Los recién llegados observan desde el Open Arms el puerto de Barcelona. Ahora, más tranquilos después de la euforia inicial, se encuentran reflexivos esperando el momento de desembarcar. Mustafa, de Egipto, está sentado mirando a un punto indefinido. Sus ojos se empañan. “No puedo describir lo que siento”.
Hussein, el mayor del grupo, pide que se acerque un miembro de la tripulación. “Por favor, llama a mi hijo cuando lleguemos. Dile que su padre ya está en Barcelona”, dice el hombre sirio. Se emociona. Sus compañeros corren a apoyarle y consolarle. Tras siete años atrapado en Libia, está a punto de pisar Barcelona.