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Los diminutos molinos de mano de los aborígenes canarios no eran juguetes, sino ofrendas

Fotografía facilitada por el Museo Arqueológico de Tenerife de un molino de mano procedente de Barranco Hondo (Tenerife). Efe.

Ana Santana

Santa Cruz de Tenerife —

Hace tiempo se creía erróneamente que los pequeños molinos de mano de los aborígenes canarios -con un diámetro inferior a los 12 centímetros- eran juguetes, cuando realmente se depositaron como ofrendas en enclaves y entornos culturales, afirma el arqueólogo José Juan Jiménez.

Jiménez, que es conservador del Museo Arqueológico de Tenerife y doctor en Prehistoria por la Universidad de La Laguna, ha publicado una síntesis de su investigación sobre los molinos de mano en esta página web y señala en una entrevista a EFE que estos instrumentos ya existían en las civilizaciones históricas mediterráneas.

Los molinos domésticos miden entre 25 y 30 centímetros de diámetro, tienen un grosor de 5 a 9 centímetros y un agujero central de unos 7 centímetros, como el ejemplar procedente de Barranco Hondo (Tenerife) expuesto en el Museo Arqueológico.

Sin embargo, continúa el experto, han aparecido molinos con diámetros inferiores a 12 centímetros como ofrenda en contextos culturales no domésticos, que fueron malinterpretados como “juguetes” en el pasado.

Añade José Juan Jiménez que el molino circular indígena de Canarias consta de dos piezas planas en la zona de contacto y convexas en la externa, con una perforación circular central.

El orificio de la muela superior -que en ocasiones muestra un gollete- servía para introducir la materia que se deseaba triturar, mientras los pequeños hoyuelos practicados en su periferia se utilizaban para apoyar palitos o cuñas de madera con las que se confería movimiento rotatorio.

A medida que estas oquedades quedaban desgastadas por el uso se realizaba otra, cuya cantidad final oscila entre 2 y 8.

Según el conservador del Museo los molinos se fabricaban con basalto poroso, una roca magmática joven de gran dureza cuya composición fundamental consta de feldespato y piroxena, que se encuentra en forma de columnas hexagonales en zonas volcánicas como Canarias.

Su factura es áspera e irregular y su estructura granulada, fina y compacta, dejando minúsculas oquedades que le otorgan un aspecto poroso o cavernoso.

José Juan Jiménez indica que los indígenas los labraban «con pedernales y con lajas de piedra viua» de los que existe información etnohistórica y arqueológica.

Y añade que, tras extraer los bloques de las canteras basálticas, los retocaban y pulimentaban para eliminar improntas groseras, estilizar sus contornos y facilitar su uso.

Según las fuentes etnohistóricas, prosigue el arqueólogo, las semillas de cereal «molíanlas en unos molinillos pequeños que andaban a la mano las mujeres de una piedra negra mojeteada y fuerte» localizados en yacimientos arqueológicos costeros, de medianías y cumbres.

En relación a las analogías etnoarqueológicas canario-norteafricanas, Jiménez cita al investigador E. Laoust quien afirmó que entre los bereberes de Marruecos la muela del molino se denominaba tasirt, con ligeras variantes según las distintas tribus.

El más primitivo es el molino circular tipo Zemmour que ofrece las mismas características de los ejemplares canarios más conocidos: una muela de piedra engarzada sobre otra fija a la que se otorgaba movimiento con un palito llamado afus n-tsirt, como ocurría en los poblados donde las mujeres molían cereales con molinos que giraban a mano.

Por el hueco del eje metían los granos que eran molturados entre las dos piedras, mientras la harina era recogida sobre una estera situada debajo.

Después la introducían en un saco que se llevaban a casa, pues cada dos o tres días molían la cantidad necesaria.

El molino también se usaba para machacar la sal y convertir en polvo la corteza que empleaban como curtiente, mientras que en Canarias también se utilizó para triturar almagre, sal, caliche, carbón y picón.

Para André Adam, el molino de mano amazigh y el de Canarias es similar en todas las civilizaciones mediterráneas históricas y en el norte de África su mayor difusión se promovió en época de la romanización, cronológicamente a inicios de nuestra Era, señala José Juan Jiménez.

El conservador alude además expresamente a Luis Diego Cuscoy, fundador y primer director del Museo Arqueológico de Tenerife, a cuya memoria dedica su publicación “pues fue referente y pionero” en el estudio arqueológico de los molinos de mano.

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