Doñana retrocederá medio siglo para deshacer “un disparate” y recuperar una entrada de agua vital para la marisma

Antonio Morente

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La estrecha relación entre el río Guadiamar y Doñana quedó de manifiesto para la opinión pública de la peor de las maneras hace casi 25 años, cuando la presa de la balsa minera de Boliden en Aznalcóllar colapsó y una riada de vertidos tóxicos estuvo a punto de entrar en el parque nacional.

Pero históricamente, el Guadiamar ha sido la principal entrada de agua para este entorno, hasta que a mediados de los 50 se llevó a cabo una operación con la que hoy nos llevaríamos las manos a la cabeza. Un auténtico “disparate ambiental”, a juicio de los ecologistas, pero que entonces se acometió en aras del progreso: desviar el cauce para ganar tierras de cultivo. La cuenca vertiente a la marisma se limitó así a la de los arroyos de La Rocina y El Partido, con un 60% menos de recursos hídricos, y se quedaron de este modo sin un aporte vital para garantizar su pervivencia, como se ha visto con la acumulación de sequía y altas temperaturas.

El objetivo ahora es retroceder en el tiempo medio siglo para revertir lo que se hizo entonces, y así se recoge en el plan de choque del Gobierno central para Doñana, en el que se presupuesta en 16 millones de euros una intervención ya incluida en el nuevo Plan Hidrológico del Guadalquivir vigente hasta 2027. Eso sí, se añade que los fondos para esta medida pueden ampliarse “sustancialmente” si se considera necesario.

El reto, admiten, no es fácil, y conllevará además la compra de derechos de agua y la adquisición de fincas en las que hoy se cultiva. El primer paso se ha dado con el encargo a la empresa pública Tragsatec de la redacción de un nuevo estudio de alternativas, al haber quedado obsoletos los estudios que se desarrollaron para la recuperación de la zona tras el vertido tóxico. Este trabajo tiene como objetivo volver a unir la marisma con su cuenca natural, para así beneficiarse de las grandes avenidas invernales.

“Reconectar con el Guadiamar sería darle vida a la marisma durante más tiempo”, apunta Eloy Revilla, director de la Estación Biológica de Doñana (organismo adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC), y de paso recuerda que el cauce del río se cortó hace más de medio siglo para reconducirlo y que sus aguas desembocaran directamente en el Guadalquivir. ¿Y qué supondrá esta operación para el parque nacional? Pues tiene varias componentes, empezando por la entrada de agua a la marisma por la zona norte de Doñana, lo que permitirá que “estén inundadas más tiempo y haya más posibilidades de éxito para las aves”. Esto permitiría evitar situaciones como la de la última invernada, en la que el número de acuáticas se redujo drásticamente y pasó de más de 500.000 a 226.000, el peor dato en las últimas dos décadas.

A esto hay que añadir que facilitará la restauración de las marismas, además de que se recupera una conexión directa con Sierra Morena, que es de donde baja el Guadiamar, en concreto de la Sierra Norte de Sevilla. Lo que implica agua de calidad, procedente de una zona más lluviosa y la recuperación de un corredor natural para la llegada de especies.

Objetivo: desecar la marisma

El proyecto al que ahora se le quiere dar la vuelta medio siglo después fue heredero de una idea inicial mucho más drástica, y es que a principios del siglo XX lo que se pretendía era directamente desecar toda la marisma para destinar esas tierras al cultivo, como se había hecho en Francia con las Landas. La cosa al final no fue tan tajante, pero ya en los años 50 se empezó a desconectar el río de la marisma, con lo que el cauce primigenio quedó como un gran brazo muerto, el Caño Guadiamar, que es al que se quiere que vuelva el agua. Así estaba el paisaje cuando en 1969 se declaró Doñana parque nacional.

Estos trabajos se acometieron para lo que se bautizó como Plan Almonte Marismas, una ambiciosa iniciativa de transformación para ganar una gran zona regable que se aparcó en 1984 “a la vista de los indeseados efectos ambientales que inducía”, tal y como señala de manera eufemística en sus informes la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. No sería hasta después del desastre de Aznalcóllar, ya en 1999, cuando la idea de reconectar parque y río se incluyó en el proyecto puesto en marcha para rehabilitar la zona, el Plan Doñana 2005, aunque esta actuación en concreto no se llegó a ejecutar (se fijó el inicio de las obras para 2004) y ahora se retoma casi un cuarto de siglo después.

Que no se hiciera la obra no fue una cuestión de dejadez, sino que, tal y como recuerda Revilla, “la calidad del agua disponible era mala” y no era cuestión de meterla en la marisma. Ahora, casi 25 años después, la situación ha mejorado “sustancialmente” gracias a la vegetación de ribera del Corredor Verde del Guadiamar que se diseñó para recuperar el río tras el desastre de Boliden.

“Una obra de bioingeniería compleja”

Desde que se desvió hace más de medio siglo, el río discurre por un cauce artificial que se bautizó como Entremuros. Y la marisma, mal que bien, ha aguantado el tipo alimentándose con lluvias y arroyos pequeños, hasta que ha sufrido la década más seca desde que se fundó el parque y es cuando de verdad se ha echado de menos lo que llegaba por el Guadiamar. La situación se intentó paliar con la recuperación del caño El Travieso, pero de ello no se beneficia la mitad norte del espacio natural. Una obra, por cierto, también incluida en el Plan Doñana 2005, como otras que todavía se siguen ejecutando tantos años después: el pasado mes de noviembre, por ejemplo, se inició la restauración del arroyo El Partido para favorecer la recarga natural del acuífero Almonte-Marismas.

“A pesar de los trabajos realizados, sin las entradas del río Guadiamar las partes media y alta de la marisma quedan en la situación establecida hacia 1970, con muy limitadas aportaciones”, apunta la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. Tal y como señala el propio Ministerio de Transición Ecológica en su plan de choque –bautizado de manera sobria como Marco de Actuaciones para Doñana–, el parque nacional ya nació con un muro que separaba la marisma de la zona que se quería transformar (Muro de la FAO). La superficie inundada anual se mantenía mediante la Montaña del Río, un escarpe natural recrecido al que se dotó con una serie de compuertas en los antiguos desagües de la marisma, cuyo manejo permitía controlar el periodo de inundación. Y así hasta ahora, cuando “ha quedado patente la insuficiencia de dicha situación”.

Eso sí, el propio Ministerio reconoce que devolver este paraje a como estaba hace medio siglo “es una obra de bioingeniería compleja, entre otras cosas, porque se desarrolla sobre zonas transformadas desde hace décadas”. “No es fácil, pero sí indispensable para recuperar Doñana”, apostilla, al tiempo que se anuncia que requerirá tomar “decisiones importantes”, como la recuperación de derechos de agua y la adquisición de fincas. Precisamente para la compra de tierras se ha reservado una partida de 100 millones de euros dentro del presupuesto total de 356 millones con el que se dota al plan estatal, una cuestión clave para salvar unas marismas que hoy se encuentran “en una situación límite”.

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