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La obesidad es cosa de pobres

La epidemia de obesidad sigue expandiéndose por todo el mundo. La comida es cada vez más abundante y más barata en la mayoría de los países, pero los alimentos más asequibles son con frecuencia los que tienen más contenido en calorías, sal y azúcar y menos valor nutritivo; los peores para la salud y los que más engordan. Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la incidencia de la obesidad se ha triplicado desde 1975 en todo el mundo. Uno de cada ocho adultos (más de 650 millones) es hoy obeso, y más de 1.900 millones (el 39%) tienen sobrepeso. En palabras de la directora general de la OMS, Margaret Chan, somos testigos de “un desastre a cámara lenta”.

La obesidad es, ante todo, un problema de salud, pues contribuye significativamente a aumentar los casos de diabetes tipo 2, los infartos de miocardio y algunos tipos de cáncer, entre otras enfermedades. Cada año que pasa los costes de la obesidad y el sobrepeso para los sistemas sanitarios se acrecientan. Los obesos acuden más a los médicos de atención primaria, a los especialistas y a los servicios de urgencias que los adultos con peso normal, requieren más ingresos hospitalarios y más análisis de laboratorio y necesitan más medicamentos para tratar las enfermedades asociadas. Con los índices de obesidad infantil al alza en buena parte del mundo, es previsible que los costes sanitarios sigan aumentando por el previsible deterioro de la salud de los futuros adultos.

El aumento del gasto sanitario priva a las arcas públicas de fondos esenciales para otros fines, como la educación, las pensiones o la mejora de las infraestructuras. En EE UU, el país occidental más afectado por la obesidad, los sobrecostes anuales de la obesidad y el sobrepeso ascienden a 200.000 millones de dólares. Kenneth Rogoff, catedrático de Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Harvard, afirma que los índices crecientes de obesidad amenazan con frenar o revertir los avances en salud y esperanza de vida que buena parte del mundo ha conseguido en las últimas décadas.

Aunque la situación no es tan grave como en EE UU y otros países occidentales, España no está, ni mucho menos, a salvo del problema. Según un reciente estudio publicado por la Revista Española de Cardiología, el sobrecoste médico del exceso de peso se elevó a 1.950 millones de euros en 2016, el 2% del presupuesto sanitario. De mantenerse esta tendencia, en 2030 la cifra se dispararía hasta los 3.080 millones de euros anuales, el 58% más. Ese año habrá en España 27,2 millones de adultos con sobrepeso, 3,1 millones más que en la actualidad.

Según la última Encuesta Nacional de Salud efectuada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 17,43% de los españoles son obesos, pues su índice de masa corporal (IMC) es igual o superior a los 30 kg/m2 (El IMC se obtiene dividiendo el peso en kilos entre la estatura en metros elevada al cruadrado). Otro 37% tiene sobrepeso (entre 25 y 30 kg/m2), lo que significa que más de la mitad de los españoles tienen un peso superior al que las autoridades sanitarias consideran normal (entre 18,5 y 25 kg/m2).

El reto para los sistemas sanitarios es acuciante, pero la obesidad y el sobrepeso no pueden entenderse sin abordar sus causas socioeconómicas, ya que el problema está estrechamente vinculado a un bajo nivel educativo y de renta. Tanto en países industrializados como en naciones en desarrollo, la obesidad afecta sobre todo a las clases más desfavorecidas, a los niños y a las mujeres. La situación se agrava a medida que desciende el nivel socioeconómico. En España, hasta el 22,37% de las personas pertenecientes a las capas más bajas de renta tiene obesidad, frente al 9,29% de las que viven en las familias con mayor poder adquisitivo, según el INE. El problema se acentúa significativamente entre las mujeres: el 23,98% de las españolas con escasos recursos es obesa, comparado con el 7,26% de las mujeres que viven en familias ubicadas en la franja más alta de ingresos.

El motivo de la desigualdad está claro: los pobres son más obesos porque se alimentan peor y no cuidan su salud tanto como los ricos. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) subraya que los alimentos nutritivos y frescos suelen ser más caros que los envasados y que cuando en un hogar escasean los recursos, los padres compran alimentos más baratos que a menudo son hipercalóricos y poco nutritivos. Por el contrario, las personas con un nivel socioeconómico alto suelen comer de manera más sana y hacer ejercicio físico con regularidad. La incorporación de la mujer al trabajo en las últimas décadas es otro de los factores que los expertos mencionan a explorar las causas de la obesidad infantil: al dejar de cocinar en casa por falta de tiempo, las familias consumen más comida rápida y menos alimentos frescos.

