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Soria, el líder incontestable de la derecha canaria, siempre rodeado de escándalos

José Manuel Soria.

Alexis González

Las Palmas de Gran Canaria —

El nombre de Soria estuvo ligado para la mayoría de los españoles a las compañías energéticas por las tarifas de la luz, las trabas a las renovables o las prospecciones petrolíferas de Repsol, aparte de sus vacaciones low cost, claro. Pero en las Islas, escándalos políticos y judiciales llamados Salmón, Isolux, Chalet o Eólico, van de la mano o la sombra de quien ha ejercido el poder y un atractivo irresistible en la derecha canaria en los últimos veinte años.

Desde un prisma peninsular, Soria ha sido durante mucho tiempo ese tipo de “las Canarias que se parece mucho a Aznar”. Por sus bigotes de entonces, en tiempos de la ola del aznarismo, y por su apariencia y arrollador cartel de buen gestor nadie le tosía, y eso le dio el control en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria dos veces, entre 1995 y 2003, y en el Cabildo de Gran Canaria, de 2003 a 2007.

Convertido en el líder incontestable de la derecha nacional en el Archipiélago (la local, representada por Coalición Canaria, ejerció de imperfecto complemento y lo hizo vicepresidente y consejero de Economía y Hacienda entre 2007 y 2010), su poder se ha dejado sentir de manera doble: con su aliento feroz e inmisericorde en el cogote de quienes cuestionaran su forma de ser y proceder, y con su irresistible ejemplo de triunfo personal a seguir por una cohorte y electorado fieles.

Soria saltó a la esfera nacional un par de años antes de entrar por primera vez en el Congreso de los Diputados en 2011. Lo hizo al tiempo de uno de sus penúltimos escándalos domésticos, que a día de hoy no aguantarían un pase en la Villa y Corte: siendo vicepresidente del Gobierno canario y teniendo controlado el PP el área de Turismo, un polémico contrato público de promoción turística de las Islas con el Grupo Intereconomía le sirvió también de lanzadera mediática en toda España.

Quien poco después se convertiría en ministro del Reino aterrizaba en Madrid con sus modos encantadores y una mentira mil veces repetida, que se ha convertido en su verdad, reiterada en medios madrileños (ignorantes y/o cómplices) y políticos del PP (Rajoy, el primero de ellos): fue una “pobre víctima” de un proceso judicial del que salió absuelto de los cargos. Inocente. Pero no de sus hechos probados.

Fue el caso Salmón. En el verano de 2005, siendo presidente del Cabildo, Soria aceptó una invitación de un gran empresario turístico noruego de la isla, Björn Lyng, para volar en su jet privado al Festival de Salzburgo y a la pesca del salmón en Noruega, al tiempo que su Cabildo tramitaba declarar de interés general nuevos proyectos del promotor, paso necesario para sortear la moratoria turística vigente.

Solo este periódico fue capaz de denunciar lo que a todas luces aparentaba ser un cohecho de libro. Tres años después, la Fiscalía Anticorrupción sostuvo que Soria había cometido cohecho, con una salvedad decisiva: el delito había prescrito. Pero se cometió. La juez argumentó en su auto de archivo que, total, si el avión privado del empresario ya tenía previsto volar, pues tampoco supuso una dádiva directa... La historia de la pesca del salmón todavía se cuenta a medias y mal desde Madrid.

Vivir gratis en el chalet de un empresario

Mientras Soria desplegaba sus dotes electorales y mediáticas para ganar elecciones con políticas urbanísticas “fallidas”, que con el paso del tiempo han supuesto grandes perjuicios a las arcas de Las Palmas de Gran Canaria en forma de condenas judiciales, hubo asuntos de índole casera que degeneraron en escándalos mayores.

Más que casera, de caseros: fue el denominado caso Chalet, relacionado con el aún por juzgar caso Eólico, una década después de descubrirse una trama organizada para asignar potencia eólica, mediante concurso, desde la Consejería regional de Industria que dirigía Luis Alberto, el hermano desaparecido estos días.

Soria y su familia vivieron al menos 19 meses totalmente gratis en la vivienda de lujo de un empresario, al que el Cabildo facilitó presentarse al concurso eólico en la mejor zona de vientos de la isla, Arinaga, prohibiendo a una empresa del propio Cabildo concursar en un espacio en teoría reservado para iniciativas públicas.

El escándalo del chalet de la familia Esquivel no se saldó con acción judicial alguna contra José Manuel Soria, sino con otra querella del incontestable líder contra Canarias Ahora, liquidada con el ridículo de unos recibos rellenados a toda prisa y a mano, como de una tienda de aceite y vinagre, para intentar justificar los pagos de alquiler que nunca se produjeron. La Audiencia le salvó de pagar las costas.

De igual modo tuvo gran repercusión en Canarias el caso Isolux. En otra denuncia de Soria contra este diario por denunciar cómo se manipuló en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria la adjudicación de dos módulos para la desalación de agua a favor de la empresa Isolux, un testigo llegó a confirmar que el propio alcalde le amenazó con “no trabajar más en Gran Canaria”  si no retiraba el recurso a esa adjudicación. Y lo retiró. De nuevo, se juzgaba a quien denunciaba la corrupción.

De Soria, cuyo éxito electoral ha radicado en una red clientelar expandida en las islas desde sus primeros tiempos de alcalde y con la bonanza económica, queda también la escuela que ha creado en su partido durante estos veinte años. Y por el camino, otros casos de corrupción local en ayuntamientos gobernados por los suyos, como FaycánGóndola o Brisan, que nunca han llegado a nada estancados en los cajones de la Administración de Justicia en Canarias.

Es esa otra de las grandes armas del presidente de los populares en las Islas, muy dado a querellarse contra todo el que se mueva en su contra y jugar con los resortes del poder judicial. Y últimamente, contra quien le ha disputado su hegemonía electoral en su propio feudo: la juez de Podemos Victoria Rosell.

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