“Solo salgo para ir al médico, nada más”: la vida con discapacidad dentro de la Canarias despoblada

Caserío de Taganana. Foto: Elías Pestano

Elías Pestano

Taganana —
26 de diciembre de 2022 16:27 h

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Jesús de la Rosa Cabrera es una de las personas con discapacidad que residen dentro de la España vaciada. Natural del caserío de Taganana, su vida cambió hace 13 años cuando le diagnosticaron una infección sanguínea. Debido al riesgo que suponía para su vida, los médicos le amputaron las piernas. Desde entonces, De la Rosa es uno de los 2,5 millones de ciudadanos en España que vive con un problema de movilidad.

Según la Encuesta de Discapacidad del Instituto Nacional de Estadística (INE), realizada en 2020, un 9,36% de los españoles tiene esta condición, aproximadamente 4.380.000 personas.Se trata de un aumento del 14% con respecto al anterior estudio realizado en 2008. Por comunidades, Canarias es la segunda autonomía, por detrás de Galicia, con una mayor tasa de incidencia, con un 10%.

El informe destaca que la diversidad funcional más frecuente es la relacionada con la motricidad. Una afección que tiene el 5,5% de canarios, alrededor de 121.400 residentes. A pesar del avance en las últimas décadas para mejorar la accesibilidad, un 36,2% de los encuestados manifestaron problemas para poder hacer uso del espacio público. 

El Instituto Nacional de Estadística hizo hincapié en la adaptación arquitectónica en las ciudades y, por tanto, no se dispone de datos fiables que muestren los problemas en el mundo rural. No obstante, existen testimonios que ilustran cómo el acceso a las áreas comunes sigue siendo una tarea pendiente.

Reacción en cadena

La despoblación es un problema que España sufre desde la década de 1950. Los territorios más afectados son las áreas interiores, al producirse migración hacia las capitales provinciales. La consecuencia es el envejecimiento de la población en los lugares afectados. El Archipiélago no escapa a esta tendencia, donde las personas con una incapacidad sufren doblemente los efectos. 

Jesús vive en esa Canarias olvidada, dentro del Parque Rural de Anaga. Esta es una de las zonas de Tenerife con mayor atractivo turístico, por su exuberante naturaleza, pero la mayor área de las Islas afectada por este éxodo. Las razones que lo provocan son multifactoriales. Sin embargo, en la mayoría de los casos se debe al mal estado de los servicios públicos. Actualmente, en el distrito viven 12.014 vecinos según el censo de 2022, una reducción del 32,80% si lo comparamos con 2012

En el macizo, un 46,76% de los habitantes tiene más de 50 años y los jóvenes (0-24 años) representan el 19,01% del total. En unos años, la población mayor superará el 50% y requerirá de una Sanidad que garantice su calidad de vida. Según el INE, las personas mayores presentan una mayor incidencia de tener una discapacidad y precisamente es a partir de los 55 años cuando un 75% de ellas comienzan experimentar problemas de motricidad.

El muro invisible

De la Rosa es uno de los casos más representativos de la falta de accesibilidad en esa Canarias vaciada. La gestión de los servicios esenciales del Parque Rural de Anaga son competencia del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y La Laguna, incluida la adaptabilidad de espacios comunes. En el caso de Taganana corresponde al consistorio capitalino dicha gestión. 

El barrio, o pago, como lo denominan sus lugareños, se divide en dos zonas principales: el casco histórico y la carretera general. En la primera, se localiza el colegio y la iglesia; el núcleo de la vida social. Mientras que en la segunda se encuentra la parada de guaguas y el centro de salud; es el hangar que permite la entrada y salida del pueblo.

La configuración del caserío hace que la única forma de comunicar ambos lados sea por dos vías: una calle principal empedrada con considerables desniveles y un callejón con una inclinación de entre unos 40º- 45º. Ambas opciones no permiten a Jesús el uso de su silla, pues le resulta imposible cubrir ese trayecto de forma independiente.

En la encuesta del INE, un 43,8% manifestaron dificultad para usar el transporte público. La nula adaptación del viario ha provocado en De la Rosa la pérdida de su autonomía personal. No puede hacer uso de las guaguas adaptadas porque no puede salir de su casa y para llegar a la parada, depende de terceros o un vehículo privado. 

