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La familia del empresario asesinado hace mes y medio en Tenerife pide ayuda para dar con el asesino: “Era un hombre bueno”

El empresario asesinado, junto a su hermana durante un viaje.

Álvaro Morales

30 de abril de 2025 11:47 h

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Ha pasado un mes y medio desde que “un hombre bueno” fue asesinado sin motivo aparente en la selecta zona portuense de La Paz y su familia no soporta la creciente impotencia, frustración, rabia y profundo dolor que les supone que han perdido a Fran, seguramente, por una trágica conjunción de casualidades y contingencias, pero, sobre todo, por la acción cobarde y terminal de alguien que sigue sin ser hallado y que estaba solo aquella madrugada del 16 de marzo de este año. Por eso, durante la mañana de este miércoles, los familiares han emitido un nuevo comunicado rogando colaboración ciudadana para intentar conseguir alguna pista, algún detalle, alguna grabación o confesión que arroje luz y esclarezca el asesinato de alguien que, según recalca su hermana, Elisabet Rosales Santana, no tenía enemigos conocidos, ni se metía con nadie y era querido y reconocido por sus muchos clientes de sus negocios en el Puerto de la Cruz y por sus amigos y conocidos.

El nuevo comunicado difundido reza así: “Por parte de la familia de Juan Francisco Rosales Santana, solicitamos de la ciudadanía colaboración para averiguar cualquier dato que nos lleve a localizar al asesino de mi hermano. Los tristes hechos sucedieron la madrugada del día 16 de marzo en la calle Aceviño del Puerto de la Cruz, cuando un indeseable se cruzó en su camino y le agredió de muerte sin tener ocasión para defenderse. Esta persona ni siquiera se paró a socorrerle.Tanto su madre, como yo, su hermana, cuñado y sus sobrinos nos encontramos muy afectados por la triste marcha de nuestro querido Fran, por lo que nuevamente rogamos que nos ayuden para poder hacer justicia y llevar a este indeseable ante los tribunales”.

Elisabeth, la hermana de Fran, el empresario asesinado en Puerto de la Cruz.

Cuestión de segundos

Fue cuestión de unos segundos, seguramente de un arrebato, un impulso, una atrocidad injusta, un empujón sin motivo con caída mortal, quizás un puñetazo terminal, una agresión sin mediar palabra ni provocación… No se sabe, se sigue investigando, pero, como recalca Elisabet, la vida de mucha gente ya no es la misma desde la 01.00 de la madrugada de ese domingo 16 de marzo y cada día que pasa el dolor y la impotencia se hacen cada vez más insoportables.

Fran tenía 59 años, regentaba desde hacía mucho tiempo los negocios familiares en la portuense calle La Hoya (la célebre tasca Simpson y La Cantina, en poder de la familia desde 1975) y, como no para de remarcar su hermana, resulta casi imposible escucharle a alguien algo malo sobre su persona y trayectoria desde que se supo la tragedia. Su familia, desesperada, suplica, ruega, implora ayuda, pues de momento no se ha dado con el o los/las asesinas y cómplices, y tampoco ha aparecido ningún testigo que esclarezca o aporte pistas determinantes a esta tropelía. Eso sí, la persona que acompañaba en aquel momento a Fran, su amigo Juan, de La Orotava como él, dice que escuchó a chicos y chicas jóvenes con acento canario. Pocas pistas más, pese a que la zona está llena de comercios (de soubenirs turísticos…), hay hoteles y apartamentos en esa calle, tascas y discotecas célebres (el City, La Habanera…), una parada de taxis cercana, un supermercado, una pizzería que aún estaba abierta y, por ende, quizás alguna cámara de seguridad que pudo grabar lo ocurrido o parte. 

Junto a Juan y otros amigos con los que solía verse en La Paz los sábados, Fran se echó una copa (no bebía más de eso, ni fumaba y llevaba una vida absolutamente tranquila) en el City, la célebre tasca-bar de esta calle principal de una zona de alto nivel. El autor del homicidio fue también a por Juan, pero sus acompañantes le dijeron que lo dejara ya, con Fran en el suelo y unas horas de lucha infructuosa por delante contra la muerte, que se consumó el martes en el hospital.  

Fran, el empresario asesinado el 16 de marzo de 2025 en Puerto de la Cruz.

La inseparable hermana de Fran, Elisabet, vivía con él, su marido, sus dos hijos (sobrinos del asesinado) y su madre (de 83 años) en La Orotava. Y lo hace, recalca, sin rabia, pero destrozada por una tristeza tan honda que sólo compensa ahora con la necesidad de saber qué pasó realmente, por qué ese atroz final para una persona que, como subraya, “jamás tuvo un problema con nadie, era callado, tranquilo, nunca se metió en ninguna pelea ni se le conoce nada pendiente ni ninguna reclamación: nada. Es más, si fuera una venganza, no tiene sentido que se haga en una calle como esta y a esa hora”. 

