Los lectores más jóvenes posiblemente no recuerden los malos tragos que pasaban los joyeros de Madrid con doña Carmen Polo de Franco que, como su propio nombre indica, era la señora esposa de su Excelencia, el generalísimo. La doña amaba las joyas sobre casi todas las cosas e inopinadamente podía entrar en una joyería, llevarse medio escaparate y dejar hundido al joyero con una sola frase: “Pase la factura a El Pardo”. Era tanto como no cobrar, lo que obligó a los joyeros a organizarse y tomar algunas medidas defensivas. Son vicios que adquiere la gente en el poder porque no hay nadie que ponga freno a la impunidad, o empiece sencillamente por contarlo. Tres décadas después, los hábitos de algunas excelentísimas consortes se mantienen inalterables, sin que haga falta una joyería, basta un supermercado, por ejemplo, el de Papi y Mami, en Tafira Alta.