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¿Por qué cualquier fiesta en las calles de Malasaña acaba en botellón?

Que el botellón es el origen fundamental de muchos de los males que azotan Malasaña es un precepto aceptado por todo el mundo. Se trata de un mal endémico de la zona al que nadie parece saber cómo derrotar. No lo consiguen las distintas administraciones que, en el mejor de los casos, trasladan el problema de lugares más visibles como pueden ser las plazas del barrio a otras calles menos transitadas. Tampoco lo logran los vecinos, principales sufridores de esta plaga, ni los comercios de hostelería del barrio, por mucho que ambos vengan reclamando soluciones desde tiempo inmemorial.

Cualquier fin de semana del año e, incluso, a diario durante la época de buen tiempo, son muchas las personas que se desplazan hasta Malasaña para beber en la calle y acabar berreando a horas intempestivas, arrojando desperdicios por doquier y orinando en portales y esquinas. Esta anormal normalidad se acentúa cuando se celebran en la zona actos festivos o culturales, por mucho que los organizadores de los mismos acaben sus programaciones a horas prudentes y traten de poner medidas para que el numeroso público que congregan no termine sumándose al ya de por sí habitual botellón que se da en las calles.

“¿Por qué en Malasaña casi todo tipo de actos que se organizan acaban transformándose en botellón y esto no sucede en otros barrios de Madrid con igual o, incluso, mayor cantidad de fiestas y celebraciones culturales?”, se preguntan lo vecinos del barrio.

En ocasiones, la desesperación a la que el inaguantable ruido y la suciedad que genera el botellón lleva a algunos residentes a revolverse en contra de otros vecinos que trabajan voluntariamente para que el barrio tenga sus propias fiestas y actos culturales, tal y como los tienen otros lugares de Madrid. Y aunque la reflexión y el diálogo entre vecinos suele prevalecer, porque todos tienen claro que es el botellón el enemigo común, hay veces que la gravedad del problema provoca reacciones extremas y algunos residentes llegan a manifestar que preferirían renunciar a sus fiestas antes que tener que aguantar el desmadre que provocan quienes vienen de fuera a disfrutar de ellas sin tener en consideración los problemas que provocan a las personas que viven en Malasaña.

Con las fiestas de la calle del Pez, que se han celebrado este fin de semana, el conflicto ha vuelto a estar sobre la mesa y en boca de cualquier vecino del barrio, tal y como también estuvo tras las pasadas fiestas del Dos de Mayo.

Las bondades de las estupendas y blancas iniciativas inclusivas y diurnas que se han organizado en esta edición de 2019 quedan muchas veces injustamente ocultas cuando de madrugada el ruido y la suciedad provocado por muchos de quienes vinieron a Malasaña a disfrutar de un programa de actividades que finalizaba a las 22 horas causa un “no puedo más” entre los residentes.

Ese comportamiento bárbaro, que en absoluto puede imputarse como responsabilidad de quien organiza los festejos, puede sin embargo llegar a poner en peligro tanto la celebración de las fiestas de Pez como de cualquier otra fiesta, festival o jornada lúdica que tenga lugar en la zona. La solución no debe ser la autocensura de los organizadores y la retirada de estas iniciativas, que ni incentivan ni legitiman ni promueven acciones incívicas.

Nos consta que los distintos colectivos que promueven estas celebraciones están reflexionando al respecto y a esa reflexión debería sumarse de forma constructiva una plataforma vecinal como SOS Malasaña, siempre atenta a denunciar los excesos que se producen en el barrio. Por supuesto, tanto Ayuntamiento como Fuerzas de Seguridad no pueden quedarse al margen ni del problema ni de las posibles soluciones, partiendo de la base de que es deber suyo hacer cumplir la ley.