En el estudio, las complicaciones se reducen al 11,4% cuando se emplearon vehículos especiales como ambulancias. Aunque para Jesús este transporte es una opción, en su consultorio no existe un médico, ni un puesto de ambulancias fijo. Este tipo de transporte depende de Santa Cruz y solo se otorga para visitas clínicas, no para su movilidad. 

Un hogar de cristal

Las afecciones motrices son un tipo de incapacidad que no solo limita la libertad de movimiento, también afecta a la salud mental. Derivado de la falta de accesibilidad en el exterior, el hogar se convierte en el único lugar adaptado a las necesidades de la persona. Una cárcel encubierta que impide al individuo tener autonomía y desarrollar una vida social.

Jesús de la Rosa forma parte del 20,5% de españoles con discapacidad que vive solo, con visitas puntuales de familiares. “Solo salgo para ir al médico, nada más” afirma con pesar. Para la socióloga Aránzazu Herrera “ser anciano, y con discapacidad motora, es una combinación que necesita más aún de socializar con otros seres para cumplir con un envejecimiento saludable”. De lo contrario, aparecen “muchos problemas cognitivos en estas personas” afirma.

Según el Observatorio de la Discapacidad, la soledad provoca que las enfermedades mentales tengan una incidencia mayor en este colectivo, y que también exista relación con el suicidio. Herrera explica que “están sumidos en su silencio. Básicamente porque no hablan con gente y cuando ven a alguien no les apetece”. Para la socióloga, es fundamental “relacionarse con iguales para poder restar monotonía al día a día y seguir ejercitando la mente” concluye.

A la espera de un proyecto

Luján González es el presidente de la Asociación de Vecinos de Taganana, un hombre que cree que el futuro de la comarca reside en la historia. “Nosotros no somos santacruceros, Taganana es un pueblo que quiere recuperar su Ayuntamiento” afirma. Una cita que nos traslada al último tercio del siglo XIX, momento en que el pago fue incorporado al municipio capitalino. Desde su punto de vista, recuperar la autonomía de 1877 permitiría que el Parque Rural de Anaga fuera gestionado de forma distinta. Por un lado, Santa Cruz, gestionando su capitalidad; y por otro Anaga, centrada en la despoblación. 

El consistorio santacrucero ha intentado replicar el modelo turístico de los pueblos del sur del macizo en el interior. San Andrés o María Jiménez son localidades que superan el millar de habitantes y donde se dispone de una mayor calidad de vida. El porqué de este contraste responde a un gran atractivo de la región, la playa de Las Teresitas.

Un sistema que no es aplicable en el norte, a pesar de grandes encantos como sus costas o rutas de senderismo. El problema real son las carreteras, que no están adaptadas al tráfico intenso. Como resultado, Taganana sufre de atascos los veranos y, mientras, la población que se atrae no es fija sino esporádica. Se trata, por tanto, de un método que no funciona para atajar el éxodo, según González.

Luján destaca que “la movilidad en Taganana es un despropósito”. Desde la asociación de vecinos le han propuesto al gobierno local planes para su mejora. Entre los grandes proyectos presentados se encuentra la carretera Taganana-Punta del Hidalgo, un nuevo trazado que afirma “sería un paseo de 15 minutos” llegar a La Laguna. 

La idea es convertir al pago en el centro de una nueva red vial que una los caseríos con la ciudad. De esta forma, se fomentaría el retorno de la población y la migración a Anaga. Para ampliar información acerca de las futuras políticas que el consistorio tiene proyectadas en la zona, nos hemos puesto en contacto con la corporación municipal, pero no se ha recibido respuesta a fecha de publicación de este reportaje.

La fuerza de la gente

La discapacidad es una condición que lleva acompañando al ser humano desde que existen registros. Sin embargo, no es hasta el año 1982 que se aprueba la primera ley, en España, que reconoce “la eliminación de barreras arquitectónicas que dificulten el acceso y movilidad”. Una legislación con un gran reto arquitectónico: la revisión y adaptación de la estructura tanto de aldeas como ciudades.

