Las Pampas del Salitre: un paseo por los pueblos fantasma del norte de Chile

Pueblo fantasma de Humberstone, una de las más grandes salitreras de Chile.

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El desierto de Atacama ocupa más de la mitad del territorio chileno. Unos kilómetros al norte de la ciudad costera de Valparaíso, el paisaje cambia por completo y se olvida del verde adelantando que entramos en el trozo de tierra más árido y seco del planeta; un lugar de pampas pedregosas y arenas que solo se interrumpe en las franjas de vida que riegan los torrentes que bajan de la cercana Cordillera de Los Andes. Pero el desierto no es un espacio vacío. Ni mucho menos. Está lleno de lugares que cuentan historias. Algunas terribles. Otras gloriosas. Y una de las historias más importantes de estas tierras tiene un nombre: salitre. La abundancia de nitrato de sodio en las zonas costeras de Atacama provocó una verdadera revolución a mediados del siglo XIX. Provocó enormes concentraciones de riqueza, movimientos masivos de población hacia las zonas de extracción, una verdadera fiebre económica y hasta una guerra que dejó toda el área bajo control chileno (la Guerra del Pacífico que enfrentó a Chile con Perú y Bolivia).  

La zona rica en caliches (salitre) se encuentra en una enorme área de terreno que se extiende entre la ciudad de Antofagasta y el Río Camarones (619 kilómetros en coche por la Ruta Panamericana). En el periodo de máximo esplendor de la actividad (a finales del siglo XIX) estaban en funcionamiento 170 oficinas, explotaciones que integraban en un mismo espacio las minas de extracción, las factorías de refino y embalaje y las viviendas de los miles de obreros que se desplazaron desde todos los puntos de Chile, Bolivia y Perú para trabajar. Desde aquí, el salitre se exportaba a todo el mundo. Al principio se usó para fabricar pólvora (ya se extraía durante la época española), pero sus propiedades fertilizantes ocasionaron un verdadero boom internacional que inundó Chile de divisas. Pero fue una gloria efímera. La aparición de sustitutos artificiales hundió los precios y, poco a poco, las oficinas fueron cerrando dejando tras de sí un reguero de factorías abandonadas y pueblos fantasma. Hoy, estos pueblos son uno de los recursos patrimoniales más importantes de esta región.

Camino hacia el norte.- Las oficinas salitreras se extienden a lo largo de una enorme porción de terreno. Muchas de ellas se encuentran a la vera de la Carretera Panamericana (Ruta Nacional 5) por lo que si viajas en coche las verás pasar como un rosario de viejas ruinas oxidadas. En Antofagasta, la salitrera visitable más importante es la Oficina Chacabuco, una de las últimas y más modernas explotaciones del norte chileno. Se construyó en 1922, poco antes de que el negocio colapsara. Otra infraestructura vinculada al caliche en las proximidades de Antofagasta es el Nudo Ferroviario Baquedano (Acceso por Ruta 5), una gigantesca estación de tren que se construyó para trasladar el salitre hasta los diferentes puertos de embarque. Hoy funciona como museo. Ya en ruta hacia el norte nos vamos a encontrar con otras dos oficinas que se cuentan entre las más importantes: Pedro Valdivia y María Elena. En este último caso, la continuidad de la actividad minera ha conservado a la población en el lugar, aunque ya en forma de pueblo consolidado. Si te apetece parar por aquí no dejes de visitar el modesto cementerio de Coya Sur, lo único que queda de la antigua salitrera.

El camino hasta Iquique depara algunas sorpresas que ponen de manifiesto que un desierto es todo menos un desierto. En Quillagua, por ejemplo, una comunidad de origen Aymara ha convertido las arenas y rocas en un verdadero oasis donde prosperan los huertos y los frutales. El Río Loa excavó aquí una amplia trinchera que los hombres y mujeres han transformado en una pequeña pausa verde en medio de la nada. Y ya a la entrada de la famosa Pampa del Tamarugal, puedes subir a los cerros para ver los Geoflifos de Pintados, una impresionante colección de 450 grandes figuras ‘dibujadas’ en las laderas que ocupan más de tres kilómetros de extensión. Dicen los que saben de estas cosas que estas marcas gigantescas servían para guiar a las caravanas que se movieron por estos lugares durante milenios. Entramos, a partir de aquí, en la zona con mayor concentración de oficinas salitreras.

