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Ventanas mágicas

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Román Delgado

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Atento llegó tarde, sin quererlo, y tocó con minutos de demora en la puerta vieja y rasgada echada adrede por el agarre herrumbroso. Era la misma pieza de madera que se abría al recinto alumbrado de ideas en que lucía el taller. Otro maldito retraso sin justificar de la dolorida guagua que cubre la línea del barrio al centro del pueblo por la costa, en teoría el trayecto más corto, sencillo y casi sin tráfico, tuvo la culpa de que Atento entrara sin aliento en el volcán literario que había explosionado entre aquellas cuatro paredes mal pintadas, y lo que era peor, que lo hiciera con ideas y creatividad perdidas, abandonadas en el asiento desgastado de la guagua traidora.

Pese al temor y a tal desconcierto, Atento había avisado con golpes de niño chico de que estaba junto a la puerta herida de muerte que daba paso a la fiesta eruptiva y, antes de que alguien acudiera a su rescate, que lo más seguro era que ni se enteraran de toques tan leves, se adentró en el salón de las experiencias y consiguió que todos sus compañeros, alumnos y enseñantes de variado pelaje, le dirigieran una mirada venenosa, asesina... Por lo del retraso. Qué si no.

Atento esquivó las flechas y se metió en el corro sin saber muy bien a qué jugaban o qué aprendían, y lo hizo con tan mala suerte que, después del cese que impuso en la actividad fervorosa del taller, fue a él, ¡las cosas de la vida!, al que tocó improvisar lo de casi siempre en ese mismo círculo: un cuento.

Atento se quedó parado, palo, piedra. “Uuufff...”, resopló, y luego quiso decir algo: “Pero es que quizá lo mejor sea esperar al siguiente pase...”. Iba a ser que no, que la jefa, casi a la vez que él pensaba en convencerla, le hacía con el dedo la indicación contraria. No quedaba otra: o tiraba para adelante o debía desandar el camino, algo imposible con lo ya gastado.

Atento, muy valiente, se puso a la tarea, y dijo: “Vooooy...”. Y fue: “Abrió la ventana en busca de luz y bosque y halló otra ventana, que también abrió y vio una nueva ventana... Y así infinitas veces y ventanas, hasta que decidió cerrar una, la otra y todas las demás para llegar veloz al punto de partida. Ahí paró y reconoció que andaba perdido, que las ventanas se abren en bibliotecas con cuentos. Se dio la vuelta y abrió un libro: ¡magia!, la luz y el bosque”. 

*Relato publicada en el libro de cuentos y otros textos llamado PolicromíaPolicromía 

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