Península de Cornualles: los encantos de la Riviera inglesa

Barcos en el puerto de Padstow, uno de los más pintorescos de Cornualles. Ed Webster

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La tranquila localidad de Looe se asoma al mar a través de una pequeña playa de arenas blanquísimas que contrasta con el verde los pastos. Las casitas blancas se apelotonan en la orilla del East Looe River que, poco antes de llegar al mar, se ensancha creando un puerto perfecto donde, hoy, se mezclan los veleros de recreo con los pocos barcos de pesca tradicionales que aún siguen faenando por las aguas del Canal de La Mancha. El conjunto es bucólico: las casas blancas con techos de pizarra –las típicas cottage británicas-, los viejos pubs, las gaviotas… Cientos de ellas. Según cuentan, un viaje a esta parte del país –la propia Looe o la vecina Fowey según la guía que se lea- sirvió a la escritora Daphne du Maurier para escribir una de sus mejores novelas: Los Pájaros. El mítico Alfred Hitchcock trasladó a la costa de California esta historia que la mente prodigiosa de du Maurier situó acá, justo a las puertas de la Península de Cornualles (Cornwall, en inglés).

Looe suele ser la puerta de entrada a este maravilloso rincón de la costa inglesa. Una comarca que fue descubierta por los propios ingleses gracias al ferrocarril (la Great Western Railway), que llegó aquí apenas hace 80 años. Entonces, esta península alargada que apunta hacia el suroeste se convirtió en la versión británica de la Riviera (Cornish Riviera). Pero hasta ese momento, Cornualles era un lugar remoto, casi místico. Una comarca en el que se mezclan una belleza paisajística apabullante, los restos aún vivos más auténticos de la cultura céltica en territorio inglés y viejas leyendas como el mito artúrico, del que dicen nació en el Castillo de Tingatel, en la costa norte de la península. También dicen que la Laguna de Dozmary es aún el hogar de la Dama del Lago, el hada que guardó la famosa excalibur y que en el Páramo de Bodmin fue donde el mítico rey murió a manos de su propio hijo.

La ciencia histórica suele ser más gris que las leyendas: Tingatel es una fortaleza del siglo XII construida por los normandos para controlar esta parte del país y es difícil encontrar un pueblo en Inglaterra que no diga tener relación con el mítico rey de la Tabla Redonda… Estábamos en Looe. Este pueblecito es sólo un anticipo de lo que ofrece el extremo suroccidental de Gran Bretaña. A apenas unos kilómetros de aquí se encuentra Polperro: Aquí, el estuario de Looe se estrecha hasta el extremo y apenas caben dos hileras de preciosas cabañas de muros blancos y techos de pizarra en torno a un puertecito encantador. También hay playa, pero es tan chiquita que apenas sirve para que estén veinte personas a la vez. Y aún así, hay dos museos (uno muy curioso con una maqueta del pueblo ideal para ver con los nenes y el otro dedicado al contrabando), una galería de arte y pubs para parar un tren. No es mala idea, si estás en Looe, llegarte hasta aquí por el tramo del Camino de la Costa del Suroeste, un sendero de más de 1.000 kilómetros que recorre buena parte del litoral sur de Inglaterra, que separa a las dos localidades. Es un buen resumen de lo que nos vamos a encontrar en todo el viaje: cantiles, playas, campos verdes y pueblos bonitos.

CAMINO AL LAND´S END.- Hay varias formas de recorrer el ‘país del estaño’, como se conoce a Cornualles por la abundancia de minas de este mineral. Tierra adentro, una red de carreteras rápidas con numerosos tramos de sentido único permiten volar hasta el Land’s End, la punta más occidental de Gran Bretaña, en pocas horas desde la ciudad de Plymouth (apenas 141 kilómetros por las carreteras A30 y A38 –algo menos de dos horas en coche-). Otra cosa es ir y venir por las pequeñas vías rurales que conectan los pequeños pueblos de costa y sus playas con el interior de la península. Las distancias son cortas y en una jornada se pueden ver muchas cosas. Como es habitual en las campiñas inglesas, en pocas millas se amontonan pueblos, viejos castillos, enormes palacios con jardines y viejas piedras que están ahí casi desde que el ser humano llegó por primera vez a estas tierras (hay que recordar que estamos a un par de horas de Stonehenge). En los alrededores de Penzance puede ver varios círculos de piedra (los más interesantes son el de Merry Maidens, Boscawen y el sorprendente Men-an-Tol, con su enigmática piedra agujereada), antiguos fuertes y otros monumentos prehistóricos. Aquí se puede ver una de las mayores concentraciones de arte megalítico de Europa.

El paisaje de Kynance Cove cambia constantemente al capricho de las mareas; las playas de arena blanquísima aparecen y desaparecen y las peñas se convierten en cabos durante las bajamares y en islotes cuando la mar está alta. Esta playa cercana a Lizard Point tiene el honor de ser el lugar más fotografiado de Inglaterra fuera de los paisajes urbanos londineneses. La Punta del Lagarto marca el extremo sur de la isla y es uno de los dos finisterras (fin del mundo) que se concentran en los pocos kilómetros del extremo de Cornualles. Esta parte de la comarca es fantástica. Quizás el culmen es la propia Kynance Cove, una de las playas más bonitas que hemos visto, el insólito Teatro Minak, esculpido en un cantil frente al mar o el precioso pueblo de Mousehole (agujero de ratón), con sus casitas de piedra, su puerto y sus barcas de colores, pero en muy poco espacio hay mucho que ver. Un lugar que suele pasar inadvertido es Tremayne Quay , el enorme y fotogénico estuario del Río Helford, que se llena durante las pleamares ofreciendo un espectáculo brutal con el mar llegando hasta las puertas de las casas que se asoman a la ribera –no dejes de pasear un rato por el pequeño pueblo de Helford-.

