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Un viaje a Las Palmas

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Las chicas del curso de pintura al comprobar que el lumbago me tenía cogido, insistieron en varias ocasiones en que me alcanzaban al centro médico para que me pincharan. Desistí de ir quizá porque nunca había acudido por esa cuestión a urgencias, aunque este tipo de dolencia se ha hecho habitual en los últimos tiempos. Hice mal pensando que el dolor iba a menos porque la cosa fue a peor. Logré hacer la maleta con dificultad. El taxi venía a buscarme a las siete menos cuarto y el vuelo a Gran Canaria era a las ocho y veinte. La presentación de El Libro de Sara en la librería Canaima, a cargo del poeta, escritor y periodista Santiago Gil, tendría lugar el 21 de julio, al día siguiente de volar. Tardé en conciliar el sueño y cuando desperté, el dolor seguía ahí, mordiendo la cintura. Incómodo en el taxi, en el aeropuerto y en el avión, nunca encontré la posición adecuada. Después de recoger la maleta y justo al pisar la acera exterior del aeropuerto, se despegó la suela y el tacón del zapato derecho. Perplejo, chancleteando y con lumbago, sin mirar hacia atrás para no sentir vergüenza, logré llegar hasta la guagua. Subí a la directa y me bajé en San Telmo. En la maleta solamente tenía unas esclavas. Al cruzar al otro lado me detuve y miré como si fuera un periscopio, se abría una calle ancha y larga, se sucedían varios establecimientos. Y a veces ocurre lo increíble; cuando fijo la vista veo un cartel a treinta metros que dice: zapatería, reparación de calzado, etc. En ese momento y por un instante, dejé de notar el dolor del lumbago. Cuando hay algún dios que nos envía desdichas, sabed que tiene que aparecer otro que nos ayude a encaminarlas. Al fumar un cigarrillo a la entrada del establecimiento caído del cielo, pie izquierdo con zapato en la acera y pie derecho con calcetín en el escalón de entrada, le pregunté al zapatero moro que lo atendía si habían más zapaterías como esta en Las Palmas y me contestó que no, que ya no quedan, que la gente prefiere comprar nuevo que arreglar viejo. A partir de aquí, y después de ir a pincharme al centro médico que se halla muy cerca de donde estaba mi hotel en la plaza de Cairasco, toda la estancia de cuatro días en Las Palmas fue como la seda. Se ve que se impuso el dios que descubrió la zapatería al que rompió el tacón.

