Un viaje al mítico oasis de Siwa. Un milagro en medio del desierto egipcio

Las ruinas del famoso Oráculo de Amón asoman tras las palmeras del oasis de Siwa.

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Es, quizás, el oasis que mejor hace honor a su nombre del mundo. A más de 600 kilómetros de El Cairo y cerca ya de la frontera con Libia, este complejo de lagos, lagunas, manantiales y acequias es el resultado de un verdadero milagro. El de una sucesión de grietas y ríos subterráneos que riega una pequeña porción de 80 kilómetros de largo y unos 15 kilómetros de ancho en medio del Desierto del Sáhara (está a trece metros por debajo del nivel del mar). El agua convierte este sitio rodeado de arenas en una mancha verde en pleno desierto. Un lugar de enorme importancia natural e histórica. Un enclave que, por ejemplo, marca la frontera Este del mundo bereber. Un pequeño paraíso que, también, marcó el límite oeste de la civilización egipcia y fue punto de contacto del país del Nilo con las tribus que habitaban el norte de África. Esto es Siwa. Todo un mito que, gracias a la cercanía con la frontera libia (unos 50 kilómetros) se ha mantenido relativamente apartado de los circuitos turísticos. Hasta bien entrada la década de los 90, para viajar hasta aquí se precisaba de un permiso especial del Ejército. La apertura al turismo, sin embargo, no produjo la masificación del lugar. La cercanía con la inestable Libia y lo remoto del lugar ha mantenido este lugar alejado de las hordas turísticas. Y eso lo convierte en un verdadero paraíso para viajeros de verdad que, paradójicamente a su lejanía de los grandes centros de poder del país, es un lugar muy seguro.

¿CÓMO LLEGAR HASTA SIWA? Como te decíamos anteriormente, el oasis se encuentra bastante lejos de El Cairo. El Aeropuerto más cercano es el de Marsa Matrouh, en la costa mediterránea occidental del país -un lugar que tiene playas que son una auténtica pasada-. Este aeropuerto tiene conexiones con El Cairo. Desde aquí puedes tomar el autobús de la compañía West & Middle Delta Bus que demora cuatro horas en llegar hasta Siwa (unos 4 euros). Esta línea de autobús viene desde El Cairo -Turgoman Station - (doce horas hasta el destino final y unos 12 euros) con parada en Alejandría (ocho horas hasta Siwa y un costo aproximado de ocho euros). Una opción más cómoda desde Marsa Matrouh es el servicio de minibuses que parte desde la Plaza que está cerca de la Mezquita Rey Fuad. El viaje dura aproximadamente lo mismo pero vas a ir más cómodo y el precio es sólo un poco más alto (como 6 euros al cambio). Desde el oasis de Bahariyya (424 kilómetros al oeste) no hay servicios de transporte público, pero es posible ir en 4x4. El viaje dura unas seis horas y el precio del alquiler del vehículo ronda los 65 euros (aunque vas a tener que regatear bastante).

QUÉ VER EN SIWA.- Hay mucho más de lo que puedes imaginar.  Este lugar es uno de los lugares más importantes del oriente sahariano. Fue el refugio de los hombres y mujeres que, a lo largo de generaciones, vieron como el Sáhara se convertía en un desierto. Y tras la culminación del proceso, punto de escala obligado en el camino hacia el Valle del Nilo. No es de extrañar que los faraones pusieran sus ojos en este lugar por su importancia estratégica. Este es el lugar al que el rey Cambises II de Persia mandó al ejército que fue engullido por las arenas y que encendió la imaginación del mítico Conde Almasy, el espía que inspiró la película ‘El paciente inglés’. Un lugar famoso desde tiempos muy remotos por su agua y su sal –aquí se han encontrado huellas humanas impresas en barro petrificado con más de un millón de años de antigüedad-. Por eso Egipto lo ocupó y lo convirtió en la primera línea de defensa ante las feroces tribus bereberes inaugurando una sucesión de idas y venidas con muchos siglos de gloria y otros tantos de decadencia. Uno de los rastros de ese antiguo esplendor es el Templo de la Revelación de Amón, el famoso Oráculo de Siwa. Este lugar mágico rivalizó con otros recintos adivinatorios como Delfos o Mileto y fue un importante centro de peregrinación en el mundo antiguo con visitantes tan ilustres como el mismísimo Alejandro Magno. Los faraones pasaban temporadas en el lugar para atraerse la gracia de los dioses. Una de las pozas de aguas termales esparcidas por el oasis recibe el nombre de Piscina de Cleopatra, ya que dicen que era la preferida por la última gran reina de Egipto para bañarse durante sus visitas al oráculo. Del Templo de Amón apenas quedan muros derruidos y algunas muestras de su grandeza. Pero desde el Oráculo puedes ver unas vistas alucinantes de este verdadero tapiz de copas de palmera del que emergen, como islas, otros viejos templos y ruinas de adobe. Es el caso, por ejemplo, de Umm Ubedah, a medio camino entre el oráculo y la Piscina de Cleopatra.

