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Mayoría de edad política

José A. Alemán / José A.Alemán

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Estoy cansado de decir que el Gobierno central no es una institución benéfica. No da nada a nadie por las buenas, salvo que lo cojan bien cogido de la oreja; o le interese, según las circunstancias. Los gobiernos han obrado de esa manera desde el principio de los tiempos y si Zapatero posterga a Paulino, lo hace de acuerdo con su interés político en amarrar acuerdos con las autonomías fuertes que obliguen al pelotón a entrar por el aro.

Ese es el hecho. Podrá decirse lo que se quiera de la bota colonial, montar un argumentario independentista y vocear que Zapatero desprecia a los canarios. No modifican esas subjetividades la realidad de lo que es y cómo actúa un Gobierno central. Las protestas contra Zapatero esconden la realidad de que la parte canaria no ha sabido hacerse respetar ni explicar lo que son las islas con la suficiente contundencia y claridad. Sin perder de vista a Madrid, más útil sería mirar a nuestro alrededor, no en la dirección que quieren los políticos para escaquearse.

Para empezar, con el Estatuto de Autonomía y la integración en la UE los políticos isleños tiraron a la basura el acervo económico y administrativo de siglos. Es su responsabilidad porque no iban a ser los gobiernos centrales quienes les recordaran y los sustituyeran en la defensa de algo que ellos no incluyeron en su hoja de ruta. No quiero decir, ojo, que el acervo fuera inmutable e intocable, sino que era un recurso, un instrumento para negociar; para ponerlo sobre la mesa antes de decir amén. No se hizo y ahí está el Estatuto que no ha resuelto el problema canario y tiende a agravarlo al ser obstáculo prácticamente insalvable para librarnos de este penoso Gobierno.

A los errores originales se añadió la práctica política posterior de CC, la de estar a los resultados electorales peninsulares para ponerle precio a los votos de sus diputados en función de cómo quede la cámara y sin otro objetivo que obtener mayor cantidad de dinero. Entre el bingo y la almoneda. Es lógico que el presidente del Gobierno español hiciera el mismo cálculo: si CC consigue dinero de acuerdo con la “cotización” de sus votos según la correlación de fuerzas en el Congreso, obtendrá menos si pierden valor relativo; lo que reducirá a su vez el interés político presidencial por fotografiarse con Paulino. Así de sencillo. Es como jugar a la Bolsa.

No digo que me parezcan bien o mal los arreglos en curso de la financiación autonómica. Quiero decir que, de ser cierto cuanto afirma CC (con PP añadido) acerca de la racanería de Zapatero, éste se comportaría de acuerdo con el hecho indicado de que el Gobierno no es institución benéfica: estaría, insisto, aplicando el “valor” de mercado en que los políticos canarios han basado siempre su actividad cortesana. Si a esto añadimos las veleidades paulinesas al apuntarse al carro del PP, para caer luego en la esquizofrenia de limar asperezas, no le queda otra salida que el lloro y los conatos soberanistas que no se atreve a introducir en su programa de Gobierno, no vaya a dejarlo el PP en la mar y sin remos. Aunque ya buscaría Soria otro pretexto para seguir.

En definitiva y para que no se me malinterprete: no culpo ni exculpo a Madrid de nuestros males ciertos o figurados. Tendría hablar en esos términos de haberse hecho un esfuerzo de conocimiento, de profundización, de reforzamiento y de explicación de nuestra personalidad política y económica en términos tan claros y rotundos que impongan al Gobierno un respeto. Porque éste nada soltará (ni dará relevancia protocolaria al presidente canario) si no se siente obligado. Lo que suelte Zapatero no vendrá por la vía del respeto y reconocimiento de nuestra entidad política sino del interés partidista que pueda tener ahora mismo; por ejemplo, para hacer de López Aguilar un conseguidor de última generación.

PSC y PP han amagado en la porfía de quien ha dado más a Canarias, si Aznar o Zapatero. Lo que indica que tampoco tienen psocialistas y peperos en mayor consideración la dimensión política de las islas. La semántica del verbo “dar” es muy puñetera, pues alude a algo graciable que se concede o no según la buena o mala tiempla y los intereses puntuales del dador cuando se trata de exigencias, de derechos históricos fundamentados, de necesidades de verdad, no de policías autonómicas ni de trenitos. Hablo de mayoría de edad política.

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