¿Tanques para qué?

General de brigada retirado y analista de la Fundación Alternativas —

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No resulta difícil adivinar que algún lector solo con ver el título ya habrá decidido que el autor está en contra del envío de carros de combate pesados occidentales a Ucrania, y -en consecuencia – que este artículo le va a gustar o no. Muchos tienden a valorar los análisis o valoraciones en torno a la guerra en Ucrania en los términos de un partido Madrid- Barça: ¿tú con quién vas? Leen o escuchan solo lo mínimo necesario para decidir: si no apoyas claramente mis ideas y denigras violentamente las contrarias, es que vas con ellos, sean quienes sean ellos. Lamentablemente la vida real es mucho más compleja, está llena de matices. Y las relaciones internacionales más aún, todo lo que pasa tiene causas, consecuencias, variables, ninguna situación se puede medir por parámetros fijos.

En las últimas 24 horas, el espinoso asunto de la entrega a Ucrania de tanques occidentales de última generación se ha resuelto repentinamente. El canciller alemán, Olaf Scholz, ha decidido enviar tanques Leopard II A6 a Ucrania, como repetidamente le solicitaba Kiev, cediendo ante las presiones de sus aliados, y de los dos partidos con los que gobierna en coalición: los liberales y los verdes, que cada vez se van haciendo verdes más oscuros, casi negros como el carbón. Pero ha conseguido su primera condición: que el resto de los aliados, sobre todo los importantes, se involucren también: el presidente de EEUU ha dado luz verde al envío de 31 tanques Abrams, que se unirán a los 14 Challenger II que ya ha comprometido Reino Unido, y tal vez en el futuro a algunos Leclerc franceses. Al mismo tiempo, Berlín autoriza la entrega de Leopard II por parte de otros países aliados que los poseen, entre los que se encuentra España, cuyo Gobierno ya ha expresado su voluntad de participar en la iniciativa.

Todos estos carros de combate pesados son muy eficaces, muy superiores a los T72 empleados hasta ahora por Ucrania, que están ya escasos de piezas de repuesto y de munición de 125 mm para su cañón -ya no se fabrica en Europa-, y solo podrían compararse –con ventaja para los occidentales– a los T80 rusos. Pero las decisiones de enviarlos a la zona de operaciones tienen sobre todo un carácter político, no necesariamente vinculado con su efecto real en el campo de batalla, que dependerá de su número, de su capacidad de mantenerse y de su forma de empleo, y es más que dudoso que sea decisivo, al menos a corto plazo.

Por el momento, Alemania ha anunciado el envío de 14 unidades, las mismas que ha ofrecido Polonia. Otros países como Noruega, Países Bajos y España se podrían mover en cifras similares. Ahora, la ambición se limitaría a reunir cien tanques que podrían formar dos batallones, y junto con los vehículos acorazados de infantería Bradley y Marder ya comprometidos, y la artillería autopropulsada –convencional y antiaérea- y unidades de zapadores mecanizados que Ucrania ya posee, podrían formar una Brigada acorazada. Eso cuando todo el material llegue, todos los soldados estén adiestrados y las unidades puedan ponerse en orden de batalla. Seguramente pasarán meses más que semanas, antes de que eso suceda. Y una brigada acorazada no es suficiente para dar la vuelta a la situación táctica, solo podría llevar a cabo una ofensiva muy limitada. Tal vez si fueran tres... tendrían cierto peso. Pero entonces hablaríamos de 300 tanques y reunirlos llevará mucho tiempo, si es que se consigue. Además, una ofensiva acorazada necesita superioridad aérea local, y para eso se necesitarían decenas de aviones de combate, que ya está empezando a pedir Kiev ¿Será ese el siguiente paso?

En estas cifras no contamos los 14 Challenger II que va a enviar Reino Unido, ni la treintena de Abrams de EEUU, porque no se pueden integrar con los Leopard, ni siquiera sus sistemas de comunicación son compatibles. Como decíamos al principio, aquí asistimos a una acción política, una demostración, que desde el punto de vista operativo no tiene mucho sentido. Las diferencias entre los tanques de distintos países -el Abrams, por ejemplo, tiene en lugar de un motor convencional una turbina que utiliza combustible JP8 de aviación-, e incluso entre las diferentes versiones del Leopard (hay hasta once de siete generaciones distintas), pueden convertir en una pesadilla el mantenimiento y el abastecimiento de este material. Consideremos las líneas de abastecimiento de diferentes combustibles, piezas de repuesto, municiones, que en algunos casos tendrán que venir del otro lado del Atlántico. La cuestión de las municiones para el Leopard es particularmente crítica, porque los stocks en los países que los operan son muy escasos, están al límite de las necesidades nacionales, habría que empezar a fabricarlas en grandes cantidades.

