Puede ser casual, pero Larry Álvarez eligió para la ocasión el mismo traje gris que se puso el día que se abstuvo en los presupuestos del Cabildo, el aciago día en que se presentó ante el caudillo para decirle hasta aquí he llegado, en tus manos encomiendo mis cargos. Se puso otros zapatos, eso sí, algo más modernos que los de tipo británico que llevó el día de autos, negros ambos, pero distintos. No paró de sonreir, de relacionarse, de interesarse por cosas que antes eran nimiedades para él. Hasta parecía otra persona, alguien distinto al que, hasta el otro día, ejecutaba las más perversas acciones y atentados contra los derechos y la dignidad de personas del entorno y fuera de éste. Pero era el más saludado, el más abrazado, el más aplaudido. Fue la primera vez que pudo notar claramente cuánto se odia a Soria en esta sociedad tan hipócrita.