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Una bomba de realidad (¿o de ficción?)

Todo es una locura. Una pasada. Un atraco que es una obra de teatro, que no funciona, que no gusta, que luego es real, pero los atracadores se matan, y una perfomer fashion lo transforma todo en otra cosa y los protagonistas (¿los atracadores?) se quedan atrapados (atracados, tal vez) y hay un productor forrado de estrupas (de pasta) que los somete, y resolutivos anagramas, y todo lleno de peligros y de tensiones y de recuerdos de una infancia en una casa de putas, y disparos, y largas frases en alemán (subtitulado) y más tiros... Un caos total y genial. Y una experiencia que lleva a preguntarse por los límites del teatro, los límites de la realidad.

Nao Albet y Marcel Borràs lo son casi todo en la obra: autores y directores (como exige el proyecto T-6), protagonistas y personajes a la vez. Sus papeles mezclan verdad e imaginación, como todo en Atraco, paliza y muerte en Agbänaspch. Todo comienza con una escena muy manida, muy vista, tanto, que nos suena familiar: un atraco a un banco de película americana: delicuentes con medias en la cabeza, rifles y seguridad en sí mismos con voces perfectamente dobladas. Perfecto. Pero... “No, no es creíble”. Lo dice Marcel, ante la incomprensión de Nao. “No es realista: ni doblajes, ni disparos al aire porque sí, ni insultos que sólo usan los negros...” Mirado así, parece escandaloso lo que estamos influenciados por el cine americano (bueno o malo...): si escuchamos insultos que sólo usan los negros de Estados Unidos y discursos perfectamente construidos por tipos duros... ya nos lo creemos. Pero los autores pluriempleados de esta obra buscan el realismo puro, el realismo de verdad. Una atraco de verdad. Que funcione o no, pero que sea real.

El camino lo encontrarán gracias a Maria Kapravof y la corriente artística delreproductivismo. Y se alejarán (o eso se pensarán) del pérfido productor Kasinsky. La admirada María desnudará los dos jóvenes de sus sueños infantiles, de los amargos recuerdos que los torturan inconscientemente. Y reescribirá la obra de teatro, el atraco. Y cambiará los papeles: “Sólo tres actores”, dirá, los atracadores. El público hará, sin saberlo, el resto de papeles. Los atracados. El viejo timado en la oficina del banco, el paralítico sorprendente, el elegante y gris empleado de ventanilla...

Todo se torcerá. Nadie resultará ser quien era o quien creía ser. Las sorpresas finales se encadenarán con gracia y ritmo. Una tras otra. Veremos todos los puntos de vista de la cuestión, físicos y argumentales, en una especie de Por delante y por detrás marca de la casa donde la labor de los actores, en esta última representación del T-6, adquiere una gran importancia. Y donde una sorpresa, no sólo en forma de proyecciones sobre una pantalla, acabará convirtiéndose en un genial despedida.

No es nada fácil parir una obra con todas estas características, pero a pesar de su juventud, podemos considerar que Nao Albet y Marcel Borràs tienen el culo pelado de remover los elementos “tradicionales” del teatro para explicar la realidad a su manera. Y nos hemos hecho a la idea. Y nos gusta. Nos cautiva. Agradecemos todo lo que hay de crítica social y necesaria, quizás, a veces, subliminalmente. Y agradecemos que nos hagan ver que todo puede no ser lo que parece. Y que, tal vez, alguien está escribiendo nuestro destino como un guion de una obra de teatro. ¿O no es teatro?

Todo es una locura. Una pasada. Un atraco que es una obra de teatro, que no funciona, que no gusta, que luego es real, pero los atracadores se matan, y una perfomer fashion lo transforma todo en otra cosa y los protagonistas (¿los atracadores?) se quedan atrapados (atracados, tal vez) y hay un productor forrado de estrupas (de pasta) que los somete, y resolutivos anagramas, y todo lleno de peligros y de tensiones y de recuerdos de una infancia en una casa de putas, y disparos, y largas frases en alemán (subtitulado) y más tiros... Un caos total y genial. Y una experiencia que lleva a preguntarse por los límites del teatro, los límites de la realidad.

Nao Albet y Marcel Borràs lo son casi todo en la obra: autores y directores (como exige el proyecto T-6), protagonistas y personajes a la vez. Sus papeles mezclan verdad e imaginación, como todo en Atraco, paliza y muerte en Agbänaspch. Todo comienza con una escena muy manida, muy vista, tanto, que nos suena familiar: un atraco a un banco de película americana: delicuentes con medias en la cabeza, rifles y seguridad en sí mismos con voces perfectamente dobladas. Perfecto. Pero... “No, no es creíble”. Lo dice Marcel, ante la incomprensión de Nao. “No es realista: ni doblajes, ni disparos al aire porque sí, ni insultos que sólo usan los negros...” Mirado así, parece escandaloso lo que estamos influenciados por el cine americano (bueno o malo...): si escuchamos insultos que sólo usan los negros de Estados Unidos y discursos perfectamente construidos por tipos duros... ya nos lo creemos. Pero los autores pluriempleados de esta obra buscan el realismo puro, el realismo de verdad. Una atraco de verdad. Que funcione o no, pero que sea real.