¿'Tatuar' las paredes del Mercado de Barceló?

Cuando vivía en Malasaña, a un tiro de piedra de mi casa se encontraba el Mercado Barceló. Todavía estaba en obras y sólo se podía distinguir la estructura, cuya magnitud contrastaba con las pintorescas casas vecinales que lo rodeaban. Fue hace poco cuando, en una visita a Madrid, volví a pasear por Tribunal y pude comprobar el resultado del edificio de Nieto y Sobejano ya terminado. Efectivamente, mi sensación inicial se confirmó: la extensiva y uniforme fachada de vidrio moldeado blanco poco tenía que ver con las del entorno, de suma riqueza y diferentes en cada metro. Sin entrar a valorar la distribución funcional del edificio, que imagino perfectamente organizada, lo cierto es que su aspecto no me dejó indiferente –más tarde, pude comprobar que otros muchos vecinos pensaban como yo-.

No en vano, ejecutar una obra tan rotunda en un lugar emblemático siguiendo el criterio único del arquitecto es una opción arriesgada. Máxime, en un barrio como Malasaña, donde cada nueva fachada o escaparate son tratados con extremo mimo tanto por sus promotores como incluso por gente que, de manera espontánea, tatúa las paredes del barrio.

Mientras que la administración amaga con penar la pintada de graffitis en el centro –lo cual es comprensible, teniendo en cuenta los posibles quebrantos que pueda acarrear esta actividad a los comerciantes afectados-, parece muy hipócrita que al mismo tiempo ejecute obras tan bastas desoyendo la opinión de vecinos y de los propios inquilinos de los puestos del mercado.

Esta reflexión me lleva a una posible salida salomónica, ¿y si al mismo tiempo que se prohíben las pintadas se habilita un área con gran visibilidad en que sí se permitan –e incluso se recomienden-? En definitiva, tratar de concentrar todo el “arte urbano” de una zona tan creativa como la nuestra en un mismo lugar, ¿la fachada del mercado Barceló, por ejemplo? El resultado es imprevisible, incluso puede dar miedo si nos da por pensar mal. No obstante, me aventuro a imaginármelo como algo sumamente original. En el peor de los casos, se podría hacer borrón y recuperar la actual fachada del mercado; en el mejor, contaríamos con un icono a la altura de las casas okupas de Berlín –¡promovido por el propio Ayuntamiento!-.

Lo sé, resulta arriesgado. Pero lo es mucho menos que cualquier otra inversión multimillonaria en un edificio que llegue para quedarse de manera irreversible. Y, en un tiempo en el que la gente de a pie parece querer ser decisiva, qué mejor opción que darles a ellos el poder de “firmar” la fachada más vasta del barrio.

Sin más ánimo que ilustrar esa hipotética transformación urbana, os muestro mi pequeña propuesta para ese trozo del “Madrid distinto” que imagino. Espero que os parezca más divertido que el que se decidió en los despachos o que, por lo menos, os haga reflexionar sobre cómo, sin recursos y con un poco de creatividad y voluntad por parte de las autoridades, las cosas podrían cambiar bastante.

Rafael Berral Zurita

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