La defensa frente a una guerra

Pirro fue uno de los mejores generales de la antigüedad. De hecho, Aníbal le consideraba sólo inferior a Alejandro Magno. Siendo rey de Epiro, región que hoy se encuentra entre Grecia y Albania, pudo conseguir un gran ejército con el que respaldar su genio militar. Su espíritu aventurero y su hambre de gloria le llevaron a emprender múltiples guerras en distintas zonas del Mediterráneo.

En una de estas campañas, en apoyo a los tarentinos, se encontró con unos contrincantes en el sur de Italia que luchaban con una disciplina inesperada para un pueblo “bárbaro”. Aunque les venció en cada batalla, no consiguió que se rindieran, por lo que recurrió a la diplomacia/intimidación intentando poner fin a la guerra. En una ocasión organizó un encuentro con los emisarios de los bárbaros. Escondió un elefante (bestia desconocida en aquellas latitudes) tras unos tapices que repentinamente cayeron, mostrando al monstruo barritando en una escena que resultaría perturbadora incluso para personas acostumbradas a estos animales. También mostró su gran ejército, incluida su sección de elefantes. 

Sin embargo, aquellos bárbaros eran tan tozudos que sus embajadores se negaron una y otra vez a cualquier negociación que no comenzase con una condición previa: la retirada de todas las tropas de Pirro fuera de los límites de Italia. Aunque no podían vencer al ejército de Epiro, vendieron cara su piel en cada batalla, ocasionando tales bajas entre los vencedores que más de dos milenios después aún hablamos de “victorias pírricas” para referirnos a esos triunfos que salen tan caros que bien podrían ser considerados como derrotas. 

Al final, pese a su ejército superior y su genio militar, Pirro optó por retirarse y dar por perdida la guerra, aun habiendo ganado todas las batallas. 

Los bárbaros, pese a sus bajas, conservaron intactos su orgullo, su influencia y su territorio. Su determinación les permitió evitar la invasión epirota de Italia y desarrollar una cultura, la romana, sobre la que se fundamentaría lo que hoy llamamos Occidente. 

La obstinación de los romanos en no doblegarse frente a la agresión, fue testada en otras ocasiones. En particular, en la segunda guerra púnica, Aníbal derrotó una y otra vez a las legiones provocando una gran mortandad que los romanos reemplazaron repetidamente a costa de su propia demografía. El sacrificio de Roma permitió su supervivencia, algo que no hubiera consentido el general cartaginés que les había jurado odio eterno. 

Hoy afrontamos las invasiones, las guerras y las dificultades en general con un espíritu diferente.

Rusia ha invadido el territorio ucraniano porque la alianza de Ucrania con Europa la ha hecho ser percibida como enemiga del gran país euroasiático. Ha matado a militares y a civiles ucranianos, violando las normas internacionales que protegen a los no combatientes. Ha utilizado la violación de las mujeres como arma de guerra. Ha bloqueado la exportación de comida desde ucrania, amenazando con provocar una hambruna a nivel internacional. Ha puesto en peligro la integridad de centrales nucleares, con el consiguiente riesgo de provocar un accidente de consecuencias aún más graves que el de Chernobyl. Incluso ha amenazado globalmente a Occidente (y al mundo en general) con utilizar armas nucleares y provocar un holocausto global.

Occidente, por su parte, no ha mostrado la firmeza de los embajadores romanos frente a Pirro. No ha exigido con claridad el abandono de las tropas agresoras del territorio invadido. No ha puesto en juego su demografía como hicieron los romanos contra Aníbal. Ni siquiera ha desplegado soldados ante el temor de que puedan volver a casa en bolsas de plástico. Tampoco ha bloqueado completamente el comercio con Rusia, sino que ha seguido alimentando económicamente al enemigo para evitar la incomodidad que supondría quedarse sin los productos (fundamentalmente el gas) que éste ofrece. 

En vez de eso, Occidente ha tratado de nadar y guardar la ropa, permitiendo que el ejército ruso se reorganice repetidamente sobre el terreno, facilitando que Rusia encuentre nuevos aliados, tanto comerciales como militares, dando ocasión a que Moscú reorganice la economía de su país, reforzándose para un enfrentamiento cuyo final no se vislumbra.

Es evidente que la estrategia que seguimos es diferente a la que utilizaban los romanos.

¿Podemos aspirar a conseguir los mismos resultados?