“San Violentín”
Recuerdo como si fuera ayer el día que pintamos ese corazón. La casa todavía estaba en pie y su madre, aunque nos echó tremendo pleito por mancharle la pared, dejó aquel testimonio de nuestro amor allí, intacto, hasta el ultimo de sus días.
Ella se fue antes de que las paredes empezaran a agrietarse pero siempre contaba a las visitas que su hijo y su novia, “la de toda la vida, pintaron ese corazón cuando eran apenas unos chiquillos”. Entonces no sabíamos un carajo de la vida pero teníamos la certeza de querer vivirla juntos. Y en eso nos embarcamos.
Lo que su madre nunca supo fue que, al tiempo que las paredes de su casa comenzaban a resquebrajarse, también lo hacían las de nuestro castillo, la fortaleza que creíamos inexpugnable de nuestro amor comenzó también a flaquear. La primera fisura fue un grito, la décima casi no la cuento…
Yo tuve la suerte que otras no tuvieron, la de sobrevivir. Y eso es lo que celebro yo los catorce de febrero, el amor verdadero que ahora, por fín, siento por mí misma.
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