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En defensa de las renovables: contra el apagón de ideas

En defensa de las renovables.

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El reciente apagón que dejó a gran parte de la Península sin suministro eléctrico ha desatado una tormenta de reacciones. Lo que debería haber sido un análisis sereno y técnico sobre vulnerabilidades del sistema eléctrico, ha sido aprovechado por algunos sectores para activar su maquinaria ideológica contra las energías renovables. Se ha instalado en ciertos medios un relato manipulador, que pretende señalar al sol y al viento como los culpables del apagón, como si su carácter intermitente fuese la raíz de todos nuestros males.

No es una simple crítica técnica. Es un ataque político y económico disfrazado de sentido común. Y no podemos permitirlo.

Porque detrás de ese discurso, a veces burdo, a veces envuelto en un aparente rigor, lo que se esconde es el deseo de frenar la transición energética. Son los mismos que, año tras año, han defendido la permanencia de un modelo fósil obsoleto, contaminante y vulnerable. Son los que han rentabilizado durante décadas un sistema que condena a nuestras economías a la dependencia exterior y a nuestros pulmones a respirar humo. Son los que hoy nos dicen que no se puede prescindir del gas ni del petróleo, precisamente porque su negocio es que nunca lo hagamos.

Y ahora, ante el más mínimo fallo del sistema, se lanzan como buitres a aprovechar el miedo. Pero el miedo no puede ser el combustible de la política energética. No podemos permitir que un hecho aislado, aún en investigación, se convierta en excusa para desprestigiar el único camino posible hacia un futuro habitable.

No. Las renovables no son el problema. El verdadero problema es seguir instalados en un modelo del siglo XX mientras el planeta clama por un cambio.

La emergencia climática no es una moda ni una exageración de ecologistas idealistas. Es una realidad abrumadora avalada por la ciencia, que ya está teniendo consecuencias devastadoras: fenómenos meteorológicos extremos, incendios incontrolables, pérdidas agrícolas, migraciones forzadas y desequilibrios económicos a escala global. Y la causa está clara: el uso masivo de combustibles fósiles.

Frente a esto, las energías renovables representan una solución viable, limpia, descentralizada y asequible. Y, aunque es cierto que requieren adaptación del sistema, como cualquier innovación transformadora, esa adaptación ya está en marcha. Es técnicamente posible. Es económicamente sensata. Y es moralmente imprescindible.

Quienes hoy atacan a las renovables con saña no están defendiendo la estabilidad del sistema; están defendiendo privilegios. Están utilizando el miedo al apagón para apagar el debate sobre el futuro. Quieren convencernos de que vivir con renovables es vivir con incertidumbre, cuando lo cierto es que el mayor riesgo de todos es no avanzar.

Y para demostrarlo, no hace falta mirar a Alemania, ni a Dinamarca, ni a California. Miremos a Canarias.

En un sistema eléctrico fragmentado, aislado y con altísima dependencia exterior, se está construyendo un modelo energético que, con todos sus errores como el proceso de concurrencia competitiva, demuestra que es posible integrar grandes cuotas de renovables sin comprometer ni la estabilidad ni la calidad del suministro. ¿Cómo? Con inteligencia, con planificación y con tecnologías de almacenamiento como los bombeos hidráulicos.

El Salto de Chira, en Gran Canaria, no es solo una infraestructura hidráulica. Es una pieza clave en el nuevo paradigma energético insular. Permitirá almacenar energía excedente en horas valle, cuando la eólica o la solar producen más de lo que se consume, para liberarla cuando más se necesita. Esto no solo estabiliza el sistema, sino que reduce drásticamente la necesidad de respaldo fósil, acorta el camino hacia la autosuficiencia energética y multiplica la capacidad de penetración renovable.

Y no es un caso aislado. La Palma, El Hierro, Tenerife... Todas las islas están avanzando, cada una a su ritmo, hacia un modelo donde el almacenamiento, la generación distribuida, las microrredes y la participación ciudadana configuran un nuevo ecosistema eléctrico: más resiliente, más limpio y más justo.

Quienes hoy critican las renovables desde sus tribunas no se detienen a mirar estos ejemplos. No les interesa hablar de la eficiencia del bombeo, ni de las mejoras en la gestión de la demanda, ni de las oportunidades del hidrógeno verde, ni del autoconsumo, ni de los vehículos eléctricos que devuelven energía a la red. Prefieren el eslogan fácil, la consigna del miedo, la defensa a ultranza de un statu quo que ya no se sostiene ni técnica ni éticamente.

Pero la ciudadanía no es tonta. La gente quiere soluciones, no más excusas. Quiere respirar un aire más limpio, pagar menos por la energía, participar en su producción y no ser rehén de los mercados internacionales del gas. Quiere futuro.

Por eso hay que alzar la voz. No podemos permitir que se criminalice a las renovables por errores que nacen de la falta de inversión en redes, falta de inversión en bombeos y almacenamiento en general, de la lentitud en la digitalización del sistema, o del abandono histórico de la planificación energética por parte de algunos gobiernos.

No hay que parar la transición energética. Hay que acelerarla

La transición energética no es una opción ideológica. Es una obligación generacional. Un deber hacia quienes vendrán después, pero también hacia quienes hoy sufren los costes de un sistema injusto e ineficiente. Y esa transición pasa, inevitablemente, por dejar atrás los combustibles fósiles y abrazar las energías limpias con todas las herramientas a nuestro alcance.

En cada kilovatio renovable hay más que electricidad. Hay dignidad, hay justicia climática, hay soberanía, hay futuro.

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