Ansiedad y depresión

La FAO apunta que la incertidumbre que genera no tener un acceso garantizado a los alimentos es fuente de ansiedad, estrés y depresión, lo que a su vez conduce con frecuencia a conductas que aumentan el riesgo de sobrepeso y obesidad: comer grandes cantidades cuando hay dinero o elegir alimentos baratos e hipercalóricos, ricos en grasas, azúcar y sal, que calman la ansiedad a corto plazo.

El vínculo entre obesidad y desigualdades socioeconómicas se acentuó durante la crisis en varios países europeos, entre ellos España. La Alianza Española contra el Hambre y la Malnutrición denuncia que durante los peores años se produjo un incremento notable del exceso de peso entre las personas con rentas más bajas por llevar un patrón alimentario poco adecuado. Los niños fueron los más vulnerables: la dificultad de acceder a comedores escolares, señala la ONG, privó a muchos de ellos de recibir una buena nutrición y de aprender buenos hábitos alimenticios.

Tener sobrepeso u obesidad no solo significa tener peor salud, sino también tener peor trabajo y menos salario que los demás. A menudo las personas afectadas se ven atrapadas en un círculo vicioso: tienen más posibilidades de estar en paro, más dificultades para reintegrarse en el mercado laboral si han estado paradas y, por tanto, más posibilidades de caer o seguir en una situación económica precaria. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a las naciones más industrializadas del mundo, solo el 59% de los trabajadores obesos de entre 50 y 59 años tenía empleo en el año 2013, frente al 72% de media de los no obesos en 14 países europeos objetos de estudio. En España, apenas el 45% de los obesos tenía un empleo, frente al 60% de los no obesos.

La OCDE sostiene que las personas obesas son menos productivas porque piden más bajas por enfermedad, trabajan menos horas y tienen dificultades para llevar a cabo tareas físicas y terminar a tiempo sus labores. Por lo general, ganan de media un 10% menos que sus compañeros con peso normal, y están de baja una media de 12 días al año, comparado con los 8 días de las personas no obesas.

A pesar de ser uno de los países más longevos del mundo (según el Institute for Health Metrics and Evaluation, con sede en Washington, desbancará como número uno a Japón en 2040), España está alejándose de los hábitos alimenticios heredados de sus padres y abuelos. Los datos más recientes de la OMS así lo atestiguan: los países del sur de Europa son los que tienen el índice de obesidad infantil más alto. En Chipre, España, Grecia, Italia y Malta, uno de cada cinco niños (entre el 18% y el 21%) es obeso. En los países del sur, la bollería industrial, la comida basura y las bebidas azucaradas están sustituyendo a la dieta tradicional basada en legumbres, frutas, verduras, pescado y aceite de oliva. A pesar de cifras tan alarmantes, la obesidad infantil está retrocediendo lentamente en varios países, entre ellos España, gracias al esfuerzo realizado en los últimos años en materia de prevención.

Amenaza nutricional

Pocas zonas del mundo como América Latina reflejan mejor las desigualdades y las paradojas de la alimentación. Al mismo tiempo que el hambre aumenta en algunas zonas del subcontinente, la obesidad se ha convertido en la principal amenaza nutricional. Según la FAO, los más perjudicados por esta “espantosa” situación son las personas con menos ingresos, las residentes en zonas rurales, las mujeres, los niños, los indígenas y los afrodescendientes. Uno de cada cuatro adultos latinoamericanos es obeso y 250 millones viven con sobrepeso, el 60% de la población. Está surgiendo una nueva figura: el de una persona obesa y malnutrida al mismo tiempo. Al analizar las causas del fenómeno, la FAO apunta al cambio experimentado en las últimas décadas por los sistemas alimentarios, desde su producción hasta el consumo.

En esos cambios están desempeñando un papel crucial las multinacionales de la alimentación. A medida que el crecimiento económico se ralentiza en los países ricos y que sus Gobiernos promueven una alimentación sana, las grandes empresas están expandiéndose rápidamente en los países en desarrollo, contribuyendo a aumentar la obesidad y otros problemas de salud con la venta de comida procesada y bebidas azucaradas al estilo occidental. Una investigación llevada a cabo por The New York Times en 2017 reveló que estas empresas están transformando la agricultura de muchas naciones, forzando a los agricultores a sustituir cultivos tradicionales de subsistencia por caña de azúcar, maíz y habas de soja, que sirven de base para gran número de alimentos industriales. Para muchos expertos en nutrición, la epidemia de obesidad está vinculada inextricablemente a la venta de alimentos procesados, que creció un 25% en todo el mundo entre 2011 y 2016, comparado con solo el 10% en EE UU. Las ventas de refrescos carbonatados han crecido aún más: en América Latina se han duplicado desde 2000 y ya superan las cifras de consumo de América del Norte.

