Los escolares regresan a la finca Los Olivos tras un año de pandemia
El Centro Ecológico Cultural Los Olivos, la única granja escuela y aula de la naturaleza privada legalizada por el Gobierno de Canarias en todo el Archipiélago, cuya actividad educativa está centrada en el sector primario y medioambiental, está viviendo una difícil situación económica. La crisis de la COVID 19 ha provocado el cierre de sus actividades, pero un halo de esperanza se ha abierto esta semana con la llegada de los primeros escolares a esta finca enclavada en las medianías de Telde.
Los Olivos es el sueño de José Luis Moreno, un emprendedor hecho a sí mismo. “Mi jefe se ha vuelto loco: ha comprado un barranco”, le dijo Jose, un empleado de confianza de Moreno, a su esposa. Hoy, diez años después, el erial se ha transformado en una finca de 50.000 metros cuadrados, con una plantación ecológica de 1.008 olivos que producen un aceite gourmet muy apreciado, con una granja de mamíferos autóctonos canarios, entre ellos el cochino negro, la oveja de lana, la oveja pelibuey, vacas y varias especies de cabras. Además, atesora un zoológico de aves exóticas y silvestres con cerca de 80 especies de todo el planeta, una escuela al aire libre con invernaderos para que los niños hagan prácticas agrarias, una industria agroalimentaria con una almazara para la extracción de aceite y la única cadena de envasado de aceitunas de Canarias.
El sueño de Moreno se convirtió en realidad en 2011 con las primeras visitas de escolares; simultáneamente, la finca iba ampliando sus instalaciones y sus servicios. El curso 2018-2019 alcanzó el récord de más de 11.000 escolares de 240 colegios, a los que hay que sumar las visitas de usuarios de centros de discapacitados y de mayores. Con estas cifras, Los Olivos fue ampliando su plantilla con monitores con un perfil profesional especializado en educación ambiental e infantil. Los primeros turistas llegaron a la finca en 2013 con una agencia; seis años después, las visitas de turistas se canalizan con varios operadores y conciertos con navieras de cruceros, alcanzando 10.870 visitas durante 2019. Pero llegó la pandemia y el sueño se convirtió en pesadilla.
Durante los últimos doce meses, las actividades han estado suspendidas hasta esta semana con la llegada de los primeros escolares; los guiris, obviamente, hace un año que no aparecen por esta singular aula de la naturaleza. La empresa se ha visto obligada a poner en ERTE a once profesionales, mientras que otros cuatro son los que se encargan de las tareas de mantenimiento. A diferencia de las empresas turísticas y de restauración, aquí afrontan la totalidad de los costes de seguridad social al tratarse de trabajadores del sector de la educación. Con ingresos 0, las pérdidas se han ido acumulando. Esto ha provocado un aumento de la deuda, ya que, según afirma José Luis Moreno, “esta pequeña empresa familiar, basada en el amor por la naturaleza y el medio ambiente, se sostiene económicamente gracias a otra empresa del grupo”.
Además de la pérdida de ingresos por la cancelación de las visitas de los escolares, “que son muy económicas, una tercera parte de lo que se cobra en las granjas escuela de la Península”, afirma María José Moreno, gerente de la finca, la venta de aceite está congelada porque sus compradores son los turistas que visitan el Centro Ecológico Cultural Los Olivos, como se denomina oficialmente la finca. La producción de este aceite asciende aproximadamente a 1.500 litros anuales. Daniel Espinosa, uno de los técnicos, sostiene que “ese precio apenas cubre gastos porque nuestra producción es totalmente ecológica; esto implica que recogemos las aceitunas a mano porque con el sistema tradicional de varas se estropean”. El aceite de Los Olivos es de una calidad excelente, como reflejan “las dos estrellas de oro que conseguimos, la primera vez que nos presentamos, en el certamen de Bruselas, uno de los más importantes de Europa”, cuenta orgullosa María José Moreno. Para producir un litro de aceite de oliva se emplea una media de cuatro kilos de aceitunas, en Los Olivos se requieren siete kilos “para dotar al producto de una mayor calidad”, precisa Daniel Espinosa. La producción del último año está en los barriles de acero inoxidable porque no se ha vendido. Cáritas está recibiendo la donación de este producto gourmet. “No queremos malvenderla porque afectaría a la imagen y por eso la estamos donando”, explica el técnico desde el interior de la bodega, una estancia de gruesos muros de piedra que mantiene una temperatura y humedad estable, idónea para conservar el óleo en las mejores condiciones.
La situación “es de extrema gravedad”, lamenta el fundador de esta granja escuela, enclavada muy cerca del yacimiento arqueológico de las Cuevas de Calasio y en medio de un espacio natural que el Cabildo y el Ayuntamiento de Telde quieren convertir en una reserva de la naturaleza. Sin embargo, esta semana se ha despejado el horizonte con la llegada de los niños después de un año de pandemia. “Ya teníamos muchas ganas de regresar”, cuenta con una sonrisa que ilumina su cara Susy Falcón, profesora del Colegio Americano. Para garantizar la seguridad de los niños y de los docentes, se ha reducido el número de escolares en las visitas que se realizan en grupos burbujas, tal como están en sus respectivos centros escolares. “Es una de las mejores actividades extraescolares a la que asisten los niños”, asegura Falcón; “venimos todos los años y siempre encontramos cosas nuevas”. La novedad de este curso es el trenecillo que recorre las cinco hectáreas de esta emblemática finca, única en Canarias en su género, el sueño del teldense José Luis Moreno.
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