Nadie niega a Juan Fernando López Aguilar algunas importantes virtudes para la práctica política y el éxito en ella. Posee una indudable preparación intelectual, eficaz retórica y brillante oratoria e imprescindible ambición. Por otro lado, su extracción social, su trayectoria impecable, su esfuerzo personal y el, hasta ahora, indiscutible talante democrático que exterioriza, le proporcionan un retrato que coincide con el prototipo que su partido pretende para esta nueva etapa. Pero, sin embargo, le falta el colmillo que da la experiencia. Esa experiencia que aconseja prudencias y silencios, que dicta tácticas y estrategias, sin confundirlas. Pero también, como conocen de sobra los maestros, cuál es su sitio y su momento, dónde y cuándo es imprescindible o solamente necesario, dónde y cuándo es conveniente su presencia y su acción y dónde y cuándo se le percibe como elefante en cacharrería. Y Juan Fernando es posible que esté confundiendo su lugar y sus tiempos. Su prisa es por ser Ministro de Exteriores, pero eso está mucho por ver, depende de demasiadas cosas y aún más cuando hay algunos errores, precisamente por correr mucho, que ya están anotados en la libreta del entrenador.