El oasis de libertad en el Santamarca, el instituto de Madrid donde todo fue posible: “Nadie se atrevía a prohibir”

Guillermo Hormigo

Madrid —

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“Era el sitio en el que estar en el momento en el que podía estar”. El cineasta Pablo Llorca resume con estas palabras su recuerdo del Instituto Santamarca, en el barrio de La Prosperidad de Madrid, corazón obrero del distrito de Chamartín. Una memoria en torno a un edificio demolido en 2008, para que después se edificara en el mismo terreno otro centro que recuperó el mismo nombre. Y sin embargo poco queda del alma que un día tuvo, que se perdió mucho antes de aquel derribo. Un espíritu que Llorca ha tratado de plasmar en su reciente documental Sexo, drogas, rock 'n' roll y política. Instituto Santamarca, 1975–1985. El título lo dice todo sobre el qué y el cuándo de una historia única, probablemente irrepetible.

En ese otro Santamarca muchas clases se impartían en el parque. Raro era el profesor que pasaba lista. El alumnado participaba en las juntas de evaluación y debatía las calificaciones con el personal docente. Los viajes improvisados entre estudiantes y profesores estaban a la orden del día, en muchos de los cuales acaban compartiendo hachís. La efervescencia creativa estaba a la altura de la sexual. El ideal de libertad, en definitiva, tenía poco que ver con las cañas o las poses y mucho con derribar unas fronteras inexpugnables durante la dictadura franquista.

“Todo era muy chocante”, reconoce Llorca, alumno del Santamarca a finales de los setenta. “El trato con la mayoría de profesores era muy fluido, tenían muchas ganas de educar. Que se dieran clases en el parque donde se hablaba de la poesía de Cernuda era placentero y al mismo tiempo muy formativo. Pero las clases que se daban en el interior también las recuerdo igualmente edificantes”, añade.

Los años irrepetibles: entre la efervescencia y el tabú

“También es verdad que cuando tienes 15 o 16 años te parecen dignas de vivir tanto las cosas buenas como las malas. Porque el ambiente y la convivencia en el parque era estupendo por lo general, pero había situaciones muy tensas con la policía que siempre andaba merodeando. Y por supuesto estaba el miedo a los ataques de las bandas de ultraderecha, que de vez en cuando se pasaban por ahí para pegar palizas. Era placentero y doloroso a la vez”, relata.

Como desgrana la propia película (exhibida en febrero en Cineteca de Madrid y el Círculo de Bellas Artes, a la espera de una distribución física que el propio director suele asumir personalmente), las circunstancias tan especiales de aquel Santamarca solo pudieron surgir de un cúmulo de situaciones y contextos igualmente particulares.

Primero a un nivel más general: “Son años en los que sucedieron muchas cosas”, sintetiza Llorca. Un periodo de esperanza y de lucha política en la sociedad española después de la muerte de Franco en 1975, que vino acompañado de unas transformaciones vertebrales en los hábitos y las costumbres sociales. El Santamarca encarnó esta encrucijada: fue vanguardista en las luchas estudiantiles y antifascistas, albergó una actividad cultural intensa y generó unas relaciones entre los profesores y el alumnado insólitas para los tiempos actuales.

“La época es irrepetible por mucho tiempo. Nadie se atrevía a prohibir por venir de dónde veníamos, pero al mismo tiempo había muchos tabúes. Para que vuelva a suceder se tienen que dar una serie de circunstancias únicas que esperemos que no concurran jamás”, indica Pablo Llorca en sus declaraciones a Somos Madrid.

Un profesorado valiente y joven, un alumnado brillante y privilegiado

A eso se suma “la llegada de un equipo directivo y de profesores con poco más de 20 años que tenían muchas ganas de muchas cosas”. De enseñar, pero también “de vivir y de muchas otras cosas”. El tándem al frente de este experimento educativo donde todo era posible lo compusieron Paquita García Felices, como directora, y Miguel Merín, jefe de estudios. El documental expone las discrepancias que surgieron dentro de la apuesta aperturista de ambos: ella una ferviente comunista de intereses intelectuales afrancesados, él con una actitud mucho más disoluta y atrevida que desafiaba los arrebatos más disciplinarios de su superiora.

Y en medio de tanta efervescencia, sin embargo, era necesario cierto nivel de control para que su modelo alternativo de docencia no desbarrase. “Éramos muy jóvenes, pero muy conscientes de lo que estábamos haciendo. Sabíamos que necesitábamos un marco normativo para encarrilar el proceso democrático y conseguir una base estructural del funcionamiento del instituto”.

Porque ni la directiva ni el grupo de profesores jóvenes que iluminó a sus estudiantes con sus métodos poco ortodoxos habrían logrado un ecosistema educativo tan particular sin las particularidades de estos alumnos. “Fuimos una serie de gente que en muchos casos éramos hijos de familias ilustradas, con las ideas muy claras por un lado y muchas ventajas por otro”.

En el propio documental, la hoy también cineasta Inés París da cuenta del privilegio con el que contaban muchos estudiantes entre los que se incluye: por capacidades y ambiente familiar podían permitirse una rutina anárquica en las clases, sin que repercutiese en unas calificaciones que nunca dejaron de ser exigentes pese a las rarezas del Santamarca. Para chicos y chicas con contextos personales más delicados esto se complicaba.

