ENTREVISTA

Macià Blázquez, geógrafo: “El uso turístico de la vivienda genera unos problemas gravísimos”

Nicolás Ribas

Eivissa —

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Macià Blázquez es catedrático de Geografía en la Universitat de les Illes Balears (UIB), donde imparte estudios de grado y posgrado en Geografía y Turismo desde 1995, especializado en Planificación Territorial Turística. En la UIB también investiga cuestiones relacionadas con el capitalismo, el turismo y su conexión con los grandes poderes económicos, así como el impacto que tiene esta actividad global sobre el territorio, la conservación del medio ambiente, el decrecimiento y la sostenibilidad. En el caso insular, las cadenas hoteleras de matriz balear han expandido sus negocios al Caribe, América Central y el Magreb.

Ha formado parte del Consell Econòmic i Social de les Illes Balears (2008-2011); de la Comisión Técnica para la ‘ecotasa’ del Consell Assessor de Turisme del Govern de les Illes Balears (2002-2003); de la Comisión del Impuesto de Turismo Sostenible (desde 2016); de la Ponencia Técnica de Patrimonio del Consell de Mallorca (1995-2001); de la Ponencia Técnica de Urbanismo y Ordenación del Territorio del Consell de Mallorca (desde 1995) y de la Junta Rectora del Parc Natural de s’Albufera de Mallorca (1989-2001). Ha editado, junto a Ernest Cañada, el libro Turismo placebo. Nueva colonización turística: del Mediterráneo a Mesoamérica y El Caribe. Lógicas espaciales del capital turístico y es coordinador del proyecto Overtouriusm & Degrowth.

Cada vez más investigadores señalan que el decrecimiento no es una opción, es decir, que llegará en algún momento como consecuencia del fin de la abundancia del petróleo y que la única duda es si será planificado o desordenado. ¿Está de acuerdo?

Jason Hickel, investigador de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), diferencia recesión de decrecimiento. Creo que es muy interesante poner el foco en ello porque la recesión es sobrevenida, no planificada e impone un colapso y una crisis que afecta a la población de manera desordenada, agravando las desigualdades y con violencia. Esto es lo que tenemos que temer: una recesión, igual que la que provocó la COVID. En cambio, la propuesta política del decrecimiento es planificada, aplicando, en palabras de Jorge Riechmann, ‘el criterio de la precaución’, es decir, que vayamos dando pasos para estar prevenidos y aplicar medidas que eviten sufrir una recesión. Esto significa no derrochar, medir nuestra huella ecológica, favorecer que haya una distribución más equitativa, que se aprenda a través de una decisión democrática y que se haga con previsión y planificación.

Tanto desde los gobiernos como desde las patronales se habla de ‘recibir menos turistas, pero de más calidad’, siendo ‘calidad’ sinónimo de ‘gastar más’. ¿Qué le parece este discurso?

Habría que redefinir el concepto ‘turismo de calidad’. La calidad podría significar una mejor remuneración de los trabajadores de la industria turística. Podría significar una mejor redistribución o distribución de las ganancias: que no sea un acaparamiento en manos de unos pocos. O podría significar que contribuye al bienestar de la población local y de un contexto más amplio en términos redistributivos. Que el turismo sirviera para enriquecer la vida de la gente, pero que no genere desigualdades, por ejemplo.

Pero, en cambio, si con turismo de lujo te refieres, con más claridad, a una actividad de una ‘clase ociosa’ y derrochadora de consumo o de energía, utilizando ‘jets’ privados que no son necesarios o multiplicando por cinco o por diez el consumo de agua de un turista estándar, tal vez aquí esté la clave que nos favorece como destino de élite, que resulta muy rentable para el capital. Esto hace que se reformen hoteles con fuertes inversiones para mejorar la categoría (incrementando el número de estrellas) o la inversión inmobiliaria en la adquisición de suelo. Es una tendencia que estamos viendo y que, desgraciadamente, genera esta contradicción porque localmente mejora nuestra habitabilidad y rentabilidad y, en cambio, vemos que la sostenibilidad a nivel global empeora.

