Se cumplen 317 años de la erupción del volcán de Arafo, un fenómeno que “mató de miedo” a unas 16 personas en Tenerife
El 2 de febrero de 1705 una gran sacudida dio paso a la erupción el volcán de Arafo, en Tenerife, isla que, como consecuencia de este suceso, tuvo que posponer las fiestas en honor a su patrona, la Virgen de Candelaria, que se celebraban ese mismo día. Era la séptima erupción volcánica registrada en Canarias, la tercera de Tenerife y la última de una cadena eruptiva que no daba descanso a los tinerfeños. Previamente había explotado el volcán de Sietefuentes (entre el 31 de diciembre 1704 y el 5 de enero 1705) y el de Fasnia (5 de enero al 16 de enero de 1705).
Cabe señalar que esta tercera erupción concluyó el 27 de marzo, convirtiéndose en la más larga de las registradas en Tenerife hasta entonces, con 54 días de actividad. Unos años después, el volcán de Chahorra le arrebataría el récord, permaneciendo activo 99 días en 1798.
Las tres erupciones mantuvieron a toda población isleña en vilo y en total estado de pánico, sobre todo a los habitantes del Valle de La Orotava, al otro lado de la isla, que sentían con fuerza las embestidas de la naturaleza. Los cronistas de la época reportaron en aquellos días 16 muertes, la mayoría “por miedo”; otros, víctimas del desplome de sus viviendas tras cada terremoto. Entre los decesos se cuenta el del obispo de Canarias, Bernardo de Vicuña y Zuazo (1691-1705), que murió en La Orotava el 31 de enero a causa del profundo temor que le produjeron los temblores del volcán de Güímar, tal como señalaron los cronistas en aquella época: “El obispo D. Bernardo Sanzo de Vicuña, que huyó con el clero de La Orotava, murió de miedo en una choza donde lo habían acogido”.
Este fenómeno no solo dejó muertes, también se contabilizaron hasta 70 edificaciones destruidas, emisiones de dióxido de azufre, piroclastos y una oleada de robos que obligó a poner rondas de vigilancia.
El relato de la erupción ha quedado bien recogido en el artículo La erupción volcánica de 1705 en el Valle de Güímar, un suceso que produjo daños en los tres pueblos de la comarca y una gran inquietud en toda la isla, del cronista oficial de Güímar y Candelaria e Hijo Adoptivo de Arafo, Octavio Rodríguez Delgado.
En el artículo, Rodríguez cita a José de Viera y Clavijo, quien resumió así lo acontecido en 1705: “La primera erupción se verificó el 31 de diciembre en el Llano de los Infantes sobre Icore, en el país de Güímar. Solamente corrió el tercio de una milla. La segunda, en 6 de enero de 1705, distante una legua de la otra, junto a la cañada de Almerchiga. Corrió legua y media por la madre del barranco de Areza o Fasnia que, siendo muy honda, la dejó a nivel con las demás tierras de los bordes; pero el día 13 se extinguió. La tercera erupción fue el 2 de febrero al anochecer, a dos leguas del antecedente, por entre los dos roques. Esta corriente se dividió en dos brazos: el uno corrió más de una legua por el barranco de Arafo hasta cerca del mar; el otro se extendió por el Melosar, de donde arrancó tercer brazo que amenazaba echarse sobre el lugar de Güímar, a no haber encontrado estorbo que le obligó a retroceder”.
Por su parte, en 1881, Agustín Millares se refiere a la erupción como “una terrible calamidad que afligió a este pueblo en el siglo anterior”. Además, desvelaba que se trató de una erupción “originada a través de una fractura lineal de varios kilómetros, que durante tres meses tuvo en vilo tanto a los habitantes del sureste de Tenerife como de toda la isla”.
Tras la erupción del 2 de febrero, recoge el cronista en su artículo, “dos arroyos de lava que salían del cono eruptivo se dirigían al lugar de Arafo y de allí podía bajar a Candelaria, por lo que las autoridades de la isla determinaron llevar la imagen de la [virgen] Candelaria a La Laguna, hasta que se sosegase la erupción; así se ejecutó al día siguiente”.
La erupción se mantuvo dos largos meses y fue la más espectacular, “siendo visible desde La Orotava”, apunta Rodríguez. “Las lavas cercaron por completo la alquería agustina de ”Lo de Ramos“, cuyas ruinas se conservan aún. Como consecuencia de la erupción los araferos tuvieron que huir, abandonándolo todo, y se dirigieron en su mayoría a Candelaria; asimismo, es fácil imaginar que ante el temor de la destrucción del pueblo, el capellán y los vecinos sacaran en rogativa a la imagen de su patrono, San Juan Degollado”.
La erupción de 1704-1705 dista de la vivida en La Palma entre el 19 de septiembre y el 25 de diciembre de 2021, aunque ambas comparten un carácter fisural estromboliano y una impresionante fuerza destructora para cambiar el paisaje. En la isla bonita, por ejemplo, las coladas de lava sí llegaron al mar acabando con miles de edificaciones a su paso, no sucedió así en el caso de los volcanes de Güímar, que se frenaron kilómetros antes de llegar a la costa y a penas se reportaron 70 viviendas destruidas, muchas por los movimientos sísmicos, en un valle que entonces estaba muy poco poblado. Hoy las cosas serían muy diferentes, como ha demostrado la reciente erupción en Cumbre Vieja.
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