Sahara con acento canario

“Los canarios y los saharauis éramos como hermanos”. Sentado sobre la alfombra de su acogedora casa, Mohamed bebe unos sorbos de té mientras recuerda con añoranza la convivencia con los isleños durante la época de colonización española. Para llegar a su pequeño hogar hay que callejear por el caótico y deprimido barrio de Zemla, el antiguo Casa Piedra.

Si los edificios no hubieran seguido multiplicándose tras la salida de los españoles, desde su ventana se asomaría Barrio Cementerio. “Allí nació El Aaiún”, relata. “En esa zona había muchos canarios, vivíamos puerta con puerta”.

Más de 20.000 personas procedentes de las Islas poblaron durante esos años las ciudades saharauis. No en vano, sólo cien kilómetros separan el Faro de la Entellada, en Fuerteventura, de la costa sahariana.

Mohamed, que arrastra a sus espaldas casi 70 años, ha borrado de su memoria nombres y apellidos, pero no ha olvidado las visitas que hacía a Canarias. “Para abastecer mi negocio de electrónica viajaba con mi padre cada dos o tres meses a Las Palmas de Gran Canaria; me encantaba pasear por Las Canteras”.

En Colominas, Ahmed ?rondando los 70- destaca el carácter abierto “de los canarios que convivieron con nosotros; nos mezclábamos mucho con todos los españoles, pero siempre hubo más afinidad con nuestro pueblo vecino”.

Rebusca en el baúl de aquellos años y nombra a Paco, “un canario que tenía una tienda de fotos”, que luego pasó a manos de un saharaui. Y la librería Villodre, “también de una familia canaria”, cerca del cine Dunas, “el único de la ciudad, donde recuerdo haber visto Tarzán o Río Bravo”.

Rafael Muñiz vivió la época de colonización española y hace unos años regresó de nuevo al Sahara. “Había muchos españoles, de todos sitios, pero los canarios siempre fueron muy numerosos”, recuerda sentado en el despacho de la parte trasera de la iglesia, donde todavía oficia misas los fines de semana para una decena de cristianos de la Misión de Naciones Unidas para el Sahara Occidental (Minurso).

Papas 'arrugás'

“Al principio sólo venían soldados, que se instalaron en las habitaciones de la residencia de la Iglesia”. Allí administraban su bar y de vez en cuando se podía beber incluso alguna cerveza. Nunca faltaban las papas arrugás.

Muchos de los canarios, recuerda, trabajaban en la construcción. Y con cariño y la sonrisa asomando en su rostro rememora cómo se decían los unos a los otros: “Anda, mándala p´abajo, que yo la jalo”.

A partir de los años 30 había ya algunas familias españolas, pero no empezó a poblarse definitivamente El Aaiún hasta 1963, cuando comenzaron a explotarse los yacimientos de fosfatos de Fos Bucraa. “Los que iban llegando pasaban por la Iglesia para que les ayudáramos a buscar trabajo, hacíamos de intermediarios”.

Rafael suspira con nostalgia cuando recuerda las colecciones de sellos que vendían en la librería Villodre, que luego pasó a manos de Ali. “Siempre habla de esa familia, a la que quiere como a la suya propia”.

Algunos canarios pasaron en la ex colonia más de 40 años. Primero, en Ifni, donde protagonizaron su expansión económica. Y dos o tres veces al mes, ya en 1935, cargaban barcos con provisiones, telas, especies o material de construcción para la ciudad.

Hoy, la firma Tirma preside las puertas de algunas tiendas de comestibles en El Aaiún, las agencias de viaje anuncian vuelos a Canarias con Binter e Islas Airways, empresarios canarios invierten en el ladrillo y los camiones de Agua de Teror aparcan en las calles de la capital de la ex colonia española, que espera desde hace tres décadas una resolución en el marco de Naciones Unidas al conflicto del Sahara Occidental.

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