Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.
DIARIOS DE GUERRA
La guerra es, por definición, destrucción, la pérdida de cualquier ética, de cualquier moral y en donde sólo vale sobrevivir un día tras otro. Además, en las guerras contemporáneas, las víctimas no solo son soldados profesionales, expertos en seguridad, mercenarios de baja ralea o reporteros gráficos que se juegan la vida para contarnos lo que allí pasa. En las guerras contemporáneas son víctimas potenciales los niños, las mujeres, los ancianos y cualquiera que tenga la poca fortuna de estar en el lugar equivocado y en el momento oportuno.
Para rematar la jugada, siempre hay un sanguinario fanático que no duda en descerrajarle un tiro a quien considera que ha incumplido una norma de ésas que tanto les gusta a los fanáticos hacer cumplir.
Al final, lo único que queda son cadáveres, vidas truncadas, ruinas, desolación, muerte y solo muerte.
Diarios de Guerra, de Enrique V. Vegas, no es un cómic sobre la guerra de Afganistán. Es la guerra de Afganistán, protagonizada por todos los que han tenido la poca fortuna de estar en aquel lugar.
Sus personajes son como siempre, cabezoncitos, pero la historia es dura, áspera, real y a ratos trágica, porque solo así se puede contar una guerra.
Olviden lo que han visto del autor hasta ahora, porque Diarios de Guerra es todo menos una parodia. Más bien, es el esperpento que queda cuando el ser humano se ve en cualquiera de los espejos del callejón del gato y se da cuenta qué fácil se pierde la cordura llegado el momento.
© Enrique V. Vegas, 2015
© Panini Comics por la edición en española, 2015
Sobre este blog
Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.