El dóberman Cascos se va del Gobierno como llegó: haciendo ruido y en contacto con el arte. Llegó, recuerden, entrando a un concierto en Madrid cuando ya se habían cerrado las puertas, y es fama que hay que esperar a que el director promueva un paroncito para hacerlo. Se va entre esculturas de Chirino compradas a su novia. No sabemos si es amor, estupidez o estrategia para ligar, pero cualquiera sabe que eso no se hace. Lo de este hombre no es el arte. En la escuela donde estudió era el fachilla del curso, y como ingeniero no se le conoce actividad notoria; como ministro, ya ven, no llegó al nivel de Borrell, el antecesor de su antecesor, que estos días también anuncia retirada. Pero Borrell se va en silencio; los dóberman ladran demasiado. En todo caso, la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria ganó una escultura fenomenal. Bien haría Santa Cruz en exigir a Cascos que le compre un Chillida, aunque se lo compren a Marlborough. Además,si preguntamos a Castro Cordobez por la galería que vendió las esculturas de la circunvalacion, de Las Palmas de Gran Canaria, también aparecerá el amor. No lo duden.