Hay determinadas poses en la vida de un personaje público que deben ser totalmente desaconsejadas por los asesores de imagen y de comunicación. Por ejemplo, meter un dedo en una tarta y llevárselo a la boca puede resultar muy gracioso y hasta desenfadado, pero depende del contexto en que se haga. Ya de entrada, soplar las velas de una tarta para celebrar el décimo aniversario de algo tan poco romántico y entrañable como un servicio de creación de empresas sobrepasa lo original para entrar en el terreno de la extravagancia. Y si encima se distribuye la fotografía a todos los medios como si fuera la imagen de la jornada, con ese pedazo de Suárez Gil al lado con boquita de pitiminí, es para coger al jefe de prensa y darle un centrifugado urgente.