''El dolor es el mismo con distintas versiones''

Fundamentalmente se respira dolor en el hotel Auditorium de Madrid, desde cuya fachada principal se ven aterrizar los aviones en Barajas. Cientos de personas ocupan los salones, los amplios espacios comunes de este establecimiento enorme, en medio de sollozos, de recuerdos en voz alta, de deseos enormes por abrazar aunque sea un ataúd. “El dolor es el mismo, pero con distintas versiones”, dice Paco, tío de un joven de Vecindario fallecido en el accidente de Barajas. La prioridad de la jornada sigue siendo llevarse a los muertos a casa.

Los cuarenta forenses y las decenas de policías especializados que trabajan en las identificaciones no pueden ir más deprisa. Ya lo saben muchos de los familiares y amigos de los 153 fallecidos en la catástrofe del miércoles. En la Comisaría General de la Policía Científica de Canillas el equipo que dirige el comisario Miguel Ángel Santano trabaja deprisa, pero no se elude ni uno solo de los protocolos necesarios para la plena identificación de las víctimas. Si no puede ser la huella digital, tendrá que ser la dentadura, el ADN o cualquier elemento orientativo que pudieran haber aportado los familiares.

Un portavoz de once familias grancanarias, las de San Bartolomé y las de Santa Lucía, lo explicaba con mucha claridad ante la nube de micrófonos y cámaras agolpados este sábado a la puerta del hotel Auditorio: “Confiamos en el Estado de Derecho, en el trabajo de la Policía y del juez instructor. Sabemos que no se puede ir más rápido y que no nos van a engañar porque, de haber querido hacerlo, nos habrían dado a todos nuestros seres queridos juntos”.

La prensa permanecía apartada de la puerta principal tras unas vallas policiales. Cada vez que se producía algún movimiento de personas, se activaban cámaras y se espabilaban redactores. Ninguno se había percatado de que la mayoría de los familiares salían por la puerta de atrás a bordo de ambulancias del Samur. Unos iban a La Almudena, una vez identificado su familiar, a tramitar ante el juzgado los permisos para el traslado. Otros, a los hospitales a ver a los supervivientes.

Pero quizás no era ese trasiego silencioso lo que interesaba, sino alguna frase gruesa contra la compañía aérea o contra el Gobierno. Un redactor de la cadena alemana n-tv insistía este sábado en encontrar algo de eso en las declaraciones del portavoz grancanario. No hubo manera, ni siquiera cuando se lo llevó a un aparte a grabarle un total en exclusiva.

Regresar a Gran Canaria

Dentro, el deseo más repetido en ese hotel enorme no era el de crucificar a nadie, sino poderse marchar a Gran Canaria con los muertos de cada uno por delante. Ya no quieren saber de asociaciones de víctimas, ni de más confrontación con las autoridades o con la compañía. Ni siquiera han hecho caso a esos abogados que se han presentado a la americana ofreciendo sus servicios para sacar la máxima tajada de la tragedia.

“El dolor es el mismo, pero con distintas versiones”, dice Paco junto a un amigo y dos conocidos. El suyo, el de su familia, se llama Marcos, un joven de Vecindario que perdió la vida junto a su novia. Su madre hojeaba un periódico viejo de Gran Canaria que publicó una foto de su hijo. “Lo recordaré así, con esta carita; lo recordaré porque lo grabé el otro día cuanto tocó en Canal 25”. Marcos tocaba en un grupo musical, La Parranda del Sur.

Tendrá que recordarlo así para siempre, con su última foto o su último vídeo. Como recordará a Laudencio García su familia de Ciudad Real, llegada casi en pleno a Madrid y sentada en torno a los mayores en varios sofás del hall del hotel. El concejal de Nueva Canarias en San Bartolomé de Tirajana fue uno de los primeros en ser identificado y alguno de sus familiares pidió verlo para la despedida. Imposible.

El mismo dolor que el de Paco o el de los García, pero en otra versión, lo padecían dos matrimonios peninsulares que este sábado seguían muy cabreados con Spanair. No querían seguir escuchando nada más y decidieron darse un paseo. José y Jaime, con sus respectivas esposas, salieron a tomar un taxi a la puerta del hotel.

Hablaban en voz alta de dar una vuelta y “comprar la prensa”. Les oyó una empleada de Spanair que, muy atenta, les ofreció conseguirles los periódicos o lo que quisieran. “¿Pero cómo puedes tu trabajar para una empresa como ésta?”, le espetó una de las señoras, la esposa de Jaime. La empleada, destinada en el departamento de ventas, esbozó una sonrisa de experta relaciones públicas y calló.

“Dígame qué prensa quiere, que nosotros nos ocupamos de todo”, insistió la empleada al tiempo que se acercaba al grupo una voluntaria de la compañía. “Queremos El Mundo, por supuesto”, contestó la señora. Finalmente declinaron las amables ofertas de las voluntarias, salvo los volantes para coger un taxi, y se marcharon a llorar su dolor a otra parte.

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