Una ciudad es un mundo si amamos a uno de sus habitantes”, nos recordaba hace más de treinta años Lawrence Durrell en la novela Justine del muy leído Cuarteto de Alejandría. Para mí, la ciudad de Las Palmas fue un mundo desde que tenía 21 años. Sin remedio me enamoré de Ana, una guapa canariona que estudiaba filosofía en La Laguna y que había venido en el verano del 84 a Los Sauces. Vivía en un gran edificio frente a la playa de Alcaravaneras y todavía recuerdo las croquetas que me ofreció su madre cuando fui a conocerla. Pasear por Las Canteras con un amor de veinte años lo hubiera hecho hasta sin zapatos. Porque entonces, a esa edad, todos volamos sin necesidad de alas. Al año y medio de estar por La Laguna y el Bar Benjamín, ella partió para Barcelona a continuar filosofía en la universidad y yo regresé a La Palma. A día de hoy siempre ha sido y ha ejercido como amiga del alma. En esta estancia en la capital, mi hermano y yo disfrutamos de su agradable compañía. Al margen del amor, con las ciudades importantes y Las Palmas lo es en este archipiélago, es normal que tengamos alguna otra relación. En el caso de esta ciudad, recuerdo los talleres de arte que impartimos mi hermano y yo para la Escuela de Verano en el Instituto Tomás Morales. Se organizaba, sobre todo, para la gente de magisterio durante la segunda mitad de los ochenta y se hacía en años alternos con La Laguna. Fueron tiempos de mucha fuerza y esperanza, incluso de alegría. Más tarde, en los noventa, cuando trabajaba para la Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias, acudí en numerosas ocasiones durante la época del Jet Foil, a la oficina de Socaem. La plaza de Santa Catalina, el hotel Los BardinosEl Herreño  en Vegueta, los barcos del puerto, terrazas y paseos por Las Canteras; la playa de una ciudad con suerte de tenerla y con un rompeolas natural; una luz dinámica y africana. La sal en el aire y en los hombros desnudos de las sirenas. En otras ocasiones acudía al montaje de algunas exposiciones en La Regenta, muy cerca de la plaza de Santa Catalina. Así trabajé en una gran retrospectiva que se hizo a Manolo Millares, con el comisariado de Ángeles Alemán y que fue un arduo y complicado trabajo, ya que acababan de poner suelo nuevo a la sala e íbamos pillados de tiempo. Recuerdo el bar de al lado e ir a buscar catorce bocadillos con las cervezas correspondientes para aguantar la noche. También recuerdo el montaje de los túmulos y los fotolitos de Néstor Torrens y el camión cargado de piedras interrumpiendo la calle León y Castillo. Las dos exposiciones resultaron magistrales; aprendí mucho, la gente era muy profesional. En la exposición del artista tinerfeño, mi compañera Sara estuvo presente y nos ayudó en el montaje. Buenos y lindos recuerdos. Otras veces fuimos a visitar a algunos amigos o parientes, ya que en Las Palmas habitan muchos palmeros. Sara estuvo varias semanas ayudando a su cuñada con sus sobrinas gemelas recién nacidas, y por supuesto acudimos en numerosas ocasiones al festival Womad y a otros conciertos o espectáculos. En una ocasión de ruta marítima hacia Lanzarote, como teníamos doras de atraque en el puerto de la ciudad, nos fuimos al paseo de Las Canteras y eligiendo uno de los bares que se abren a la playa, pedimos negroni; el camarero se alegró mucho porque hacía tiempo que no servía a alguien ese cóctel y el tiempo se dilató y cuando llegamos en taxi veloz a la estación, la pasarela estaba apunto de iniciar su proceso irreversible de elevación. Después de nuestra incursión ciudadana o nuestra pausa marina, medio bar quedó bebiendo negroni, y Sara y yo, risueños y salvados, desde la baranda del ferry, fuimos perdiendo poco a poco, la línea de luz de la ciudad de Las Palmas sobre el horizonte oscuro de la noche. Es igual que en las películas. Es una ciudad donde no se siente uno extraño y para casi todos ha sido un mundo y/o lo será. Confíen plenamente en ello. Y a esa gran ciudad acudí a presentar un libro de poemas escrito en las medianías de Los Sauces, en La Palma, un lugar que se despuebla y que se halla más cerca del monte que de la carretera; así que el acto público para dar a conocer mi primer poemario, por contraste, iba a tener lugar en la ciudad más poblada de las Islas Canarias.

