sus miembros, la actitud inconcebible en muchas de estas actuaciones viene dada por un narcisismo y la arrogante pretensión de que consideran que “ellos son la ley”, equivocados afrontan en una burbuja ególatra un plano diferente a la realidad que sucede. Deberían conceptuar y validar “que representan la ley”, que “no son la ley”, que la representan, ahí está el límite, una línea delgada que en múltiples ocasiones queda ninguneada, borrada y pisoteada, desestimada, o puede, en ningún caso aprendida o enseñada. También la culpa para quién no lo enseña, o quizás no enseñarlo sea el precepto, la excusa perfecta que vendrá luego, el alimento a la vanidad para quienes se presentan reivindicando de manera imperativa que “ellos son la ley”.

Venezuela se resquebraja, es un río revuelto, un volcán de lava burbujeante, la guerra civil es una puerta entreabierta, aunque al escribirlo ahora y al releerlo parezca una locura, una exageración, una opinión anárquica y catastrofista, el ridículo esbozo de ignorancia de un desconocido escritor, empero, en estos casos, cuando el currículo de un país, de una ciudad, de un grupo, prosigue incesante y carnívoro acumulando líneas y líneas de hechos y sucesos caóticos, de muertes y lágrimas, de gritos y sofocos, de odio y rabia, nada acaba bien, las salidas se estrechan y agotan, no hay resultado fecundo y propio, estabilidad loable y coherente, solo rastros de depravación y horror que acusa y soporta la ciudadanía un día tras otro al anochecer, mientras la supervivencia rige sus oraciones cada mañana.

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