Hace años que tanto los gobiernos como las patronales turísticas hablan de ‘desestacionalizar’ la actividad económica, es decir, ampliar la temporada turística. ¿Es una contradicción trabajar en aras de este objetivo cuando todavía no se ha podido reducir la llegada de visitantes durante los meses de mayor saturación?

Nosotros hemos planteado la hipótesis de que el escenario tendencial sea el fin del turismo barato. ¿En qué sentido? Si se encarecen las fuentes de provisión de energía y viajar se vuelve cada vez más caro, puede ser que nos encontremos en un escenario en que el modelo de turismo de masas que consistió en conquistar este derecho de incorporar las vacaciones a la bolsa de la compra de las clases medias y trabajadoras, con el Estado del Bienestar, se acabe y solo puedan viajar los que tienen más poder adquisitivo. Son los que se podrían permitir pagar los impuestos a la energía que se utiliza para los desplazamientos aéreos o el impuesto de turismo sostenible, que es más alto durante los meses de temporada alta. Creo que esto va bastante en consonancia con la desestacionalización y con la pérdida de confort climático durante el verano. De esta manera, nos plantamos en un escenario en que deje de llegar turismo de masas durante el verano, porque sea demasiado caro y poco confortable, y pasemos a ser un destino de gente que tiene una segunda residencia, que alquile un piso o que venga a hacer escapadas, breaks, para hacer turismo gastronómico, de compras, cultural o urbano, fuera de temporada.

Hemos planteado la hipótesis de que el escenario tendencial sea el fin del turismo barato. Si se encarece la energía y viajar se vuelve cada vez más caro, puede ser que el turismo de masas se acabe y solo puedan viajar los que tienen más poder adquisitivo

Hay muchas políticas que son pro-cíclicas y que favorecen las ganancias. Se les pone el barniz de 'sostenibilidad', 'circularidad' o 'seguridad', pero van encaminadas a crear un buen ambiente de negocio. Y es porque dentro del mercado, los inversores, los mismos demandantes, se orientan hacia estos nuevos productos y segmentos. La desestacionalización creo que entra a formar parte de esto: pensamos que originalmente puede ser una cosa buena para el medio ambiente y el abastecimiento de agua, pero en realidad creo que hay otros elementos que confluyen con una sinergia para que esto favorezca a las ganancias empresariales dentro del negocio turístico.

Alguna vez han hablado de promover el turismo de proximidad como alternativa. ¿Puede desarrollar esta idea?

Por un lado, planteamos la necesaria transformación social del turismo tal como existe. ¿Cómo querríamos cambiar el turismo que existe en la actualidad? Y luego, planteamos el escenario de cara a un futuro óptimo. ¿Qué papel debería jugar el turismo? ¿Cuáles son las virtudes del turismo? El turismo te permite situarte dentro de un espacio en el que te des cuenta de tu propia existencia a partir de la existencia de los demás y que conozcas lugares que nos hagan entender que al igual que vives tú en tu espacio cotidiano, hay otras personas que viven en su espacio cotidiano. Y esto es virtuoso. El turismo tiene sentido: podemos crecer personalmente para aceptar que, al igual que vives tú y quieres tener unos derechos, otras personas también quieren tener unos derechos. De manera que el turismo tiene cosas ventajosas para la formación, por ejemplo, de los jóvenes, ¿no? 

¿Cómo nos planteamos que debería ser el turismo en este futuro utópico? Pensamos, entonces, que hay que ponerle algunas ‘condiciones’ al turismo. Hay que definir qué es lo que debería condicionar este turismo que nosotros querríamos. Una de las necesidades es que consuma menos energía, que no suponga grandes desplazamientos con una gran frecuencia, por ejemplo. Que si haces un desplazamiento muy largo sea para una estancia muy larga.