Después de desayunar en Antico Caffé cerca de la Catedral, Santiago Gil y Rosi Pascual me acompañaron al centro médico dando un pequeño paseo. Quedamos para almorzar al día siguiente y nos despedimos; esperé como media hora, observando el dinamismo y la buena funcionalidad del centro, las diferencias en el habla y en la entonación, una riqueza que poseen todas las islas. La doctora me recetó un cóctel relajante muscular, Diazepam y algún analgésico, además de Ibuprofeno 600 miligramos a la hora de las comidas. En el Hotel Madrid intenté descansar viendo el Tour y escuchando a Perico Delgado, un bálsamo de hombre. Dejé las cortinas del balcón algo abiertas y a través de las palmeras entraba un rayo de sol. El lumbago molestaba menos, pero no acababa de encontrar la adecuada posición. Cené en el restaurante del primer piso del hotel para no dar muchos tumbos. El balcón de la plaza de Cairasco tenía una mesita y dos sillas, me senté al fresco de la noche de verano. El alisio movía las palmeras que a la altura del tercer piso, alcanzaba a tocar con las manos. A la derecha, el Gabinete Literario; en frente, La Alameda de Colón con unos laureles que no están pasando por su mejor momento. Esta plaza dedicada a uno de nuestros primeros escritores, el poeta, dramaturgo y también músico Bartolomé Cairasco de Figueroa (1538-1610), limita con Triana y con Vegueta y se halla muy cerca de la Catedral y la plaza de Santa Ana, del Centro Atlántico de Arte Moderno, del Teatro Guiniguada, del Museo Colón y de la Biblioteca Insular. ¿Qué más se puede pedir? Es una plaza hermosa con un aire colonial en la arquitectura. El bello edificio del Gabinete Literario, cambiando las banderas, ha sido escenario de rodaje para varias películas. Calles peatonales, multitud de terrazas que se llenan todas las tardes, cuyas sombrillas se abren por el día y se cierran por la noche como si fueran margaritas. Gente paseando, turistas, ambiente relajado, buena temperatura. Mucho menos tráfico que hace años. Al día siguiente, al despertar, el dolor del lumbago se había transformado en un agarrotamiento de cintura, una resaca que se despejó con un café y una caminata que hice hasta el principio de Triana, donde se alza una bella y gran espiral de Martín Chirino, tan grande como él; la rodeé varias veces como si fuera la Kaaba de La Meca. El peso de este artista en la escultura abstracta contemporánea es enorme. Lo vi una vez en el CAAM, de cerca; saludó amablemente, nos dio la mano. Detrás de aquellas gafas había un hombre honesto, un hombre sensible, un hombre atento. Pero detrás de aquellas manos, para mí, había un dios. Un dios creador. Hace años en una entrevista agradeció a la isla de La Palma la influencia que ésta había ejercido en su obra. Los petroglifos y sus espirales, la cueva de La Zarza y La Zarcita, Belmaco. Había nacido en la capital en marzo de 1925 y en marzo de hace tres años, en 2019, nos dejaba para siempre. Sus esculturas, doblando el hierro, se expanden en el aire. Lo seguirán haciendo siempre entre dos primaveras. La isla de Gran Canaria ha tenido un potencial cultural enorme, sobre todo en materia de arte. Baste decir que pocas regiones españolas de una población parecida, en cuanto a arte contemporáneo, digamos siglo XX y lo que va del XXI, pueden aportar artistas de tanto prestigio como Manolo Millares, Martín Chirino o Jorge Oramas; este último, nuestro particular Van Gogh, que falleció a la temprana edad de veinticuatro años dejando setenta lienzos hermosos y llenos de luz. La verdad es que si sumamos a Cristino de Vera, a Juan Ismael y a César Manrique, es todo el archipiélago canario el que tiene mucho que aportar. Me pregunto ¿qué artista palmero de este nivel? (…) Todos estos artistas están muy valorados a nivel internacional. Luego, hay otros endiosados aquí, en la isla, en el archipiélago, y no valorados fuera; y otros que esperan el rescate en la amnesia del olvido o que simplemente tiran sin la crema del donuts. Esta es la canción del camino desde hace mucho tiempo. Una cuestión de soledad y trabajo, salga el sol por donde salga. Cuando un caballo cruza la meta, once se quedan en la estacada. Pero el Arte no es una carrera, sino una cuestión de paciencia. Tenemos muy buenos artistas, pero nuestro presupuesto de Cultura es sencillamente miserable si nos comparamos con el País Vasco o con las Islas Baleares que poseen una población parecida. Tras la “crisis” de 2008, hubo un tajo brutal en el presupuesto regional de Cultura de más del 80%; lo nunca visto ni en España ni en Europa. A día de hoy, nadie lo ha explicado. Todos se hacen el sueco. Si en Canarias el aporte pasó a ser solamente de 12 millones de euros, en el País Vasco fue de 100 y en las Islas Baleares de cerca de 90 millones. Han pasado catorce años y se ha hecho con ello un daño irreparable. Un tiempo perdido imposible de recuperar. En estos años en las islas, la Cultura ha tirado de los cabildos o ayuntamientos más ricos, a los que les entra una suma considerable de dinero en recaudación por el número de camas y establecimientos que posee. San Bartolomé de Tirajana o Adeje podrían hacer mucho en materia de cultura; son los municipios de España con mayor oferta hotelera. La cuestión es que se encuentren gestores competentes al frente de los departamentos adecuados, y los o las concejales de Cultura no suelen serlo. Sí lo hace bien Guía de Isora, en Tenerife, con el Festival Internacional de Cine Documental Docusur. En La Palma, el que busque financiación para proyectos culturales lo tiene difícil; tiene que acudir a la Consejería de Turismo, una lanzadera política camuflada, o al santo Patronato de La Bajada. Ellos son los que cortan todo el bacalao, ya que el presupuesto de Cultura en el Cabildo Insular no pasa de unos escasos 90 mil euros. En Europa la industria relacionada con la cultura mueve más presupuesto que la industria automovilística. La pandemia de la Covid ha trastocado muchos palos; un informe de la ONU de hace meses, decía que en los últimos dos años en el mundo, se habían destruido dos millones de empleos relacionados con la Cultura. En Canarias tenemos buenos pintores, buenos escritores, buenos poetas y buenos músicos; pero no les hacemos caso ni preparamos el camino para los que puedan venir o digamos, para facilitar el acceso ciudadano a la belleza. A ver si ya nos damos cuenta de que hay cultura que no es espectáculo. Y aunque no sea rentable en cuanto a votos, hay que defenderla igualmente. Si hacemos de la presencia de los parámetros culturales una realidad, nos sentiremos ciudadanos del mundo y el mundo, tal vez, pueda sentirse también ciudadano aquí. La Cultura es un anillo que enlaza. Mientras tanto, Diazepam para los artistas canarios.