Otra sorpresa es la Barra de Loe, una enorme barrera de arena que encierra un trozo de mar tierra adentro con imágenes que nos recuerdan al lejano Caribe. Esta es solo una de las enormes playas que se suceden desde Lizard Point hasta Penzance, que ejerce de capital de esta parte de la península y que tiene viejos castillos, museos, hoteles, buenos restaurantes y un casco histórico, como todos los de aquí, muy bonito. Pero antes de llegar a la ‘ciudad’ pásate por el Monte de Saint Michael, un peñasco con una vieja abadía que queda aislado por el mar en marea alta y unido a tierra por un pintoresco camino de piedra a imagen y semejanza (aunque en miniatura) de su par francés (el cenobio primitivo fue construido por los monjes franceses tras la conquista normanda). Hoy alberga un soberbio castillo y sigue siendo uno de los lugares más espectaculares de estas costas. El Land`s End marca el punto culminante de esta ruta; es un lugar que no tiene más que su posición de finisterrae británico. A pocos kilómetros hay una buena playa (Sennen Beach) y un poco más al norte una de las muchas antiguas minas de Cobre y Estaño que dieron fama a esta parte del mundo durante siglos. Lo bueno de la Mina Botallack es que sus ruinas se han convertido en un más que interesante centro de interpretación de la fecunda historia de estas minas que se explotan desde milenios.

SAINT IVES: ARTISTAS, BOHEMIOS Y SURFEROS.- La ciudad de Saint Ives es el corazón turístico de Cornualles. Hace ya mucho tiempo que el turismo desbordó los límites de esta pequeña ciudad costera rodeada de imponentes playas de arena; pero aún subsiste un cierto aura de lugar especial: primero llegaron los artistas y culturetas de Londres, que buscaron aquí un paraíso perdido a pocas horas de la city y después llegaron los bañistas y los surfistas, que encuentran en las costas atlánticas un buen lugar para cabalgar olas. Es un buen lugar para hacer base. De aquellos primeros tiempos quedan numerosas galerías y hasta un pequeño museo de arte contemporáneo. Pero lo mejor de Saint Ives es que da acceso a la fachada atlántica de Cornualles, una sucesión de cantiles, playas y estuarios que culmina en el Castillo de Tingatel, esa fortaleza del siglo XII de la que hablábamos con anterioridad.

Perranporth , Newquay, Padstow… Cada uno de los pueblos costeros repite el esquema: cottages encantadoras, puertecitos de pescadores, playazos en los que da lástima que el agua esté tan fría y mucha autenticidad. Hacia el interior la campiña también tiene mucho que ofrecer. A dos pasos de Padstow se encuentra Pencarrow, una vieja casa solariega con espléndidos jardines, los imponentes páramos de Bodmin (vinculados tradicionalmente con el mito artúrico, o el Círculo de Piedra de Stannon, otro de los muchos rastros de la prehistoria local. Lo mejor de Cornualles es su versatilidad. No hemos hablado de las ‘grandes ciudades’ como Plymouth o la más modesta Falmouth, que tienen sus castillos, sus casas antiguas –el barrio de Barbican de Plymouth es muy bonito-, sus catedrales, sus museos. Son otra opción que añadir. Este pequeño rincón de la costa inglesa es inmensa en atractivos pese a la estrechez de su geografía.

OTRAS VISITAS .- Una de las atracciones más famosas de Cornualles es el Proyecto Edén (Bodelva; Tel: (+44) 1726 811 911) un curioso jardín botánico que aprovecha un viejo crárter para crear varios ecosistemas tropicales bajo cúpulas. Si te gustan este tipo de lugares no está mal. Más tradicional es el Jardín Perdido de Heligan (Pentewan; Tel: (+44) 1726 845 100) un magnífico jardín de especies subtropicales con varios siglos a la espalda y famoso por sus ‘esculturas’ vegetales. Para amantes del mar y los barcos queda el Museo Marítimo de Cornualles Museo Marítimo de Cornualles (Discovery Quay –Falmouth-; Tel: (+44) 1326 313388) que explora el rico patrimonio naval de la región –hay que recordar que el mítico Myflower salió desde Plymouth y que el Cutty Shark tuvo base en la propia Falmouth-. Y si lo que te gustan son los aviones, en el aeropuerto de Newquay se encuentra el Cornwall Aviation Heritage Centre (St Mawgan, Newquay; Tel: (+44) 1637 861 962), unas instalaciones vinculadas a la RAF (Royal Air Force) con una buena colección de aviones históricos.

Fotos bajo Licencia CC: Mark AC Photos; Maarten; Simon Harrod; Jim Champio; www.twin-loc.fr; Ed Webster; Dumphasizer; Francisco Antunes

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