Me he criado en una isla donde la seguridad era prácticamente absoluta, la gente dejaba sus casas abiertas y las llaves del coche puestas. A un amigo que cumplía años ese día le llevaron el coche, el hombre estaba desesperado, pero en un par de horas un vecino mecánico se lo trajo lavado y revisado a fondo como regalo de cumpleaños. Así era La Palma, y digo era porque ya se han reunidos los consejos de seguridad de varios ayuntamientos para afrontar varias oleadas de robos que se están produciendo en la isla y oigo por ahí y me fue confirmado por gente que trabaja para los servicios secretos del Cabildo que algunos vecinos desesperados están formando cuerpos de vigilantes civiles para vigilar por las noches y prevenir robos, algo que hemos visto en algunas películas americanas y que sin dejar de comprender sus evidentes razones, a mí me produce un cierto repelús, tal vez porque las sociedades modernas ya tienen suficientes cámaras, móviles, drones y alcahuetes para que nos sintamos incómodos y al final por cuatro chorizos de poca monta los ciudadanos que cumplimos la ley a rajatablas nos sentimos cada vez más vigilados, y además, qué diablos, esto sigue siendo La Palma y no Kansas City. A mí me atracaron una noche en un cajero de una capital canaria y el ladrón al final se hizo un selfi conmigo, creo que me confundió con un célebre artista peninsular que no voy a nombrar, cosa que me molestó mucho más que la pequeña cantidad de dinero que gentilmente se llevó. En fin.