Lina, la diseñadora que introdujo la moda flamenca en la alta costura cuando vistió a Grace Kelly

Antonio Morente

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El sector de la moda flamenca aglutina a cientos de empresas, genera miles de puestos de trabajo y factura por encima de los 120 millones de euros anuales. Esta imagen refleja una realidad prepandémica y no es precisa porque no hay estudios económicos sobre su impacto, pero en este mundillo hay dos certezas. La primera es que lo de ahora es una dolorosa transición, pero que retomará su ebullición con la normalidad; la segunda, que los cimientos del sector los puso la diseñadora Lina, auténtico kilómetro cero de la moda flamenca, que fallecía este martes en Sevilla.

Dicen los que entienden de esto que fue Marcelina Fernández (Sevilla, 1932) la que llevó al traje de flamenca a cruzar el Rubicón de ser una prenda folclórica a otra plenamente subida al carro de la moda, de algo tradicional a algo a la última. ¿Y cómo lo hizo? Pues básicamente lo modernizó y, como quien dice, lo feminizó. Eso ayudó a que le entrara por los ojos al famoseo, una galaxia que tuvo su Big Bang cuando en la Feria de Abril de 1966 Grace Kelly, a la sazón princesa de Mónaco, se plantó en el Real de la mano de Rainiero con un traje blanco con tiras perforadas en rosa que llevaba la firma de Lina.

Para entonces hacía seis años que la diseñadora había abierto, junto a su marido, Francisco Montero, un pequeño taller en una casa de vecinos de la calle Salado, en Triana, muy cerca del Guajiro, un tablao por el que pasaban figuras de relumbrón a las que irá vistiendo. El sello que introduce en sus diseños propicia una evolución que estalla con el vestido de Grace Kelly, que la introduce en otra división: si el no va más de la elegancia y el saber vestir se pone un traje de flamenca, a lo mejor va a resultar que no hablamos de algo rancio o casposo. 

De lleno en la alta costura

De repente, el traje de flamenca derribó las puertas de la alta costura y se convirtió en tendencia, como la propia Lina, que apostó por una modernización que tuvo como primer paso cerrar la sisa de los vestidos e incorporar el mantoncillo como complemento, ya que hasta entonces los flecos iban pegados al escote. ¿Qué más? Pues bajar el largo a ras de suelo en vez de hasta los tobillos como se estilaba, marcando de paso la cintura y el escote. De hecho, puso de moda los escotes altos. También estilizó la prenda al bajarle el talle a la cadera, dejando atrás los trajes con volantes desde la cintura, en una evolución que atraviesa las décadas de los 60 a los 80.

Todo este recorrido nos lleva a la prenda de hoy, el único traje regional sometido de pleno a la moda y que presenta nuevos diseños cada año, impulsando una industria propia más potente de lo que revela su engañosa banalidad. A esta popularización ayudó que Lina vistió a caras conocidas, una larguísima lista que incluye a la reina Sofía, Rocío Jurado, Carmen Sevilla, Lola Flores, Marisol, la baronesa Thyssen, Rocío Dúrcal, Naty Abascal o Cayetana de Alba, con un rincón especial para Isabel Pantoja, a la que vistió desde que tenía 7 años y para la que diseñó su vestido de novia cuando se casó con Paquirri en 1983.

El orgullo de la costura artesanal

Pese a tanto nombre del papel couché, Lina era más del trabajo callado que del fulgor de los focos de los famosos. Lo suyo era unificar tradición e innovación, sin perder nunca de vista que su esencia era la costura artesanal, que emana de un taller que desde 1979 se ubica en la calle Lineros de Sevilla y que está abierto a las visitas turísticas. Aquí vino a verla en 2006 buscando inspiración el diseñador John Galliano, por entonces director de Dior, o Tom Cruise, que en 2009 aprovechó que rodaba en Sevilla para elegir junto a su entonces esposa, Katie Holmes, un traje para la hija de ambos, Suri.

Nominada al Goya, premio Giraldillo al mejor vestuario en la Bienal de Flamenco, Medalla de Sevilla, Lina ha dicho adiós con el reconocimiento rotundo de sus compañeros de profesión. Hace año y medio, el 9 de enero de 2020, celebró el 60 aniversario de su firma con un desfile en la Casa de Salinas de Sevilla, poco antes de que estallara la pandemia y metiera al sector en una profunda crisis económica, que no creativa.

Tres de sus hijos están hoy en el negocio familiar, que incluye trajes de novia, complementos y que el año pasado actualizó su catálogo con una línea de prêt-à-porter de edición limitada y otra de artículos de cuero. Todo ello impregnado de una elegancia y de una sencillez que huía del adorno excesivo que siempre han sido marca de la casa, un sello propio sobre el que se levantó el mundo de la moda flamenca tal y como lo conocemos hoy.

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