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“El objetivo de Vox es engullir al Partido Popular”

Guillermo Fernández Vázquez, autor del libro 'Qué hacer con la extrema derecha en Europa'.

Iván Alejandro Hernández

Las Palmas de Gran Canaria —

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En Francia, Grecia, Italia, España, Finlandia, Hungría, Bulgaria, Polonia, Austria, Suecia, Países Bajos, Portugal… hasta en Alemania; la extrema derecha se ha abierto hueco en los últimos años en las instituciones en Europa, llegando o facilitando el poder a grupos afines en algunos de esos países. “Ha pasado de ser moderadamente importante a que muchos partidos tengan más de un 15% de representación”, explica en una entrevista Guillermo Fernández Vázquez, sociólogo e investigador de la Universidad Complutense de Madrid.

Fernández quiso entender, a través del Frente Nacional de Marine Le Pen, cómo había llegado un partido de extrema derecha a ser la formación más votada en las elecciones europeas en Francia y lo plasmó en su libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa. Como respuesta a su propia pregunta, el sociólogo propone, antes que nada, entender su ideología o los motivos por los que se les vota antes de demonizarlos. “La mejor manera de combatir a la extrema derecha es desmitificarla”, afirma.

¿Qué le sedujo del Frente Nacional de Francia para dedicarle una investigación?

Esperaba encontrar un discurso prototípico de extrema derecha, pero en la fase más ardua de la crisis, de 2013 a 2015, me encontré un discurso diferente o de corte populista que interpelaba a una multitud de perfiles sociales y, entre otros, a personas como yo. Y eso me suscitó interés porque me pareció una innovación interesante para estudiar y que podía ser peligroso como modelo. Porque era capaz de conjugar de una manera muy inteligente la crisis o la vulnerabilidad identitaria de nuestras sociedades.

¿Cómo ha introducido ese discurso el Frente Nacional?

El Frente Nacional busca perfiles de votantes diferentes a los que tradicionalmente había aspirado la extrema derecha, entre ellos está el voto LGTBI o jóvenes precarios. De todos esos sectores sociales que se sienten políticamente huérfanos o traicionados por las promesas incumplidas del Partido Socialista francés que estaba en el gobierno. Es muy interesante como Marine Le Pen busca el voto del colectivo LGTBI poniendo el foco en la supuesta homofobia de los musulmanes franceses; o el de las mujeres enfocando el acento en situaciones de discriminación que se dan en algunos barrios y, sobre todo, como reformula esa cuestión, no tanto atacando a los musulmanes de Francia, sino como una defensa de los logros o derechos civiles de la sociedad nacional. Le da un barniz progresista, de defensa de la cultura y valores propios.

En una entrevista en agosto de 2019 en eldiario.es en eldiario.es afirmó que la tendencia de la extrema derecha en Europa iba más en consonancia con la que representa Vox en España, Orbán en Hungría o Kaczynki en Polonia, en lugar de los ejemplos de Le Pen en Francia o Salvini en Italia. ¿Lo mantiene?

En los años 80 y 90, la mayoría de los partidos más importantes de la extrema derecha europea eran muy conservadores en lo moral y liberales en lo económico. El Frente Nacional o la Liga Norte tienen una evolución en la cual, partiendo de ese modelo y en función de su electorado, se encaminan hacia un programa económico de corte más social. Es el modelo del estado del bienestar chovinista, es decir, solo para los individuos nacionales y siendo excluyentes con los inmigrantes, diciendo que tienen la culpa del deterioro del estado del bienestar. Sin embargo, en los últimos cuatro o cinco años estamos viendo como el modelo ideológico y programático de la extrema derecha europea no es tanto el Frente Nacional de Marine Le Pen, sino el gobierno de Kacszynki en Polonia, el gobierno de Víktor Orbán en Hungría, o la sobrina de Marine Le Pen en Francia (Marion Maréchal Le Pen) que vuelven al conservadurismo moral y el liberalismo económico. Hay una especie de fascinación por esos modelos en la extrema derecha: atacar al bloque LGTBI o inmigrantes y defender los valores católicos, con una apuesta muy clara por el neoliberalismo, en contra de los funcionarios y de las políticas sociales, salvo las que tienen que ver con la natalidad. Y ese es, en cierto modo, el modelo de Vox.

¿Cuáles son los motivos del crecimiento de la extrema derecha en un continente que ha vivido el nazismo?

Tiene mucho que ver la crisis económica. Pero también los casos de corrupción que se descubrieron de los grandes partidos socialdemócratas y conservadores. Ese desgaste ha introducido un ambiente de miedo hacia el futuro y la extrema derecha está moldeando muy bien las angustias y las preocupaciones de una parte importante de la ciudadanía. Por ejemplo, Marion Maréchal Le Pen en Francia sostiene que su partido puede seguir creciendo electoralmente poniendo el foco constantemente en el miedo a la pérdida del modo de vida europeo. Y en ese cajón de sastre se pueden introducir ciertos aspectos sociales, como la sanidad pública. La extrema derecha ha pasado de ser moderadamente importante a que casi todos los países europeos tengan más de un 15% de representación. Sobre todo, creo que lo más importante es que en varios países de Europa la derecha radical ya es electoralmente más potente que la derecha más clásica.

¿Hay similitudes en este ascenso de la extrema derecha y el que sufrió Europa en el primer tercio del siglo XX?