El investigador Michael Hall, en un artículo que publicó en Degrowing tourism, plantea esta necesidad, que los desplazamientos de larga distancia sean por periodos largos de tiempo. Que no te vayas a hacer una ‘escapada’ a Nueva Zelanda, que es una barbaridad: consumes más energía desplazándote a Nueva Zelanda una vez que estando en tu casa todo el año. Terminará siendo necesario plantear esta cuestión. El extremo de esto es plantear el turismo de proximidad: que te permita desarrollar las virtudes del turismo mediante el reconocimiento de la ‘alteridad’ (del otro).

Hacer una ‘escapada’ a Nueva Zelanda es una barbaridad: consumes más energía desplazándote a allí una vez que estando en tu casa todo el año

El sociólogo británico John Urry lo plantea en términos ontológicos, casi de manera filosófica: se trata de reconocer tu ser a través de la alteridad, identificándote con el otro. Vuelves a casa pensando: “Esta persona que conocí vive con unas condiciones que me hacen ser solidario con él”. A lo mejor acabamos modificando nuestros hábitos de vida y de consumo en función de lo que hemos conocido en un territorio del sur global, por ejemplo. Tenemos que encontrar una solución y un planteamiento que marque una posibilidad real de cara al turismo del futuro y hemos pensado en esta idea del turismo de proximidad, que Carla Izcara y Ernest Cañada plasman en un libro titulado ‘Turismos de proximidad’.

¿Esta idea iría en consonancia con el hecho de que las grandes cadenas hoteleras invirtieran sus excedentes de capital en el archipiélago balear en lugar de exportar y expandir sus negocios a otros lugares del mundo como el Caribe?

Balears ha sido un laboratorio de creación de un buen ambiente de negocio. Han aparecido grandes cadenas hoteleras como Melià, Barceló, Iberostar, Palladium, Sirenis… Y también ha sido un laboratorio de respuestas sociales: protección de espacios naturales, moratorias a partir de 1998 (para abrir un hotel tienes que intercambiar una plaza que se tiene que dar de baja por cada plaza que quieres dar de alta), el ‘decreto Cladera’, el impuesto de turismo sostenible que se aprueba en 2001 y después en 2016…

Hay una serie de pasos hacia adelante y una innovación muy disruptiva cuya promoción tal vez se debería plantear de diferentes maneras. En cuanto a las cadenas hoteleras, una posibilidad es que la bolsa de plazas (la administración pública permite que haya un intercambio para la creación de nuevas plazas) no se destine a hoteles que formen parte de cadenas. Que se promocione al pequeño empresariado. Otra propuesta del estilo: que el impuesto de turismo sostenible también se pueda dedicar a inversiones en cooperación en los países de la orilla sur del Mediterráneo.

Se trata de contribuir a una redistribución en relación a esta desigualdad del sur y que gravar el impuesto sobre las actividades no productivas de lujo, por ejemplo, se dirija también a favorecer que la gente del norte de África o incluso subsahariana deje de querer venir aquí. Se trata de romper el desarrollo geográfico desigual mediante estos mecanismos de redistribución. Es una mirada a largo plazo y siendo un poco optimista de cara a que en el futuro se puedan aplicar medidas innovadoras. Nos lo podemos plantear como sociedad para promover un crecimiento justo de manera redistributiva y democrática.

También han estudiado los efectos de plataformas como Airbnb y el alquiler turístico en la vivienda. Por un lado es un derecho fundamental, pero por otro se está utilizando con fines especulativos. ¿Qué consecuencias tiene el alquiler turístico sobre la vivienda?

