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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

La ironía de la Llibreria Catalònia

Una librería por un McDonald’s. La metáfora más perversa. Una cadena de fast food (en americano, por supuesto), el icono de lo que mamamos ahora; una librería con casi 90 años de historia, el de lo que dejamos de mamar (hace ya mucho tiempo, en realidad). Cuando estudiaba Historia en la facultad, uno de los chistes más crueles, recurrentes y divertidos era: “¿Qué le dice un historiador en paro a uno con trabajo? ‘Dos cheesburger y unas patatas fritas, por favor’”. ¡Qué ironía!

La librería Catalònia, uno de los templos de la cultura escrita de Barcelona, anunció a principios de semana que cerraba: “Más de 88 años después de su apertura y con 82 años de actividad en la Ronda Sant Pere, 3, después de haber superado una Guerra Civil, un incendio, un devastador conflicto inmobiliario, la Llibreria Catalònia de Barcelona cerrará definitivamente sus puertas”, anunció su director, Miquel Colomer, en la página web del establecimiento.

Durante los primeros años de la crisis (2009, o por ahí) se dijo que el sector editorial no se veía tan afectado como otros. Pero no era verdad. Puede que no fuera ni siquiera un espejismo. Los números, con el paso del tiempo, cantan. Nadie pensaba en que en 2012 (¡2013, ya!) la situación financiera, económica, bursátil… ¡yo qué sé!, que la puñetera crisis siguiera mandando en todo el mundo. Y los libros dejaron de venderse. La Catalònia, según su director, cargaba ya con un descenso del 40% en las ventas de los tres últimos años. Superior al del gremio, que es de un 25%, tal vez porque su ubicación, junto a dos monstruos del comercio como la Fnac o El Corte Inglés, puede interpretarse como otra sangrante metáfora para recordarnos que aquello de que David vence a Goliat es sólo una historia bíblica.

Pero este cierre, además de un daño económico y simbólico, es también un daño sentimental. Y vale la pena ponerse tiernos (es inevitable). Y pensar en otros tantos casos similares, más allá de otras librerías que recientemente han sufrido el mismo final que la Catalònia. Y pensar que si un McDonald’s es, para mí, una terrible ironía, un banco, en los tiempos que corren, habría sido ya cachondeo del destino. Serrat recurrió al cuento de Juan Marsé Los fantasmas del Roxy para escribir su canción sobre la demolición en 1969 de ese cine, toda una declaración de amor, nostalgia e identidad. “En su lugar han instalado la agencia número 33 del banco central. Sobre las ruinas del Roxy juega al palé el capital”, canta El Nano.

Queda un consuelo: se dice que el nuevo establecimiento generarà medio centenar de puestos de trabajo. Puede que algún trabajador de la librería, un historiador, tal vez, caludique y siga cotizando legalmente al Estado desde Ronda Sant Pere, 3.

Una librería por un McDonald’s. La metáfora más perversa. Una cadena de fast food (en americano, por supuesto), el icono de lo que mamamos ahora; una librería con casi 90 años de historia, el de lo que dejamos de mamar (hace ya mucho tiempo, en realidad). Cuando estudiaba Historia en la facultad, uno de los chistes más crueles, recurrentes y divertidos era: “¿Qué le dice un historiador en paro a uno con trabajo? ‘Dos cheesburger y unas patatas fritas, por favor’”. ¡Qué ironía!

La librería Catalònia, uno de los templos de la cultura escrita de Barcelona, anunció a principios de semana que cerraba: “Más de 88 años después de su apertura y con 82 años de actividad en la Ronda Sant Pere, 3, después de haber superado una Guerra Civil, un incendio, un devastador conflicto inmobiliario, la Llibreria Catalònia de Barcelona cerrará definitivamente sus puertas”, anunció su director, Miquel Colomer, en la página web del establecimiento.