La tal Lolina, a la que no tenemos el gusto de conocer, lo está pasando muy mal porque no tiene ni fuerza ni carácter para imponerse y tratar de transmitir algo medianamente coherente de puertas afuera, según cuentan testigos presenciales. Tampoco ha sido capaz, por lo que parece, de ejecutar el encargo que la llevó hasta el viejo Icfem, encargo que no es otro que el de someter a doña Juliana a un severo marcaje dada su contrastada afinidad al movimiento luzardiano por la vía marital. Es decir, por la vía de su señor esposo de ella, que no es otro, como nuestros avisados lectores saben, que el concejal Felipe Alfonso El Jaber, ojito derecho de la alcaldesa de Las Palmas de Gran Canaria.