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Kingsley Odiesi, de soñar con ser futbolista a trabajar como utillero en la UD Las Palmas

Kingsley Odiesi, utillero de la UD Las Palmas

Iván Alejandro Hernández

Kingsley Odiesi decidió en 1998 emprender un viaje desde Nigeria hasta Europa fijando su entrada en Ceuta. 20 años después trabaja como utillero en el club de fútbol que ama, la UD Las Palmas, dedicando su vida a su pasión: el fútbol. “En Gran Canaria conocí a mi mujer, que es de mi ciudad, y he tenido dos hijos. La isla tendrá siempre mi corazón porque aquí me han dado la oportunidad”, afirma.

A sus 40 años, apenas recuerda a sus padres -él, piloto de avión; ella, empresaria- porque fallecieron siendo él muy pequeño. “Todo se vino abajo”. La acogida por parte de sus tíos o su abuela no fue como esperaba y empezó a gestarse en su cabeza la idea de hacer “el viaje” con el sueño secreto de ser futbolista. Y un día, “sin decirle nada a nadie, sin pasaporte, sin nada”, decidió partir.

Quería mejorar la situación de los suyos y creía que, si se iba, al igual que su hermana, podría enviar dinero desde Europa. Así se lo comunicó cuando la llamó al llegar a Marruecos y pedirle el dinero que “las mafias” le exigían para poder hacer “la ruta”, es decir, entrar en Ceuta. Lo consiguió sin mucha dificultad porque en 1998 “no habían tantos medios ni tantos efectivos en la valla como ahora”. Una vez en suelo español, le entregaron un permiso de residencia junto a un billete de barco a Málaga. “Yo esperaba que me enseñaran a leer o escribir en español, algo más que un 'búscate la vida'”.

Totalmente solo y sin una residencia fija, durante años sobrevivió como pudo entre Madrid, Barcelona, Italia y Mallorca. Hasta que en una fecha comprendida entre 2005 y 2007, pues no lo recuerda con exactitud, su hermano, que había llegado a Canarias en cayuco, le llamó para que viajara a Gran Canaria a reunirse con él. Tuvo que reinventarse: “Decidí hacer las cosas bien y de manera correcta”. Si solo podía dedicarse a lavar coches, iba a hacerlo lo mejor que pudiera. Y un día, uno de sus clientes, dueño de un bazar deportivo, lo contrató de forma temporal para serigrafiar las camisetas de la UD Las Palmas, el club que años después, gracias a su empeño, le abriría las puertas para trabajar ejerciendo de utillero, una función clave en un equipo de fútbol.

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