“Maduro para tu edad”

Un tema sobrevuela este texto desde el inicio, como sobrevuela también el documental. Y como pasa en la película, llega el momento de atajarlo. Docentes y alumnado reconocen que las relaciones sexuales entre miembros de ambos grupos eran hasta cierto punto “habituales”, que se veía con “naturalidad”. “Yo nunca pregunté directamente por el tema, surgió porque es algo que exestudiantes como Andrés Lima [actor y director teatral] o Inés París vivieron como una parte importante de su vida no necesariamente negativa. Como dice Inés, depende al final del grado de madurez. Ella o Andrés eran gente de 16 o 17 años que se relacionaron con gente de veintipocos y lo tienen como una parte agradable de esa etapa”.

En el documental, Inés París admite no obstante que la profesora con la que mantuvo una relación le acabó “haciendo mucho daño”, aunque no se arrepiente de la experiencia y dice que aprendió “muchísimo” de ella.

Merche Pastor, profesora de matemáticas, habla de su relación con el propio Pablo Llorca: “Me acuerdo que quedamos y terminamos en mi casa. Recuerdo también que la iniciativa la llevaste tú [Llorca]. En aquel momento lo veía natural y no lo pensaba. Te veía como una persona madura para tener 16 años. Quizá después, con cosas que han pasado, una piensa que ha sido inconsciente o que podría haber hecho daño a esa persona. A lo mejor no fue un juego a la misma altura y había un componente de poder, pero creo que no era nuestro caso”.

Merche habla también de otro tipo de situaciones con límites difusos: “Viajábamos profes y alumnos o íbamos a tomar una copa como si no hubiera fronteras, pero de forma totalmente natural. Nos sentíamos muy libres de hacer de todo. Ese tipo de cosas nunca más han ocurrido en mi carrera, nunca he vuelto a tener ese tipo de relaciones fuera del instituto. Yo recuerdo sobre todo la alegría de vivir cada momento”. Para Pablo Llorca, “el colegio solo era una parte de todo lo que implicaba el colegio”. El cineasta recuerda un viaje improvisado de un grupo de alumnos y profesores en huelga para visitar a otro docente que se encontraba haciendo el servicio militar en Sevilla.

Despolitización, heroína y olvido

Con la llegada de los ochenta, el Santamarca sufrió la evolución general del país, de la militancia al hedonismo. Y todo se volvió a colocar en su lugar, o a descolocarse, como si nada hubiera sucedido. “Escogí el instituto para la película porque es muy especial y al mismo tiempo muy representativo del momento histórico. Tuvo elementos diferentes, como el proceso democrático o las relaciones con los profesores. Pero pasar del sexo, drogas, rock 'n' roll, y política al sexo, drogas y rock 'n' roll refleja muy bien el discurrir de aquellos años alrededor de 1980”. En el documental el líder de Los Ronaldos, Coque Malla, y su hermano Miguel dan cuenta de su paso por el centro en esta época posterior.

El testimonio del actor Alberto San Juan es también el de alguien que recuerda el instituto como una etapa formativa más, con profesores agradables y cercanos frente a otros díscolos. Su llegada al centro se produce cuando el equipo directivo que lo revolucionó ya se ha marchado. Las manifestaciones artísticas en el Santamarca, la música o las perfomance más contestatarias, dan pie a otras en las que prima la identificación o la estética superficial (cuando no directamente tomada de movimientos reaccionarios o filonazis). Del hachís o las anfetaminas se pasa a la heroína, que se cobra varias vidas como hizo allá por donde pasó. Casi a la par, Felipe González lleva al PSOE al Gobierno y España es otra. Más moderna de cara al mundo, pero una modernidad (o modernez) ordenada.

El instituto tuvo elementos diferentes, como el proceso democrático o las relaciones con los profesores. Pero pasar del sexo, drogas, rock 'n' roll, y política al sexo, drogas y rock 'n' roll refleja muy bien el discurrir de aquellos años alrededor de 1980

Un contraste entre maneras de entender la libertad que llega a la actualidad, con el término convertido en eslogan de marcha del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. “Libertad es un término escurridizo, nadie está en contra de él. Pero yo creo que en el Santamarca buscábamos esa libertad por la que siempre hay que mirar, la colectiva dentro de un marco legislativo. Por contra está la libertad individual, que a mí modo de ver es falsa e implica que unas personas se comen a otras bajo la ley del más fuerte”.

Nico tiene 25 años y no contaba con ninguna referencia de todo lo que sucedió años atrás en su barrio. Antiguo estudiante de cine que ahora trabaja en una distribuidora, lleva años viviendo en La Prospe. “Conozco el Santamarca, claro, tengo amigos que han estudiado allí. Pero ni idea de todo esto que me cuentas”, responde cuando se le pregunta por esta cuestión.

“Son muchos años, eh. Estamos hablando de 45 años desde la época de mayor agitación”, apostilla Pablo Llorca en su conversación con este medio. “Hay gente de la época para la que es un tema muy conocido, incluso hubo una convocatoria de huelga general de enseñanza nacional impulsada por las prácticas y el modelo alternativo que se proponía en el centro. Pero Madrid es muy grande y otra mucha gente no lo tenía en su cabeza”.

El cineasta ha estrenado hasta cinco películas este año, dos ficciones y tres documentales entre los que se encuentra este. “Ha sido un año de recolección”, dice, aunque también opina que “hacer cine puede ser fácil, más que antes, desde luego, dependiendo del tipo de película que quieras rodar”. Como el Santamarca, a veces lo utópico o irrealizable requiere pensar desde otros lugares para que empiece a parecer posible, aunque lo sea solo por un tiempo.