Iquique, la capital del salitre.- Lo que más nos sorprendió de esta ciudad costera fue sus trazas de monumentalidad. Lo que hasta mediados del siglo XIX no era más que una aldea de pescadores creció de manera exponencial gracias al salitre convirtiéndose en uno de los puertos más importantes del país. Pero más allá de sus casonas, Iquique es una pieza fundamental que explica el auge y el derrumbe del mundo del salitre. Fue escenario de uno de los más encarnizados combates navales de la Guerra del Pacífico. El Museo Corbeta Esmeralda (Av. Arturo Prat Chacón, sn; Tel: (+56) 572 530 812) recrea aquellos hechos a través de una cuidada reproducción del buque que se hundió frente a las costas de la ciudad tras entablar batalla con un barco peruano. El salitre hizo de Iquique una ciudad próspera. Las huellas más notables de aquel periodo se encuentran en la Plaza Arturo Prat (dónde tienes la Torre del Reloj, y un conjunto de casonas y grandes edificios de entre los que destacan en Teatro Municipal, el Hotel Terrado y la Casa de España) y la señorial Calle Baquedano, flanqueada por antiguas mansiones de finales del XIX y principios del XX. Aquí tienes el Museo Regional (Baquedano, 951; Tel: (+56) 572 544 719), con más que notables colecciones arqueológicas e históricas. De Iquique también nos gustaron mucho sus playas, con muy buenas olas (aunque los surferos locales son bastante hoscos y poco gentiles con los visitantes –todo hay que decirlo-).

Salitre patrimonio de la Humanidad.- De camino hacia las pampas, la carretera sale de la ciudad y asciende hacia Alto Hospicio junto a las impresionantes dunas de Iquique. Una de las actividades turísticas estrella de esta ciudad es descender desde lo alto del escalón que separa el litoral del desierto en parapente (no lo hicimos). La zona de extracción de salitre se encuentra a unos 50 kilómetros de la ciudad. A lo largo de la Panamericana, y en un tramo de apenas 80 kilómetros –hasta Camarones- se suceden casi una veintena de oficinas. La Pampa del Tamarugal fue uno de los puntos más importantes de explotación de los caliches. De entre todas las oficinas hay dos que sobresalen. Humberstone y Santa Laura. En esta zona fue dónde más tiempo resistió la extracción de salitre tras el hundimiento de la actividad. La Oficina La Victoria, por ejemplo, cesó su actividad en 1979. Pero la joya de la corona es el conjunto que forman las oficinas de Humberstone y Santa Laura (Ruta 16 km 47 -Pozo Almonte-; Tel: (+56) 572 760 626).

Estas dos antiguas explotaciones salitreras son uno de los mejores ejemplos de los tiempos postreros de la explotación de los caliches. Se fundaron después del hundimiento de 1929 sobre oficinas anteriores y estuvieron en funcionamiento hasta los inicios de los años 60 del pasado siglo. Adoptaron nuevos sistemas de extracción y transformación con la intención de competir, vía calidad, con los nitratos artificiales. Hoy son la muestra mejor conservada de aquella actividad comercial y, también, un buen reflejo de los modos de vida de los pampinos, los hombres y mujeres que trabajaban y vivían en las salitreras. Por eso están en el catálogo de Patrimonio Mundial de la Unesco y son una de las visitas indispensables que hay que hacer cuando se visita el norte de Chile. Un paseo por las instalaciones de estas dos oficinas es entrar en un momento congelado de la historia. Más allá de la enorme y buena información que se da sobre la industria salitrera, lo mejor de la visita es caminar por los espacios hoy abandonados y buscar las huellas de los que vivieron allí hace más de 50 años. Las tiendas, la iglesia, el colegio, las fábricas y, sobre todo, las casas de las familias de trabajadores. Es algo que impresiona.

Hacia el norte: un pueblo costero y un gigante.- A dos pasos de Iquique hay varios lugares que también merecen una visita. El primero, y más importante de ellos es el Gigante de Tarapacá (Acceso por Ruta 15 desde Huara), un enorme geoglifo de 113 metros de longitud que se cuenta entre los más grandes del mundo. Esta figura que ocupa la ladera norte de un cerrillo que sobresale en un sector de pampa bastante plano. Se ‘dibujó’ en la montaña en un momento entre el 700 y el 1400 de nuestra era y, según dicen, es una representación del dios andino Tunupa-Tarapacá, que sirvió de nexo de unión entre las comunidades serranas y costeras. Merece la pena hacer el desvío para verlo. Y terminamos con el pequeño pueblo de PIsagua. Durante la época del salitre se convirtió en un importante puerto de carga y transporte. Aquí hubo hasta cuatro hoteles y algunos edificios notables. Pero tras la caída de la actividad la población quedó reducida a un par de familias de pescadores. Entonces empezó la historia negra del lugar, que se convirtió en presidio. El lugar se convirtió en uno de los más crueles centros de prisioneros durante la dictadura de Pinochet.

Fotos bajo Licencia CC: Gerardo Rosales; Pierre Doyen; Viajar Ahora

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