Siwa es el único enclave bereber de Egipto con todo lo que esto implica. Esta etnia del norte de África es muy suya y son muy celosos de sus tradiciones. Como sucede en otras zonas de influencia bereber desde aquí hasta las Islas Canarias, se mantienen costumbres muy arraigadas que traspasan las reglas religiosas. En Siwa, por ejemplo, se celebraron bodas entre hombres hasta mediados del siglo XX, cuando fue expresamente prohibido por las autoridades egipcias. Esta zona del desierto vivió siempre en una efectiva libertad pese a los imperios, las revoluciones o los cambios de creencias. Y el matrimonio homosexual entre hombres fue uno de los muchos ejemplos de esa libertad que los hombres y mujeres de Siwa defendieron a través de las armas durante siglos. Como sucedió con el ejército de Cambises II. Muchos historiadores dicen que la expedición desaparecida es un mito, pero los pobladores del oasis mantienen que hay un valle cercano, y secreto, dónde basta escarbar un poco para encontrar miles de huesos. Encontrar el ejército sepultado fue la obsesión de Almasy.

Para darse cuenta de lo que fue este lugar hasta hace bien poco hay que internarse en el laberinto de Shali, la ciudad de adobe que sirvió de capital de Siwa hasta el primer tercio del siglo XX cuando sufrió severos daños a causa de unas inusuales lluvias torrenciales. Pero aún con sus muros desnudos y muchos techos caídos, esta ciudad de barro y piedra de sal impresiona.  Callejea sin problemas. Nadie te va a molestar. Antes de subir a la Montaña de los Muertos (Gebel al-Mawta), dónde podrás ver tumbas que abarcan varios milenios desde el antiguo Egipto hasta tiempos de Roma –Los mausoleos de Si-Amun; Mesu-Isis; Niperbathot y la conocida como tumba de los cocodrilos tienen pinturas murales-, visita la Casa Tradicional, un pequeño museo que recrea una casa de Shali y muestra como se vivía en este lugar hasta hace pocas décadas. Hay otras muchas cosas que ver y los restos de las viejas civilizaciones se solapan con las casas en las que viven los casi 30.000 habitantes del oasis. Date el gusto de caminar de un lado a otro entre los palmerales y los huertos. Ahí podrás ver como se han mantenido durante siglos y siglos los diques, acequias, albercas y pozos que conducen el agua a todos los rincones de Siwa y convierten a este lugar en un paréntesis de vida rodeada de desierto. Apenas a unos centenares de metros al sur de las últimas palmeras te topas con el Mar de Arena, un inmenso campo de dunas.

Los lagos de siwa.- El agua es responsable de este milagro verde. Ya te hablamos del Juba Bath, más conocido como Baño de Cleopatra pero los manantiales, albercas y pequeñas lagunas aparecen por todos lados entre las palmeras. El más grande de todos es el pozo Abu Sherouf, una de las principales fuentes de agua del lugar y surtidor preponderante del lago Zeitun uno de los tres grandes espejos de agua que forman Siwa (los otros son el Siwa y el Maraqi). Hasta esta parte del oasis apenas llegan los turistas, que se concentran en los alrededores de Shali. Una buena opción para conocer los diferentes lugares de interés es alquilar una bicicleta y rodar bajo las palmeras por los caminos de tierra. Otro de los puntos estrella del oasis es la Isla Fatna. Hace siglos, este pequeño promontorio que apenas emerge dos metros del nivel de las aguas estaba en mitad del lago pero hoy es una península con vistas privilegiadas al oeste –justo en el límite de los palmerales-, lo que garantiza gloriosas puestas de sol y no menos impresionantes noches estrelladas.

Fotos bajo Licencia CC: Heather Cowper; Vyacheslav Argenberg; Thom Chandler

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