Estrombolia

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Mi ritmo circadiano se sincroniza con el de la isla, no puedo dormir si ella está despierta. Es muy extraño sentir que me llama, con su canto de sirena pelirroja, y mi impotencia me asfixia. Y por más que solo sea un trozo de tierra tan insignificante como cualquier otro, observar como desaparece el lugar que me ha visto crecer, hace que una parte de mí también deje de existir.

La distancia es relativa. Catorce mil kilómetros en el hemisferio sur no son suficientes para dejar de estar en el Atlántico. El tiempo hoy solo es una

variante en la ecuación de la velocidad de la lava.

Yo crecí en una casa, una de esas casas como las que ayer estaban pintadas de verde, y hoy de negro. Crecí solamente en una casa, siempre la misma. La conocía de memoria. Era capaz de reconocer los surcos del patio y las piedras irregulares de cada una de las macetas. Sabía el punto exacto en el que la llave abriría la cerradura, y mis sentidos notaban el sutil cambio de olor según las estaciones.

Por las noches jugaba a hacer el recorrido desde mi habitación a la cocina con las luces apagadas. Empecé por necesidad, mis brazos de niña no alcanzaban los interruptores, luego se convirtió en costumbre inútil, un reto innecesario.

Cada vez llegaba más lejos porque el miedo a la oscuridad era vencido por la seguridad del tacto de unas paredes que me guiaban. Las paredes de mi casa. La nave nodriza de mi ser. Recuerdo las vísperas de Reyes, el ruido de la lluvia en la azotea, las telarañas en el techo de tea, los azulejos del baño, la primera vez que volví y la última que me fui con la certeza de que sería para siempre.

Parte de mi tristeza infinita es por todos estos recuerdos de mi infancia... en el mismo lugar, y la sensación de pertenecer a ese lugar, a un

pedazo de tierra inerte que paradójicamente te da vida. Estoy triste, por mí, por mi isla bonita, y sobre todo por los palmeros que siguen cerrando los ojos para recorrer las paredes de sus casas antes de que el olvido les borre el mapa invisible que los lleva desde la habitación a la cocina.

Ojalá estuviera ahí.

Sonia Simón Losada

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