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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Ankor Ramos

Los días transcurren con la misma rutina uno tras otro en Idomeni. Las vías del tren que ya no circula siguen atravesadas por una guagua de militares griegos mientras unos metros más allá, detrás de las vallas y las concertinas, un tanque del ejército de macedonia mira amenazante hacía el interior del campo de refugiados

Se alcanza la zona fronteriza de Idomeni a través de la carretera que le une con el vecino pueblo de Polykastro, que con apenas 8000 habitantes ha visto transformada su vida con el asentamiento del campo de refugiados. No todos los cambios son negativos y tanto Polykastro como Axiopolis (aún menor) han experimentado un auge económico inesperado hace unos meses. El tránsito de diversas organizaciones humanitarias ha supuesto una inyección monetaria considerable en una población tan exigua. Alojamientos, bares, farmacias, supermercados y tiendas de diversa índole han visto multiplicados sus beneficios por la presencia de estos grupos de apoyo en la frontera

Antes de llegar a Idomeni, carretera adelante, nos encontramos con otros campos creados en torno a tres gasolineras de la carretera. Así se identifican con la marca de la empresa propietaria: Eko Camp, Eko Station y BP jalonan de tiendas y refugiados el margen del camino a recorrer. Por debajo del nivel de carretera Hara Camp, donde los refugiados han ocupado el exterior de un vetusto hotel

Un paseo por el campo de Idomeni revela la falta de algunas tiendas. Muchos se desplazan a campos militares que Grecia habilita y donde los refugiados viven con libertad vigilada, al menos mientras dure el visado de seis meses otorgado por el gobierno. Otros, sin embargo, están marchando a cruzar la frontera. Al auspicio de las mafias se une la bravura, sobre todo de los jóvenes sin familia, que se aventuran al paso de las montañas al albergo del mejor tiempo y la ausencia de nieves

Osman, un joven sirio me saluda en el campo, contento y con una amplia sonrisa me declara sus intenciones: “Esta noche, me voy”. Buscará junto con una veintena de jóvenes más un flanco débil en la extensa, montañosa y boscosa frontera de Macedonia para cruzar y seguir camino hacía Alemania. Osman, ya lo ha intentando y fue devuelto “en caliente” por las fuerzas de seguridad macedonias. Ha aprendido y lo va a volver a intentar, tantas veces como lo cojan, él va a cruzar la frontera

El gobierno griego reparte unos panfletos donde llama a los refugiados “invitados” en su territorio, donde declara su inocencia en esta situación de bloqueo y en los que pide a las personas que vayan desalojando Idomeni en cumplimiento de las leyes griegas. Pudiera ser una advertencia, pudiera ser una amenaza ante próximas actuaciones no tan pacíficas de Grecia. Algunos atienden la sugerencia y cada día parten guaguas desde Idomeni a esos campos vigilados y militarizados, aislados de la vista del mundo

Las familias, como la de la pequeña Fowaz con apenas nueve días de vida y ocho hermanos, seguirán atrapadas. Mientras aquellos que emprendieron el viaje con menos carga humana tomaran destino a las montañas en un camino duro, complejo y peligroso convertido en única opción

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