Elisabet no entiende qué pudo pasar, aunque se muestra alarmada con que algo así pueda suceder en cualquier momento, exige mucha más seguridad en las calles y lamenta que, de momento, no haya un testigo, una grabación de cámaras de seguridad, un arrepentido/a o alguien que pueda ayudar en la investigación. Por eso, porque su vida y la de los suyos, la de los que querían a Fran, se ha parado, quiere saber qué y por qué pasó. De ahí el nuevo comunicado y su constante lucha por la verdad y la justicia.

Vida totalmente tranquila y centrada en su familia 

Según subraya, su hermano había llegado a un punto en su vida que hacía las horas mínimas en su tasca para estar el máximo tiempo posible con su madre y sus sobrinos: de hecho, entraba a las 16.00 y cerraba a las 22.00, junto al marido de Elisabet, que se encarga de otro negocio de la familia anexo en la también célebre calle La Hoya. Además, y cada vez que podía, hacía viajes con Elisabet o sus sobrinos, como el último a Santander con los hijos de su hermana. Fran y Elisabet estaban más que unidos y esto destroza aún más a quien sobrellevó su estancia en el hospital, el terrible desenlace final y el proceso de incineración, siempre junto a su marido y una amiga médico, ya que no entiende cómo alguien tan bueno y tranquilo como su hermano puede acabar su vida así. Cómo se la pueden arrebatar, arrancar, robar sin ningún motivo. 

Es más, y para evitar un efecto dominó aún más dramático, prefirió contarle definitivamente lo que había ocurrido a su madre junto a un centro de salud por su más que presumible reacción, tras ir goteándole lo que había pasado poco a poco: que se había caído, que estaba mal, que lo habían llevado al hospital, que iba a peor… Aunque ayer prefirió al principio que su madre no estuviera en la conversación, acabó llegando por su propia iniciativa al porche de su casa y, si bien con mucha entereza, dejó claro su desgarrado y desgarrador dolor que le han clavado para siempre por la injusticia con su hijo, que sólo podrá paliar un poco si sabe algún día qué pasó y, sobre todo, si se hace justicia, aunque eso ya nunca le devolverá a su Fran.

Elisabet no se cansa de recalcar lo irracional de lo ocurrido “con alguien que iba al City a verse con sus amigos habituales que se encuentran ahí desde siempre los sábados, como pasó ese sábado con Juan, que también es de La Orotava, y que jamás se metió en ninguna discusión, pelea… En nada. Encima, esto le ocurre en plena calle, ni siquiera en la acera, y cuando iba a recoger las llaves de casa a su coche para subir luego en un taxi porque él no bebía más que una copa, una sola, y el dueño del City lo puede corroborar. Cogía taxis por aquello de los controles. Tenía una vida totalmente tranquila y familiar, estábamos todo el día juntos o en contacto, se llevaba los fines de semana a mi madre a caminar por Las Caletillas, su última pareja, durante 8 años, era una guardia civil… No tiene sentido”. 

Según lo que ha podido averiguar, sobre todo por el relato de Juan, su hermano cruzó la calle poco antes del paso de peatones de los apartamentos Massaru y en ese momento salió alguien de un grupo, “dice que de gente joven, también con chicas, y canarios (aunque no recuerda un rostro, más detalles). Esa persona le dio un puñetazo, le empujó o lo que fuera, acabando Fran en el suelo en medio de un charco de sangre y falleciendo al final por muerte cerebral por un único golpe y pese a que la ambulancia llegó enseguida”. 

Frente a algunas tesis extendidas, deja claro que no se dio una agresión con una botella, “pues no hubo ningún resto de cristales”, y señala que sí se le ha llegado que ese día había un grupo de gente rompiendo papeleras. Incluso, no descarta que todo obedezca a un simple arrebato, una mirada atrozmente interpretada “o hasta un juego de rol o una apuesta”. Su desesperación es tal que, como le pasaría a cualquiera, la especulación y la imaginación se disparan, aunque es totalmente normal ante la falta de novedades, pistas o avances un mes después en un sitio que, a la 01.00 de la madrugada, presenta otros bares y salas de fiesta abiertas, taxis, residentes, turistas, gente de marcha (era, encima, el sábado del coso del Carnaval en el Puerto y había verbena junto a la plaza del Charco).

Por supuesto, confía en la investigación policial y no quiere interferir ni perjudicar nada, pero necesita volver a rogar colaboración ciudadana: “Algo tengo que hacer, aparte de que esa persona está ahora en la calle y puede hacer esto mismo en cualquier otro momento”. Seguramente jamás saldrá de la “tortura que estamos sufriendo estos días”, pero, al menos, seguirá luchando para que alguien se atreva a ayudarles y se haga justicia a un hombre bueno. “Alguien tuvo que haber visto algo; seguro, es imposible que no sea así”. Ojalá se atrevan, aunque sea desde el anonimato…   

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