Probablemente, ahora

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Sentado en el suelo mientras aporreo la guitarra en el intento de dar sentido a una canción, el televisor muestra la verborrea de un ideólogo que intenta convencer a los oyentes que dos más dos son cinco. Algunos le creen.

Probablemente, ahora, en la calle varios niños juegan; la luna con su claridad alarga el tiempo que la noche intenta quitarles. Probablemente, ahora, en algún apartamento, dos amantes hacen el amor; se desnudan en la cocina, y entre caricias, la pasión los desborda. Probablemente, ahora, en el éxtasis de un concierto, un músico encuentra la felicidad que jamás le ha sido concedida en ningún otro instante. Probablemente, ahora, la casualidad traiga un reencuentro, y el pasado caiga sobre quienes nunca fueron amantes para darles otra oportunidad.

Nadie sabe de mí en este intento por dar sentido a una canción en las seis cuerdas de una guitarra; tampoco sé yo nada de los otros. Acompañado de esta soledad, probablemente, ahora, me siento más acompañado que nunca.

El mundo funciona, incluso cuando dejamos de mirarlo; incluso cuando dejamos de sentirlo. Entonces, por qué nos empeñamos en ser tan necesarios, tan protagonistas.

Somos meros náufragos en la vida y en su misterio. Apenas reconocemos los pasos dados como nuestros. Nada sabemos de lo que vendrá, únicamente especulamos en nuestro narcisismo; y sobre el pasado, por lo general, lo distorsionamos a nuestro antojo.

Nada es como fue; ni será como es. El movimiento es el acto esencial de la vida y del funcionamiento de la sociedad y del mundo en el que estamos inmersos. En ningún momento se detiene.

La canción no es difícil. El ritmo de los rasgueos es fácil; hay un par de arpegios y un punteo de varios segundos. No es que suene mal; es que no suena como yo quiero. Eso pasa también con el resto de las cosas que hacemos y vivimos. Nos empeñamos en que suene como nosotros queremos que suene. Quizás, debiera sonar como tiene que sonar, y nosotros debamos dejar de intentar ser dioses y aprender a ser simples náufragos o viajeros con un poco de tiempo para este viaje que, en algún momento, alcanzará su destino: la muerte y el olvido.

Tendríamos que disfrutar más, sentir más; tendríamos que reconocernos menos en nuestro narcisismo por conquistar todo con nuestra opinión.

El mundo funcionará, incluso cuando ya no estemos. A qué esperamos para vivir. A qué esperamos para saltar.

La canción, al final, suena como ella quiera, como ella siente que tiene que sonar. Hace rato que apague el televisor. He abierto una botella de vino, y acompañado de mi soledad, me he puesto un poco en el vaso y, sin prisas, aprecio su sabor.

Probablemente, ahora, la vida ejerza con mayor fuerza sobre mí, su único propósito: disfrutarla.

Andrés Expósito

www.andrésexposito.com

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