Alberto Santana había lanzado varias advertencias: primero, que nada de prensa; luego que bueno, que entre la prensa; a continuación, que nada de preguntarme sobre mi vida privada... Pero nunca avisó de su intención de recusar al presidente del PP. Lo hizo por sorpresa, tras repartir a sus señorías copia de la denuncia que presentó el pasado día 8 ante el juzgado de Parramón. Soria no se lo podía creer: el ciudadano al que pensaba aplastar como una cucaracha le acorralaba, se mofaba en sus narices y, agarrándose a la legalidad vigente, le recusaba por ser juez y parte, por ser investigado e investigador. A efectos puramente políticos, y sabido lo que sabe Santana, más ha dañado a Soria la recusación y la consiguiente reacción del líder popular, que lo que dejó de oírse este jueves en el Parlamento.