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El coronavirus excluye aún más a los habitantes de la Cañada Real (Madrid)

EFE

Madrid —

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La Cañada Real es el mayor asentamiento ilegal de Europa en una ciudad, un área en la que viven más de 7.500 personas que han visto cómo el estado de alarma y la crisis sanitaria del coronavirus les ha excluido, más si cabe, de la sociedad y que afrontan con miedo su futuro.

Esta antigua vía pecuaria, de 14,4 kilómetros de longitud y hasta 100 metros de ancho, está dividida en seis sectores que discurren por los municipios de Madrid, Coslada y Rivas-Vaciamadrid.

El pacto regional de la Cañada Real firmado en 2018 busca la mejora de las condiciones de este asentamiento, que sufre problemas urbanísticos y sociales desde hace más de medio siglo, así como el realojo de los vecinos del sector 6, que habitan en infraviviendas.

La incidencia del coronavirus en los sectores 3, 4 y 5, a su paso por el municipio de Rivas-Vaciamadrid, “ha sido similar o incluso menor a otros barrios de Madrid”, asegura a Efe José Tortosa, comisionado de la Comunidad de Madrid para la Cañada Real, que reconoce las “dificultades” del sector 6, el más problemático, donde se “vive una realidad completamente distinta”.

La activación del estado de alarma permitió un mayor control de los desplazamientos dentro y fuera del asentamiento pero, una vez iniciada la fase 1, es “más complicado”.

“Pedimos reiteradamente que no salgan, se han portado muy bien, pero esto es muy difícil”, dice.

Un colorido grafiti con la frase “Bienvenidxs a la cañada” anuncia el acceso de los sectores 3, 4 y 5. A partir de ahí, una hilera de pequeñas casas grises se entremezclan con muros pintados en colores primarios, algún solar donde se acumula la chatarra y una pequeña carretera con un asfalto más que deplorable.

La Cruz Roja entrega material escolar, de higiene y alimentos a 400 familias de la Cañada Real con siete unidades móviles.

Es una de las organizaciones que colaboran en esta zona, donde la Comunidad de Madrid reparte durante la pandemia menús escolares a los menores de familias beneficiarias de la renta mínima de inserción.

La chatarra o la venta ambulante son las principales fuentes de recursos de muchas familias de la Cañada, que han visto cómo desaparecían sus únicos ingresos durante el confinamiento.

Es el caso de Armando, que espera la llegada de la Cruz Roja en la puerta de su casa, de menos de 40 metros cuadrados y con una sola habitación, donde vive junto a su mujer, Rosa, y sus seis hijos.

Armando y su familia llevan más de setenta días sin ingresos de la chatarra y por su situación les es imposible contar con ahorros. “Si no hubiera sido por Cruz Roja, no podríamos comer”, lamenta el hombre mientras mete meticulosamente las cajas recién recibidas en su pequeño hogar.

“¿Pero cómo van a hacer los deberes estos niños? No tenemos internet y, yo ya lo siento, pero me cuesta leer y escribir. No puedo ayudar a mis niños con las tareas y no sabes lo triste que me pone”, dice Rosa.

Si la educación es uno de los quebraderos de cabeza de muchas familias, al intentar compaginar el teletrabajo de los padres con los cuidados y tareas de los niños, en algunas zonas de la Cañada es una misión casi imposible por la falta de recursos.

La Dirección General de Educación Infantil y Primaria de la Comunidad de Madrid creó una iniciativa para que los tutores de los alumnos que no pueden conectarse telemáticamente remitan un plan de trabajo quincenal individualizado a través de entidades sociales.

Lily recorre el sector 3 y 4, junto a su perro Duque, entre las furgonetas de Cruz Roja para averiguar dónde están las tareas de su hijo Alex, de 9 años.

“Nosotros no tenemos una dirección. No hay dónde enviarlo, así que yo tengo que ir preguntando cada vez para encontrarlo”, explica.

Finalmente encuentra las tareas, pero casi todas ellas tienen enlaces a páginas web. “En casa no tenemos ordenador ni conexión a internet, solo tenemos un móvil y aquí apenas llega la red”, dice con pesar.

A todo esto se añaden las dificultades con el idioma al ser rumana. Lily no entiende la “mitad de los enunciados” y ha pedido ayuda a otras madres, pero tienen los mismos problemas que ella.

Daniel Ahlquist, psicólogo de Cruz Roja que trabaja desde hace diez años en la Cañada Real, asegura a Efe que este enclave es “mucho más que drogas, chabolismo, delincuencia e inseguridad” porque aquí habitan personas que “luchan día a día” para salir adelante.

La actuación de Cruz Roja con el plan Responde, con el que atiende a personas vulnerables ante la crisis del coronavirus, finaliza este domingo, 31 de mayo.

A partir de ahí, se hará una identificación individualizada de las familias de la Cañada Real y de otros lugares de la Comunidad de Madrid y se verá cuáles son sus necesidades.

“Estas personas están acostumbradas a estar aisladas de la sociedad pero el confinamiento les ha aislado más aún y en unas circunstancias que visibilizan más sus dificultades: hacinamiento en casas, falta de trabajo, dificultades en la educación. Viven esta crisis con mayor incertidumbre y miedos”, recalca Ahlquist.

Además, señala que en buena parte de la Cañada Real la información sobre el coronavirus llega a cuentagotas.

Casi nadie lleva mascarillas, aunque sí se ven algunas desperdigadas por el suelo junto a los envoltorios de las facilitadas gratuitamente por el Gobierno regional con el mensaje “Adelante, Madrid”, que en este contexto resulta especialmente alentador.

Ana Márquez