Fundado en Anaga sobre un poblado guanche en 1501, Taganana es una de las poblaciones más antiguas del Archipiélago. La complicada orografía del macizo, formado por gran cantidad de valles, montañas y enormes desniveles, obligó al caserío a adaptarse a las condiciones del entorno. Unas características físicamente incompatibles con la accesibilidad de personas mayores o con discapacidad.

Jesús Sosa Perdomo (Suso) es un residente local que tiene movilidad reducida. Un derrame cerebral hace 30 años le obligó a empezar una nueva vida, un nuevo comienzo. “Se me rompió todo, la pesca, la caza, la libertad para ir a donde yo quiera”, afirma con cierta magua. 

Para Sosa, el problema de la región reside en las promesas incumplidas. “Dijeron que en la antigua escuela iban a hacer un centro de día para los mayores… todavía estamos esperando” asegura. Además, “no hay aparcamiento de minusválidos en el pueblo […] es más, yo pedí que me pusieran un puesto en mi casa y me lo denegaron” explica.

Desde que la enfermedad forzó un cambio en sus hábitos, Suso lucha junto a la asociación de vecinos para mejorar la vida de las personas con discapacidad en el macizo. Un ideal que, gracias a su empeño, ha permitido que el barrio disponga de puntos de apoyo, vallas y descansos en las elevadas pendientes. Un ejemplo de superación y lucha personal que ha permitido hacer progresar al pueblo y a él mismo.

La agrupación vecinal nació en el año 1983 y actualmente dispone de unos 200 miembros. Entre los objetivos que estipulan sus estatutos, se remarca su marcado carácter social. El ente se encarga de gestionar y canalizar todos los problemas que ocurren en el valle para que sean remitidos a las autoridades.

El presidente, Luján González, es un hombre cuya meta es “luchar por preservar la cultura, que tiene muchísimos siglos de historia”. Para él, “tantos votos tienes como pueblo, tanto vales” y subraya que la fuerza de una localidad reside en su gente. Si no hay personas, menos eficacia se tendrá. 

No obstante, y pesar de la despoblación, gracias al trabajo realizado, la comarca ha visto representadas sus quejas en el Pleno de Santa Cruz de Tenerife y en los medios de comunicación. Una labor que les ha permitido formular su proyecto, la creación del municipio de Anaga.

Tanto González como Sosa reconocen que de no existir la agrupación, el barrio no dispondría de la visibilidad que sus demandas necesitan. Ambos destacan positivamente el valor de la asociación como medio para resolver sus dificultades. Un esfuerzo materializado en el premio que su presidente recibió en 2021 por su labor de promoción de los valores del mundo rural.

La esperanza de un futuro mejor

Los datos apuntan a que existe una relación directa entre la despoblación y la calidad de vida cuando se tiene discapacidad motriz. Al producirse la despoblación, los gobiernos desatienden los servicios esenciales en favor de las áreas más pobladas. Un hecho que, a su vez, provoca la despoblación, creándose un círculo vicioso. 

Los habitantes que no emigran, envejecen y no son relevados por población joven. Al cumplir años, existe un 75% de probabilidad de sufrir incapacidad móvil. Una condición que requiere de áreas comunes y transportes acondicionados. No obstante, al vivir en una región escasamente poblada, estos servicios no se cumplen, lo que provoca una peor calidad de vida para las personas con discapacidad.

El Gobierno de Canarias ha puesto en marcha un proyecto que busca combatir la despoblación rural. Junto a la Federación Canaria de Municipios, el convenio destinará 14,5 millones de euros a las áreas más despobladas. El objetivo, crear vivienda protegida. Aunque, si no se mejoran los servicios públicos no habrá demandantes, y si no hay demandantes, no habrá un crecimiento demográfico que obligue a los gobiernos locales a cumplir sus obligaciones.

Para los pobladores de Anaga, su futuro depende de una idea: un plan que permita que sus pagos tengan una mejor conexión con la ciudad. Desde la asociación de vecinos se lucha día a día para que los organismos estatales puedan dar un impulso a la zona. Sin la existencia de esta figura, el presente del macizo sería muy distinto.

Cuando la despoblación sea resuelta, las personas con discapacidad respirarán aliviados, pues la solución a sus problemas se hallará más cerca, puede que a la salida de casa.

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