En cuanto al mantenimiento, el panorama es aún más sombrío. La tripulación de un carro de combate se puede instruir en seis u ocho semanas, incluso menos, si ya tienen experiencia en otros. Pero formar a los encargados de mantenimiento puede llevar muchos meses, hasta años. Como quiera que los equipos de mantenimiento de los países donantes no pueden ir a Ucrania -sería involucrarse directamente en la guerra–, cabe la posibilidad de que haya que llevar a Polonia carros que se averíen o sean dañados en combate, o necesiten el mantenimiento regular que hay que hacerles periódicamente, y después devolverlos a Ucrania.

En definitiva, desde un punto de vista operativo, la entrega de este material en estas condiciones no tiene mucho sentido. Entonces, cabe preguntarse para qué se envían ahora tanques, sobre todo cuando Rusia lo considera una escalada inaceptable. Pues probablemente se envían precisamente por eso. El efecto más positivo de su entrega –tal vez el único, a no ser que se aumente mucho la cantidad- es el mensaje que se lanza al Kremlin de que los países que apoyan a Ucrania siguen unidos, y decididos a hacer todo lo necesario para apoyarla y, por tanto, que una victoria rusa en los términos que sus dirigentes desean –quedarse con los cuatro territorios que controlan parcialmente, además de Crimea- será imposible. Cuando se convenzan de eso, y sus recursos empiecen a desfallecer, estarán más dispuestos a sentarse en la mesa de negociaciones.

Esta guerra va a terminar con una negociación, porque ninguna de las dos partes puede ganar ni perder. Ni siquiera los países occidentales están seguros de que Rusia deba perder del todo, porque su reacción podría ser muy peligrosa. Por eso tenía tantas dudas Scholz. La negociación no solo es necesaria, sino también posible. En el caso de Ucrania, porque depende absolutamente de sus valedores occidentales y no tendrá alternativa a hacer lo que estos le pidan. Y en el caso de Rusia, porque a largo plazo su capacidad industrial y económica no puede sostenerse frente a la enorme superioridad occidental en esos campos. Si la llegada a la zona de operaciones de material sofisticado le ayuda a comprender eso, bienvenida sea. Cuanto más se retrase un acuerdo de paz, peor. Habrá más muertos y más destrucción para llegar al mismo resultado. El problema es que en una negociación ambas partes tienen que ceder, evidentemente, y eso plantea la cuestión de si Rusia va a obtener alguna ventaja o ganancia de su agresión.

Sin embargo, no puede haber respuestas correctas si las preguntas son equivocadas. Aquí la cuestión no es si Rusia debería cesar en su agresión y retirarse de Ucrania, o mejor aún, si debería ser derrotada. Creo que habría una gran mayoría en favor del sí, si esa fuera la pregunta. Pero no lo es, la pregunta es más bien si eso se puede lograr sin provocar una escalada que podría desembocar en una guerra mundial con armas nucleares. En ese caso, como dice un refrán castellano, sería peor el remedio que la enfermedad. Cada uno es libre de pensar que eso nunca sucedería, incluso de arriesgarse individualmente a que suceda, y hacer así una demostración de su valor personal. Pero si eres dirigente de un país ya no decides por ti, sino por muchos millones de personas, y tienes que sopesar los riesgos con extrema cautela.

En política internacional no existe la justicia, sino la relación de fuerzas, nos guste o no. Durante cuarenta años de guerra fría nadie acudió al rescate de los países del este de Europa, sometidos al dominio de la Unión Soviética, a pesar de la brutal represión de Budapest en 1956 y de Praga en 1968. La razón fue la prudencia -¿miedo?– ante la posibilidad de desatar una guerra mundial nuclear, que podría destruir la mayor parte del planeta y de la humanidad. Rusia es sin duda más débil que la Unión Soviética, en términos políticos, económicos, industriales, demográficos, y también militares. Pero sigue siendo la primera potencia nuclear del mundo, y sigue siendo peligrosa, sobre todo porque está dirigida por un régimen ultranacionalista ¿Quiere decir eso que tenemos que ponernos de rodillas? No, evidentemente. 

Es una cuestión de límites, de equilibrio riesgo/beneficio. Seguramente para los ucranianos el límite ya se ha sobrepasado, y ponen encima de la mesa su supervivencia a cambio de su libertad. Debemos ayudarlos a defenderse. Pero hay que sopesar si su situación mejoraría en el caso de que el conflicto se extendiera a toda Europa o a todo el mundo. O estudiar si podemos ayudarles a lograr una salida razonable y lo más justa posible, sin arriesgar la seguridad de otros muchos millones que no tienen ninguna culpa de lo que está pasando. La realidad, a veces, no es agradable. Pero siempre conviene mirarla de frente.