Caso Arny, una mezcla de homofobia, telebasura y fallo del sistema con menores prostituidos de fondo

Antonio Morente

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La última oleada de docuseries nos ha dejado en la orilla Arny, historia de una infamia, una producción en tres capítulos de HBO MAX que repasa uno de los episodios más sórdidos de la crónica negra de los 90 que tuvo su epicentro en el pub de Sevilla del mismo nombre, un local de ambiente gay que estuvo poco tiempo abierto. Junto al podcast sobre el tema que también ha sacado Sonora, tenemos en bandeja de plata la excusa para recordar uno de los sucesos no solo más mediáticos de aquella década, sino en el que los propios medios –algunos programas de la peor televisión basura, para ser más exactos– tuvieron una influencia más allá de lo deseable en una historia de prostitución infantil, homosexuales famosos acusados en falso, juicios paralelos, homofobia, tramas disparatadas...

Casi tres décadas después de los hechos, la memoria colectiva lo que recuerda es el escándalo y lo mal que lo pasaron algunos personajes populares, pero pasa de puntillas sobre que el caso se diluyó en sede judicial... y casi nadie se acuerda que la historia principal más allá del espectáculo mediático y judicial (las consecuencias para los afectados fueron terribles) era que se prostituía a menores. A la hora de la verdad, pocos se preocuparon por los chavales más allá de los esfuerzos judiciales por preservar su identidad, una actitud que hoy sería inconcebible. El suceso, encima, afloró una homofobia que estaba oculta bajo el ligero barniz de modernidad de una sociedad recién salida de los eventos del 92, que sirvieron para sacudirse la caspa acumulada pero no para eliminarla por completo.

El caso Arny estalló en 1995 y su efecto se prolongó (con los altibajos que marca la actualidad) hasta la celebración del juicio en 1997. Los hechos fueron la sublimación del morbo, con sexo, famosos, conspiraciones y acusaciones de corrupción policial, a lo que se sumaba la homofobia hacia los protagonistas, en una época en la que de puertas para fuera todo era 'normalización' pero en la que la gente apiñada en la puerta de los juzgados sevillanos durante el juicio los recibía al grito de “maricones”. El dueño del pub, Carlos Saldaña, muestra en la serie un informe policial en el que se le describía como “maricón, depravado y muy inteligente para los negocios sucios”.

Lo truculento de la historia disparó la imaginación colectiva en el peor de los sentidos, y se empezaron a hacer listas en la que se incluía no ya a famosos que pudieron ser vistos en el local, sino a todo aquel que fuera 'sospechoso' de ser gay y hubiera pasado por Sevilla. Al final, y por mucho que los mentideros populares insistieran en que había muchos más, se procesó a tres personajes populares: el presentador Jesús Vázquez, el humorista Jorge Cadaval y el cantante y actor Javier Gurruchaga. Sus carreras y vida personal quedaron muy marcadas durante esos años, con consecuencias desgarradoras como han relatado en alguna ocasión Vázquez (el único que presta su testimonio en la producción de HBO) y Cadaval. Los tres fueron absueltos, como otros 30 imputados.

Solo dos condenados fueron a prisión

Al final, de las 49 personas llevadas a juicio fueron condenadas 16, básicamente responsables del Arny y camareros, aunque también algún hombre que pagó por tener sexo con los menores, unos abusos que se cometían en los reservados del club. Solo entraron en prisión el propietario, Carlos Saldaña (condenado a 33 años de prisión, de los que cumplió casi nueve), y el encargado, José Antonio González, al que le cayeron 18 años y cumplió seis. Cuando en 2016 se archivó la última pieza que quedaba abierta, en la que se dirimía la responsabilidad civil de un acusado, hacía años que ninguno de los dos estaba en la cárcel. Domingo Arnaldo Concha, un bailarín conocido como Arny del que tomó su nombre el local y del que era relaciones públicas, había fallecido a finales de 2007.

La causa acumuló 30 tomos y el juicio duró cinco meses, tras el cual se dictó rápido una sentencia que fue confirmada por el Tribunal Supremo en 2000. Para cuando se dio el carpetazo judicial definitivo al caso, 21 años después de que saltara, todos recordaban mucho más el escándalo que las absoluciones posteriores. Entre ellas la del por entonces juez de menores Manuel Rico Lara, al que el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) llegó a cesar en sus funciones tras la denuncia que hizo contra el magistrado el menor que fue testigo principal del caso, que luego se supo que le guardaba especial rencor por haberle separado de su madre.