Por todo ello hay que tener suerte; y yo la tuve con Santiago Gil de maestro de ceremonias. Anfitrión ideal, da gusto pasear conversando con este mago cultural por la ciudad de Las Palmas; se le acerca gente que no le conoce y lo saludan; “Tú eres eres Santiago Gil, el escritor”. Y él les dice: “Hola qué tal; pues vengo de presentar el libro de poemas de este amigo...”. Este hombre tiene una gran capacidad de relación no sólo entre las personas y sino entre los hechos y las cosas. Enlaza el mundo y por eso escribe. Me puso en contacto con un marchante y coleccionista de arte que tiene su estudio cerca de Triana. Acompañado por mi hermano, tuve una entrevista con él. Abogado joven, entusiasta y culto, charlamos durante dos horas entre paredes cargadas de cuadros valiosos. “Todos estos cuadros, menos el de Cristino de Vera, son de pintores que han muerto. La mayor parte de clientes busca cuadros de artistas fallecidos”. Nos mostró obras admirables de pintores desconocidos. Intercambiamos alguna información y algunos contactos. Se interesó por mis cuadros que ya había visualizado en internet después de hablar el día anterior por teléfono y quedé en enviarle una relación detallada de la obra pictórica disponible. Después, mi hermano y yo almorzamos en un italiano en la plaza de Cairasco: lasaña y una botella de vino tinto siciliano. El café y los postres en Antico, muy cerca, en Vegueta. La presentación de El Libro de Sara en la Librería Canaima el día anterior, había ido muy bien. Como siempre, algunos familiares, algunos conocidos, otros desconocidos y algunas agradables sorpresas con nombre de mujer. Santiago Gil comenzó adentrándose en el poemario, relacionando con los poemas cosas que en los últimos días había leído o incluso escuchado en una canción de la radio. Me pidió el visto bueno para leer la dedicatoria del poemario que le había enviado: “Para Santiago Gil, estos poemas que te alcanza Hermes, como una forma de aproximarnos a lo que hemos perdido, como una forma de seguir amándolo”. Leyó las palabras que dice mi padre en el poema El nombre de los árboles, leyó el poema Coraza. Defendió su belleza. Haciendo algunas preguntas me fue introduciendo en el diálogo. Hablamos de la ausencia y de cómo esta deja de serlo para transformarse en parte del aire que respiramos, de cómo se muda en amor; hablamos del dolor y de la muerte, ese silencioso tabú judeocristiano; hablamos de cómo la poesía supera las leyes de la física; hablamos de cómo los artistas tienen que ser responsables ante la adversidad; el poeta romántico Novalis, escribió Himnos a la noche tras la muerte de su querida Sophie. El poeta inglés Coleridge, escribió El arpa eólica después del fallecimiento de su amada, que se llamaba, precisamente, Sara; hablamos de la importancia del entorno familiar en la infancia y del impacto de un medio natural tan exuberante como Marcos y Cordero en la mente de un niño. Nombramos a la madre, al padre, al hermano; intentamos definir ese cofre mítico. Más tarde, Santiago se fue entre el público y yo leí comentando, antes o después, algunos poemas. Triángulo, La canción del camino, Iceberg, Noviembre sin el mar. Cuando terminé de leer Dime, bruma, una elegía que es el poema más largo del libro, estaba cayendo la noche, una noche de verano suave y fresca. Besos, abrazos, encuentros y un libro de poesía en homenaje a una espléndida y hermosa mujer.