Se han hecho muchas comparaciones entre la última década y la de los años 30 del siglo XX por la combinación entre crisis económica y política. Y es evidente que la inmensa mayoría de los partidos de extrema derecha europeos no serían pensables sin sus antecedentes del siglo anterior. Vox no sería pensable sin el franquismo. Ahora bien, a pesar de la vinculación ideológica de estos partidos, lo más interesante es darse cuenta de que Vox, por muy filofranquista que pueda ser, su proyecto no es restaurar el franquismo, sino engullir al PP y crear una sociedad lo más parecida a las del este de Europa, como Polonia o Hungría. Son países formalmente democráticos donde las libertades están mucho más reducidas y hay un cierto pluralismo político, pero limitado.

El discurso antiinmigración centra la posición de la extrema derecha, pero ¿la izquierda tiene un discurso propio en este tema con políticas concretas?

Por desgracia, en la mayoría de los casos, no. Es un tema muy espinoso para la izquierda. El peor de los mundos posibles es el que ocurrió en Italia hace unos meses, con Mateo Salvini como primer ministro con un discurso marcadamente de antiinmigración y haciendo populismo, yendo a las playas y erigiéndose como el protector de las fronteras italianas. Y en frente se situaba una izquierda que subcontrataba su posición con respecto a la inmigración a las ONG, que tienen sus propias propuestas, pero circunscritas al ámbito de la ética o de la moral, no tanto de la política. Y en esa situación en la que la izquierda se siente incómoda y repite lo que dicen las ONG, la extrema derecha se siente muy cómoda. Es preciso cambiar el enfoque. Por muy bien que haga sentir moralmente a los sectores progresistas, políticamente no hace más que beneficiar a la extrema derecha. Vale la pena que la izquierda invierta tiempo, recursos y estudio en tener una política original y propia en materia de inmigración.

¿Cómo se combate a la extrema derecha?

Tengo claro que la forma espontánea que la izquierda emplea para combatir a la extrema derecha, desde el punto de vista moral, no es la correcta. En el libro cuento que cuando gana el Frente Nacional las elecciones europeas de 2014, al día siguiente la izquierda convoca manifestaciones espontáneas y se vuelve a poner el foco en que la extrema derecha es el odio, pero poco más. Y reúnen a 4.000 personas. Mientras que el día anterior la extrema derecha obtuvo 4 millones de votos. Y en España surgió Vox en las elecciones andaluzas y pasa lo mismo: manifestaciones de 2.000 o 3.000 personas en Sevilla. Pero el día anterior votaron 10 veces más personas a Vox. En lugar de escandalizarse y diabolizarlo, que es lo que busca, creo que lo primero que hay que hacer, y sé que es polémico, es tratarlo como si fuera un partido político como cualquier otro y criticar lo que tiene de endeble su programas electoral, sus discursos. Vox y el Frente Nacional son partidos normales, chapuceros si acaso y amateurs. Sobre todo, sus programas políticos son bastante menos lustrosos de lo que parece. La mejor manera de combatir a la extrema derecha es desmitificarla.

Su libro se publicó en mayo de 2019. En España Vox pasó de obtener 24 escaños un mes antes (el 28A) a 52 el 11N, ¿lo recibió con sorpresa? ¿Cómo se explica este ascenso?

No me sorprendió tanto porque el impulso de Vox fue la crisis territorial y la vulnerabilidad identitaria en muchos españoles. No es extraño que multiplicara sus apoyos porque en septiembre y octubre el tema obsesivo de España volvió a ser la cuestión catalana y eso lo alimenta. Además, Vox emergió a la escena pública hace poco, pero nació en 2013, semanas antes que Podemos. Es muy significativo que a pesar de que existe desde hace siete años, hasta el otoño de 2018 era un partido grupuscular y no lo ha aupado la crisis económica, ni los casos de corrupción en el PP, ni la inmigración o el feminismo. Ha sido el hartazgo con la cuestión territorial y la aceptación que tienen muchos españoles de que su país se destruye.

¿Y el votante de Vox?

Ahora se le está prestando más atención. Uno de los motivos que me llevó a investigar al Frente Nacional fue que vi una tendencia en los medios de comunicación franceses en la que muchas veces un tipo de programa muy común era ir a alguna comarca en la que se votara especialmente a la extrema derecha. Pero los periodistas iban como quien visita un zoológico, a ver especies exóticas y asombrarse por la gente tan rara que vota a la extrema derecha. Y es algo que no se hace con ningún otro partido. Eso, además, da credibilidad a su argumento de que los medios de comunicación pertenecen a una casta mediático-política que no ven la realidad de la gente que les vota, como decía Marine Le Pen: que el Frente Nacional era el partido de la realidad, frente al partido de la oficialidad.

¿Cree que sin el aumento de Vox no se hubiera producido coalición PSOE-Podemos?

Irónica y paradójicamente esa ha sido una de las consecuencias. Como la extrema derecha provoca tanto miedo, ha facilitado ese acuerdo que parecía imposible en verano. Ese es el punto bueno. El punto malo se daría si toda la acción del gobierno estuviera centrada en hacer de anti-Vox y poner a ese partido en el centro. Algo que podría funcionar en cierto modo, pero contribuiría a convertir a Vox en el líder de la oposición y le ayudaría a su estrategia de engullir al PP, al igual que sus homólogos en otros países europeos.

¿Cómo valora que, tras el 11N, en Canarias Vox haya sido primera fuerza en zonas costeras, Fuerteventura y zonas del sur de Gran Canaria y obtuviera un 11% de los votos en los barrios empobrecidos, cuando el 28A ni siquiera obtuvo representación?

Habría que pensar por qué en esos lugares ha logrado tener atraer electorado. En el caso de la extrema derecha europea hay un fenómeno bastante extendido que es la que se propaga, no tanto por los grandes núcleos urbanos o rurales, sino por los periurbanos, que están a caballo entre el campo y las ciudades, que se sienten abandonados. Y sería interesante saber por qué ocurre esto en España.

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