Primero de todo, tenemos que fijarnos en el hecho de que el alquiler turístico de habitaciones no es tan antiguo. El alquiler turístico legal se promueve a partir de 2005 en un decreto que tiene una especial aplicación en Pollença, pero sobre todo a partir de la modificación de la Ley Turística de 2017. La ley turística de 2012 se modifica en 2017 para legalizar el alquiler turístico, no solo unifamiliar, sino también de plurifamiliares. Esto provoca que aumente la cifra de pisos y casas de alquiler que se legalizan a través de este procedimiento en más de 160.000. Una barbaridad. Este es uno de los fenómenos que provoca que aumente el precio a la gente que quiere pagar un alquiler o comprar una casa para vivir todo el año. En 2017, el Govern modifica la ley del impuesto del turismo sostenible e incorpora una nueva letra a la destinación del fondo (la letra f del artículo 9.3), que inicialmente decía que el impuesto se podrá aplicar a actuaciones en políticas de vivienda destinadas a fomentar su acceso, y especialmente el alquiler social, con criterios de sostenibilidad energética. A posteriori se cambió este artículo: se dedica dinero recaudado mediante el impuesto de turismo sostenible para promoción inmobiliaria.

Inicialmente, cuando se dieron cuenta de que la legalización del alquiler turístico de pisos plurifamiliares podía ser perjudicial para el derecho al acceso a la vivienda, modificaron la ley y hablaron de la necesidad de hacer una adquisición para la rehabilitación y el alquiler social. El Govern se dio cuenta del mal que esto podía provocar y plantearon, como solución, algo con lo que incluso ahora estaría de acuerdo: que vivienda en el mercado hay suficiente. No es necesario construir más. No, no es necesario urbanizar más. Y tal vez solo con que se fomente la adquisición y rehabilitación para alquiler social bastaría. Sería una medida de intervención de la administración sin romper las reglas del mercado. No significa que no se pudiera adquirir a un precio establecido por el mercado. No hablamos de expropiaciones.

Darle un potencial uso de alojamiento turístico a la vivienda genera unos problemas gravísimos. Ya no es solo la pérdida de derecho al acceso a la vivienda. Cuando diseñas un barrio tienes que construir un centro de día para la gente mayor, que los turistas no lo necesitan. Tienes que construir una escoleta, que los turistas no necesitan. Necesitas equipamientos deportivos, escuelas… ¿Turistas y residentes nos tendremos que pelear para poder utilizar la piscina (municipal), por ejemplo? ¿Serán de uso turístico los equipamientos deportivos que prevé la legislación para la población residente? El caos es brutal. El problema que se está generando con la turistificación de las ciudades es enorme. 

Cuando diseñas un barrio tienes que construir un centro de día para la gente mayor, que los turistas no lo necesitan. Tienes que construir una escoleta, que los turistas no necesitan. Necesitas equipamientos deportivos, escuelas…

¿Hay alternativa al ‘monocultivo’ turístico de las Illes Balears?

Es muy difícil de imaginar, francamente. Las fuerzas que empujan hacia un escenario ‘tendencial’ son muy fuertes. Balears es un destino de refugio, creo yo, de élite y de capitales que buscan una elevada rentabilidad en un mundo cada vez más convulso. Hemos presentado un proyecto de investigación que titulamos ‘Emergencias Crónicas’ porque no es solo la COVID, es el encarecimiento de la energía, de los alimentos, de la desigualdad, de las migraciones forzadas... Está claro que te puedes imaginar una utopía de un territorio equilibrado, de autoabastecimiento, que no implique todas estas externalidades: el desplazamiento de todos estos problemas hacia los países del sur global, en cuanto a la importación de energía o a la explotación de los recursos minerales. Imaginar que eso se pueda convertir en una realidad sin que haya por medio un colapso que lo obligue es muy inimaginable. Nuestro objetivo tiene que ser planteárnoslo y señalar hacia este futuro de diversidad económica y de equilibrio de una cierta homeostasis territorial.

