Gran conmoción en media ciudadanía (la otra media pasa kilo y medio del fútbol y de los avatares amarillos) la que produjo este martes el despido de Manolo Torres. Y hablamos de despido porque, sencillamente, de eso se trata. No puede haber destitución porque la UD no sólo ha dejado al afectado sin cargo, sino que lo ha echado de la empresa. Ni se puede hablar de cese porque cesar es verbo intransitivo y sólo es posible a voluntad propia, y no nos consta precisamente. Si a eso unimos que a Torres lo unía a la UD un contrato laboral, parece claro que lo que ha habido es despido puro y duro. Hechas las oportunas matizaciones, recordemos que ahora viene la negociación para ver cómo disolver ese contrato de cuatro años. Los miembros del consejo de administración quieren hacerlo sin mucho ruido, es decir, exactamente con el talante contrario al empleado hasta ahora por Torres, que no sólo echaba a la gente a la calle (no los despedía, destituía o cesaba), sino que lo hacía con ensañamiento y alevosía. De ahí que se comprenda la reacción de Paqui y la de otros muchos que, por el contrario, han optado por algo más de continencia. No parece, sin embargo, que la prudencia y la continencia vayan a caracterizar la actitud del despedido porque ha anunciado este mismo martes que el jueves se sabrá de qué lado está y el viernes convocará una rueda de prensa. No es mala la idea, porque si lo que pretende es calentar a los jugadores de cara al derbi regional, lo hará a las mil maravillas, pero seguro que en sentido contrario al que él pretende. Los rumores que corren acerca de lo que pide al club se aproximan más al disparate que a sus declaraciones de siempre sobre los niños bonitos y la sangría económica a la que algunos someten a la entidad. Buen momento para que el club lance una campaña de abonados con la que pagar el finiquito y la indemnización.