Guía de Cantabria Occidental: De Comillas a San Vicente de la Barquera
Cuando dejamos atrás los cantiles que marcan la costa de Santillana del Mar, nos metemos de lleno en un nuevo litoral marcado por la sucesión de rías y extensos arenales. En esta zona de la región de Cantabria brillan con luz propia Comillas y San Vicente de la Barquera. La primera es una villa aristocrática que al albor de su playa supo atraer a buena parte de las grandes fortunas del país que la convirtieron en lugar de veraneo exclusivo. La segunda ejerce de contrapunto humilde a los palacios y villas de veraneo de su vecina, pues es uno de los pueblos de pescadores más auténticos de toda la costa norte. Desde aquí hasta la frontera con Asturias apenas hay dos pasos. Uno puede optar por no despegarse de la costa y hacer alguna incursión asturiana hasta la Cueva del Pindal (acceso por Camino Fimango Alfaro –Pimiango-), una espectacular cavidad a orillas del mar con arte paleolítico rodeada de un entorno de bosques y viejas construcciones medievales como la Ermita de San Emeterio y las ruinas de Santa María de Tina –ambos vinculadas al Camino de Santiago de la Costa-. Otra opción es adentrarse hacia las primeras alturas de Picos de Europa buscando el mítico Valle de Liébana, Potes y Fuente Dé, puerta de entrada de las alturas.
Un paseo por Comillas; la villa aristocrática.- La pequeña villa marinera fu famosa durante siglos por la habilidad de sus arponeros en la caza de ballenas. Pero la actual Comillas es el afán de un personaje histórico con muchos claro oscuros: Antonio López del Piélago y López de Lamadrid. Este señor amasó una enorme fortuna en América y cuando regresó a su pueblo decidió invertir buena parte de su capital en convertir a Comillas en una nueva San Sebastián. Y lo hizo. Ya convertido en Marqués de Comillas, tuvo la audacia de invitar al rey Alfonso XII a pasar un verano y ahí empezó la transformación de la villa en una pequeña ciudad palaciega. Los dos símbolos más importantes del esplendor de Comillas son el Capricho de Gaudí (Sobrellano, sn, una maravillosa villa modernista construida para una de las muchas familias indianas de la localidad, y el Palacio del Sobrellano (Sobrellano, sn), residencia palaciega del propio Marqués de Comillas. Esto no es una villa más. Es un edificio fastuoso del arquitecto catalán Joan Martorell diseñado como un homenaje a la arquitectura medieval que cuenta con su propia capilla y hasta con un mausoleo para la familia. Todo un alarde de poderío económico y simbólico.
Dinero llama a dinero… El esplendor de Comillas atrajo la atención de numerosas familias acomodadas que construyeron aquí sus palacetes y villas de verano. Muchas de ellas eran, como el propio marqués, indianos enriquecidos. El otro gran edificio monumental de Comillas es la sede de la Universidad Pontificia de Comillas (Avda. de la Universidad Pontificia, sn), obra de otro ilustre de la arquitectura catalana: Lluis Domènech i Montaner. Esta institución de enseñanza superior se instaló aquí por iniciativa del marqués y, como no podía ser de otra manera, no se escatimó en gastos. El campus de la universidad es una verdadera joya arquitectónica que emula a los campus medievales ingleses. Ya a las afueras de la ciudad nos encontramos con otros dos hitos de esa Comillas opulenta y excesiva: La Casa del Duque de Almodóvar del Río (Prado de San José, 7) es una muestra del poder de atracción que ejerció la ciudad con su desbordamiento aristocrático. Esta casona imponente pertenece a una familia de rancio abolengo andaluz que decidió poner aquí su ‘chalecito de verano’. Este palacio sirve de entrada al Parque Güell y Martos (Garelly, 9), un jardín con elementos arquitectónicos diseñado por Lluis Doménech i Montaner. En el cercano Cementerio de Comillas (Las Paserucas) puedes encontrar algunos mausoleos modernistas donde reposan los despojos de los más ricos del cementerio. Obras de arte para perpetuar la desigualdad más allá de la muerte.
Pero Comillas existía mucho antes de que el Marques la convirtiera en el centro de sus caprichos de indiano enriquecido. En torno a la Iglesia de San Cristóbal (Constitución, 1) puedes ver un casco histórico de casas de piedra con balcones de madera en el que puedes ver algunos edificios históricos como la Cárcel Vieja (La Peña, 6) o el antiguo Asilo Hospital (Claudiio López, 38) que ejerció durante siglos de albergue de peregrinos. Y la playa… También está la playa.
Camino de San Vicente de La Barquera.- El trayecto por los últimos kilómetros de costa cántabra está marcado por la desembocadura de una sucesión de ríos y arroyos que han creado rías vastísimas adornadas con arenales. El Parque Natural de Oyambre agrupa un puñado de playazos y marismas que culminan en la Ría de Pombo, un gigantesco humedal intermareal situado a los pies del casco histórico de San Vicente de la Barquera. Llegar aquí con marea baja es un espectáculo de lodos verdes y barcos varados, pero llegar con marea alta es aún más impresionante: el mar penetra varios kilómetros tierra adentro creando un verdadero ‘fiordo’ de prados verdes y bosques a la orilla del agua. Y San Vicente como premio mayor. Aquí vas a encontrar los restos de un viejo castillo medieval, un hospital de peregrinos y un mirador junto a la iglesia desde donde puedes ver la mole de los Picos de Europa. Un espectáculo grandioso. En San Vicente tienes el Centro de Interpretación del Parque Natural de Oyambre (Barrio Boria, sn). Merece mucho la pena ir a verlo.
Subir hasta Celis para visitar la Cueva Chufín.- Altamira ejerce de ‘capilla Sixtina de nuestro arte paleolítico, pero la cornisa cantábrica es generosa en cuanto al catálogo de arte rupestre prehistórico. Subir hasta Celis desde la costa merece la pena por varias razones: la primera es disfrutar de los preciosos paisajes campesinos de la región. Seguimos el cauce del Río Nansa desde la Ría de Tina Menor y la bonita Playa del Sable (que bien merece una parada) y nos internamos en un paisaje de prados y algunas manchas de bosque como el que puedes ver en el Mirador de la Cofría (CA-181). El Nansa sigue aquí un camino de meandros amplios que permiten ir acercándose al cauce a través de su senda fluvial e ir descubriendo miradores, tramos de bosque en buen estado y algunas joyas históricas como la Torre de Cabanzón (Barrio Camijanes, 34), una antigua fortificación señorial del siglo XII, o la Ferrería de Cades (Lugar Barrio Cades, 4), una fragua del siglo XVIII.
Pero la joya de la corona es la Cueva del Moro Chufín (Diseminado Celis, 134) donde aparte de grabados y pinturas esquemáticas nos podemos encontrar con el bestiario habitual del arte parietal cantábrico: bisontes, caballos, bóvidos, ciervos, cápridos y hasta una figura que parece ser antropomorfa. Es un lugar bonito de ver. Está claro que Altamira es Altamira, pero poder ver pinturas originales es algo especial que te transporta y te conecta con aquellas gentes de hace más de 15.000 años. Siguiendo la carretera valle arriba puedes visitar algunas aldeas bonitas de ver como la propia Celis o Puentenansa.
Fotos bajo Licencia CC: Jim Anzalone; Chris; juantiagues; Graeme Churchard; Paulo Valdivieso; Miguel Ángel García
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