Después de las despedidas, Santiago nos llevó por una larga calle peatonal, nos indicaba los restaurantes donde los clientes estaban cenando, ambiente muy agradable. En la mayor parte de los interiores se han retirado los encalados y se ha vuelto a la desnudez de la piedra, el ladrillo original. La arqueología de interiores es la moda urbana. Lo que contienen sobre los platos se hace abstracto. Un aeróboro de Martín Chirino, de chocolate Tirma especial, con naranja encurtida en vinagre de malvasía. La conversación se iba estirando como la calle misma; cruzamos la plaza de Cairasco en dirección a la de Santa Ana en Vegueta; nos dirigimos a un concierto dentro del Festival Internacional Canarias Jazz & Más; auténtico son cubano (-a Sara le hubiera encantado-), en este caso, la calidad oriental del Sexteto Santiaguero. Una guinda para un día fantástico. Una sensación de que todo fluye, de que los hechos a veces son un río que desemboca plácido en el lago de la noche. En el balcón del hotel y pasada la madrugada, mi querido hermano y yo continuamos hablando, conversando al aire de las palmeras, en el remanso de la plaza de Cairasco que sólo cruzaban algunas ninfas en grupo en dirección a una discoteca cercana. Silencio tras las guajiras y los boleros y una vez recogidas las margaritas, el bocadillo de jamón serrano y queso blanco, con una cerveza cuyo nombre no me acuerdo, a mí y a mi hermano, nos supo a gloria. Lo demás es sueño.

Todo lo efímero

es sólo alegoría;

lo inasequible

tórnase ahí suceso;

lo inefable

ahí está consumado;

la femineidad eterna

nos encumbra.

Así, diciendo que el eterno femenino nos eleva, cierra el Chorus Mysticus el Fausto de Johann W. Goethe. Pero los libros al igual que las ciudades, una vez alumbrados ya no se cierran sino que permanecen siempre abiertos. Tanto los libros como las ciudades se hallan habitadas por el ser humano. En los libros se oyen las hojas al pasar y en las ciudades el aire que mueve las palmeras. Las que se encuentran en las plazas y las que están en el cielo aireando el mundo desde lejos. Ninguna nube en el aeropuerto de Gando ni en el trayecto ni al llegar a La Palma. Sol de julio y sin calima. Pero al doblar El Granel en Puntallana, al fondo no se divisaban Los Sauces, ya que todo el noreste de la isla se hallaba bajo la influencia de la bruma que entraba desde el mar. Cuando en la presentación del El Libro de Sara en la Librería Canaima, iba a leer para finalizar el poema Dime, bruma, comenté a los amables asistentes al acto que mi casa de Las Lomadas en muchas ocasiones y de un modo mágico, es invadida y rodeada por la bruma que viniendo del mar, se interna en el monte que la recibe con los brazos abiertos; se siente uno como si estuviera dentro de un cuadro del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich; les decía que para mí, la bruma nos pone ante un oráculo. Y entonces, hay que hacer las preguntas importantes:

“Dime, bruma, ahora que rodeas mi casa,

¿cuándo llegará el sueño

que todo lo vence, que todo lo clausura?

(…)

Es tiempo de un viaje interior,

¿es eso lo que me quieres decir?

Caer hacia adentro y que de ese abismo

sea dueño nuestra mirada,

el orden que sostiene el mundo.

La supervivencia del color

con un alma en blanco y negro.

Los movimientos internos

de nuestro océano sumergido

no se rigen por las leyes

de la física convencional,

los pensamientos van aumentando

de dentro hacia afuera,

giran con distintas razones,

a veces chocan en sus locas trayectorias,

y al caer hacia el interior,

cada vez más cerca del corazón,

emiten una luz, un mensaje,

un dolor, y eso es bello.

Y de ese dolor nace la poesía.

Si no es así, dime, bruma,

¿para qué tanta belleza?

¿para qué tanta belleza

si no me puedes devolver sus besos?

ÓSCAR LORENZO

San Andrés y Sauces

Isla de La Palma

01-08-2022

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