Conocido con el nombre en clave de Eduardo, o directamente como 'Testigo número 1', José Antonio Sánchez Barriga no ha hecho mucho por preservar el anonimato en este tiempo. Siendo todavía menor mató a una persona, y con los años ha cometido otros dos homicidios, el último de ellos en 2021, además de adornar su historial con multitud de otros delitos. Antes de la celebración del juicio, se paseó por los programas de televisión que entraron a saco en el morbo del caso Arny, Crónicas marcianas y Esta noche cruzamos el Missippi, en los que fue cambiando una y otra vez de versión. Como él, también estuvieron de gira por los platós otros de los chavales que se prostituían y que habían dado nombres de relumbrón a los investigadores.

Las críticas a los menores

Esto propició que, cuando el juicio arrancó en 1997, lo hiciera ya desinflado. Nadie le dio credibilidad al testigo principal, y muchas acusaciones se derrumbaron como un castillo de naipes. Aunque esto de intentar sacarle partido económico al caso (cobraban generosamente por sus apariciones televisivas y estaban dispuestos a decir lo que hiciera falta a cambio) solo lo hicieron algunos de los 59 testigos protegidos, el descrédito fue generalizado. Muchos dejaron de verlos como lo que eran, menores de entornos marginales y con problemas de drogadicción que habían sido prostituidos, y se les empezó a cuestionar: “sabían muy bien lo que hacían, tampoco eran tan menores, su buen dinero sacaban, también son unos depravados como los clientes”... Muchos cambiaron su testimonio, algunos dicen que porque fueron comprados, pero otros recuerdan que estaban asustados y que lo que querían era salir de ese tremendo embrollo cuanto antes.

El fallo judicial dejó claro que hubo una trama de prostitución de menores, eso es incuestionable, pero siempre se dijo que hubo algo más de fondo, como no puede ser menos en una historia tan truculenta. Se habló de corrupción policial, de poderosos que tapaban bocas con dinero y hasta que todo el caso fue un montaje urdido nada menos que por el Gobierno de Felipe González para desviar la atención del escándalo de los GAL. En la serie de HBO, el propietario del local, Carlos Saldaña, da su versión: un ajuste de cuentas por el impago de deudas relacionadas con tragaperras, un negocio por entonces muy lucrativo, para lo que algunos policías urdieron una trama que “se les fue de las manos”.

Otra de las teorías que estuvo sobre la mesa fue la de la especulación inmobiliaria, según la cual lo que se quería era limpiar una zona que había escapado a la remodelación urbanística que trajo la Expo 92. Aunque muy céntrico (el Arny estaba enfrente de la fachada de la estación Plaza de Armas, que por entonces ya no estaba en servicio y hoy es un centro comercial), este enclave tenía varios espacios muy degradados, y según esta versión el objetivo habría sido desalojar negocios como el club para así poder reformar la manzana y multiplicar su valor.

Nadie salió bien parado

Para que no faltase un perejil, durante el juicio uno de los implicados acudían a los juzgados con caretas o atrezzos de lo más pintoresco para que no les reconocieran, y este peregrinar diario lo convirtió en todo un show otro de los acusados, Luis Miguel Rodríguez Pueyo, un histórico estafador implicado en varios secuestros y hasta en el caso El Nani que incluso acudió vestido de nazareno o se presentó en coche de caballos. Pero lo cierto es que no estaba el cuerpo para bromas y que casi nadie escapó airoso de esta sórdida historia, de hecho ni la propia jueza instructora, María Auxiliadora Echávarri, a la que muchos imputados acusaron de hacer un mal trabajo y que no sale muy bien parada en la serie de HBO.

Casi tres décadas después, los protagonistas que hablan aseguran que quedaron marcados para siempre. Aquello fue una persecución en toda regla al homosexual y la madre de todos los juicios paralelos con los platós televisivos como escenario. Visto con perspectiva, la evolución social que se ha producido en este tiempo es considerable y muy de agradecer. Y muchos han hecho acto de contrición, a la vez que reniegan de los usos y modos que salieron entonces a escena. Pero pocos recuerdan que, en el epicentro de este terremoto, hubo unos menores a los que se prostituyó y que en el mejor de los casos cayeron en el olvido para siempre.

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