Balears aprobó el año pasado una nueva ley de turismo. Entre sus novedades, incorpora requisitos en cuanto a la obligación de presentar planes de circularidad (que implica un uso más eficiente de la energía y de los recursos naturales), la prohibición de desperdiciar alimentos, una gestión más eficaz de los residuos, las camas elevables para facilitar el trabajo a las camareras de piso, una congelación de las plazas turísticas para los próximos cuatro años… Usted escribió en una publicación en Alba Sud que esta norma “hace circular el capital entre los mismos de siempre, haciendo que las Illes Balears sean un refugio seguro para los inversores y los ricos”. ¿Por qué?

En el suplemento de ‘El Económico’ de Última Hora hicieron un reportaje en el que explican las obras de reforma hotelera que se hicieron durante el año 2022. En el reportaje, aportan unos datos de aproximadamente unos 100 millones de euros en inversiones. Nosotros lo hemos analizado entre los años 2009 y 2021: la cifra ascendía a unos 1.000 millones de euros en inversiones de reformas hoteleras. Primero se aprobó una ley, a raíz de la crisis económica de 2008, con Miquel Nadal (Unió Mallorquina) como conseller de Turismo; después, con Carlos Delgado (PP), se aprobó la Ley de Turismo de 2012 y Biel Barceló (Més per Mallorca), en 2017, hizo otra modificación. Todos mantienen un concepto de parámetros urbanísticos y turísticos para ciertas obras de reforma de los hoteles. Esto se hizo con la intención expresa de atraer capitales: de hecho, grandes fondos de inversión se interesaron por invertir en el Calvià Beach Resort (Magaluf) de la cadena de Melià Hotels International.

La Ley 3/2022 de medidas urgentes para la sostenibilidad y la circularidad del turismo profundiza en este modelo, promoviendo que al capital le resulte muy rentable invertir en entorno construido. Hay un vínculo entre turismo y urbanismo: quien tiene en propiedad un hotel o una zona turística, edificada o no, tiene un gran ‘tesoro’. El reportaje de El Económico muestra la reforma del Hotel Formentor, pero hay más, como reformas en la Platja de Palma, en Calvià (Magaluf), en Son Bunyola (mediante una inversión de 60 millones de euros)...

Aunque la ley está vestida de una camisa de ‘circularidad’ y ‘sostenibilidad’ promueve este mismo proceso, con una mejora de las categorías. En la revista Investigaciones Turísticas publicamos un estudio que muestra cómo se reactivó la tasa de beneficios tras la crisis de 2008. Ha sido gracias a una legislación que promueve, por un lado, las reformas y, por otro, la bolsa de plazas. La bolsa de plazas es un mecanismo muy ingenioso que ayuda a poner freno al número de plazas, pero también hay que considerar el hecho de que proporciona el monopolio del derecho a tener un establecimiento u ofrecer una cama de hotel a quien ya lo tenía en el momento en que se inició el proceso. Es un privilegio porque eres quien tiene la autorización del Govern. Si cada vez vemos cómo las plazas están siendo más controladas, con una proporción más elevada, por parte de las cadenas hoteleras, nos damos cuenta de que lo que tenemos es un oligopolio de empresas privilegiadas por esta normativa. Aunque sea de manera indirecta.

¿Existe el ‘derecho a viajar’? ¿Tenemos ‘derecho’ a viajar a cualquier parte del mundo?

El turismo contribuye a nuestra calidad de vida, al enriquecimiento de nuestra personalidad. Diría que contribuyen las actividades recreativas y el ocio. Una sociedad utópica se tiene que plantear con más horas de ocio y que sea un ocio que enriquezca más, fundamentado en tener cuidados hacia la gente que queremos y de nosotros mismos. También implica actividades que nos cultiven, como leer, hacer deporte al aire libre… Creo que reconocer la ‘alteridad’, esta aproximación ontológica de la que habla John Urry, también tiene sentido y da sentido al turismo.

Nos falta ver cómo encaja el turismo en un mundo en crisis con estas emergencias crónicas de las que hablaba al principio. De qué manera podemos resolver estas contradicciones y todas las realidades que tiene el turismo. Hay que plantear marcos mentales y fórmulas innovadoras y disruptivas.