Un ejemplo mencionado por The New York Times es el de Nestlé, líder mundial en alimentos procesados, que cuenta con un ejército de miles de vendedores locales en Brasil, donde distribuyen sus productos, la mayoría de ellos con un alto contenido en azúcar, a 250.000 hogares de zonas rurales. Desde el año 2003, 36 millones de brasileños han salido de la pobreza. Pero al tiempo que la economía y el consumo crecían, también lo hizo el número de personas con sobrepeso, que hoy alcanza el 57% de la población. Uno de cada cinco brasileños es obeso.

Una investigación publicada recientemente por las revistas especializadas BMJ y Journal of Public Health Policy dio a conocer que Coca-Cola ha liderado una campaña conjunta de compañías estadounidenses de comida basura, incluyendo PepsiCo, Nestlé y McDonald’s, para modificar la política nutricional de China. Las empresas tejieron una red de vínculos institucionales, financieros y personales sirviéndose de un grupo sin ánimo de lucro llamado International Life Sciences Institute. Según la investigación, Coca-Cola ha maniobrado fuera de los focos para asegurarse de que los esfuerzos del Gobierno de Pekín para combatir la epidemia de obesidad no socaven sus intereses.

El economista Kenneth Rogoff sostiene que EE UU está exportando obesidad y pone como ejemplo que el problema se ha disparado en México desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con EE UU y Canadá, en 1990, que trajo consigo un aumento de la inversión y de la publicidad de los fabricantes de alimentos procesados. El consumo de bebidas azucaradas casi se ha triplicado desde entonces en México, un aumento paliado solo parcialmente por la imposición de una tasa a la venta de esos productos. El otro socio del acuerdo comercial, Canadá, también ha experimentado un rápido aumento de la obesidad, en parte debido a una caída de los precios de la fructosa como consecuencia de las importaciones procedentes de EE UU. Los niveles de obesidad de EE UU son escalofriantes: según el Centro para el Control de Enfermedades (CDC, en sus siglas en inglés), el 40% de los estadounidenses son obesos, una cifra que incluye al 20% de los adolescentes. El peso medio de la mujer estadounidense es hoy superior al del hombre estadounidense en 1960 (75 kilos).

Con la vista puesta en el futuro, ¿seguirá empeorando la dieta y aumentando el sedentarismo o acabarán imponiéndose las campañas en favor de la alimentación sana y el ejercicio físico? Las instituciones internacionales y los Gobiernos están cada vez más empeñados en que prevalezca la salud de las personas, pero es muy difícil contrarrestar unos cambios de hábitos alimenticios generados por la maquinaria de marketing (y las malas artes, como hemos visto) de las multinacionales. La OCDE es pesimista. Su último informe sobre el tema vaticina que el índice de obesidad continuará creciendo al menos hasta el año 2030. Las cifras son impactantes: para entonces casi la mitad de los estadounidenses serán obesos, y en España el problema afectará al 20% de la población. Especialmente desesperanzadores son los datos de Suiza y Corea del Sur, países que tradicionalmente han tenido índices de obesidad muy bajos. En ambos crecerá aún más rápido que en los demás.

[Este artículo ha sido publicado en el número 66 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

La epidemia de obesidad sigue expandiéndose por todo el mundo. La comida es cada vez más abundante y más barata en la mayoría de los países, pero los alimentos más asequibles son con frecuencia los que tienen más contenido en calorías, sal y azúcar y menos valor nutritivo; los peores para la salud y los que más engordan. Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la incidencia de la obesidad se ha triplicado desde 1975 en todo el mundo. Uno de cada ocho adultos (más de 650 millones) es hoy obeso, y más de 1.900 millones (el 39%) tienen sobrepeso. En palabras de la directora general de la OMS, Margaret Chan, somos testigos de “un desastre a cámara lenta”.

La obesidad es, ante todo, un problema de salud, pues contribuye significativamente a aumentar los casos de diabetes tipo 2, los infartos de miocardio y algunos tipos de cáncer, entre otras enfermedades. Cada año que pasa los costes de la obesidad y el sobrepeso para los sistemas sanitarios se acrecientan. Los obesos acuden más a los médicos de atención primaria, a los especialistas y a los servicios de urgencias que los adultos con peso normal, requieren más ingresos hospitalarios y más análisis de laboratorio y necesitan más medicamentos para tratar las enfermedades asociadas. Con los índices de obesidad infantil al alza en buena parte del mundo, es previsible que los costes sanitarios sigan aumentando por el previsible deterioro de la salud de los futuros adultos.