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¡Al abordaje!

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Imagino que tales improperios estaban motivados por las trabas burocráticas que los mentados miembros de la cámara estaban interponiendo contra cualquiera de las esperpénticas resoluciones que se están aprobando en esta final de legislatura.De todas maneras, y dada la situación de pillaje y saqueo continúo que contra la democracia se está ejerciendo desde dicha institución política –el mentado Parlamento de Canarias- será bueno detenernos en el término utilizado por el mencionado cargo electo.Filibustero viene de la palabra holandesa Vrij Buiter y significa el que va a la captura del botín. Los mentados filibusteros surgieron en respuesta a los continuos abusos de la Armada Española. Las tácticas de los primeros –agrupadas bajo la llamada “Cofradía de los hermanos de la costa”- pusieron en jaque a las mejores embarcaciones españolas de la época, en especial por la notoria diferencia de fuerzas enfrentadas. Sus hazañas, apresando navíos que los superaban en tamaño y capacidad de fuego, forman parte de los mitos y leyendas de los mares y océanos. Visto así, y dada la notable diferencia de fuerzas –e ideologías- que se mueven en el parlamento, el uso de dicho término estaría bien utilizado. Aquellos que se oponen a los dictámenes de los dos partidos mayoritarios de la cámara se deben enfrentar, en inferioridad de condiciones, a quienes piensan que la única verdad es la suya y los demás están absolutamente equivocados en sus planteamientos. Otra cosa es que las motivaciones que se esconden tras los recién bautizados “filibusteros” contemporáneos difiera o no de aquellos a los que atacan de manera tan sonada, a la par que inútil. Pero eso es otra cuestión.Volviendo a la terminología pirata, y aplicándola al Parlamento de Canarias, hay otro término que parece redactado –a imagen y semejanza suya. Me refiero al uso de la llamada Setter of marque o Patente de Corso. Los navegantes corsarios de la antigüedad estaban a las órdenes de un rey y bajo su mandato realizaban “actos de guerra”. Para ello, el rey le otorgaba lo que se conocía como Patente de Corso, documento que les autorizaba a combatir a cualquier enemigo de la corona. Los límites de dicha autorización variaban y estaban sujetos al criterio personal del capitán del barco y su tripulación. Por tanto, todos sus actos estaban exentos de cualquier castigo por parte de las leyes que perseguían la piratería –algo que no se podía aplicar a sus enemigos, que sí los consideraban auténticos piratas-.Si extrapolan dicha Patente de Corso a los tiempos que vivimos se darán cuenta de la cantidad de similitudes, semejanzas y puntos en común que la política en las islas tiene con dicho documento.Está claro que hay unas directrices muy claras, con el fin de asegurar unos resultados electorales posteriores y eviten, de paso, quebraderos de cabeza innecesarios. Poco importa la ética, las reglas de juego y cualquier reglamento interno con tal de lograr –como ocurriera con los corsarios del mar- un objetivo prefijado de antemano. Y, como en aquellos míticos abordajes, la consigna está clara: No queremos prisioneros. Después cada cual deberá enfrentarse a los cargos de su conciencia, aquellos que tengan, pero en el fragor del combate, la sangre desata la cólera más inhumana y el sentido deja paso al delirio.En lo que sí hay una rotunda diferencia es en la imagen que se quiere dar a los ciudadanos y futuros votantes. Pondré, como ejemplo de comparación, la figura del pirata Jack Sparrow, protagonista de la saga Piratas del Caribe. Jack es un pirata, corsario y filibustero convencido. No tiene más honor que su propio beneficio y dicho beneficio es el principal motor de todos sus actos. De él no puedes esperar lealtad, cuanto menos -y sí le caes bien- no terminarás abandonado en una isla desierta o a merced de tus enemigos. Tampoco puedes esperar mucha lucidez de sus acciones al tener la mente nublada por el ron y los excesos. Aún así, Jack no engaña a nadie y, de vez en cuando, aflora su parte noble –muy de vez en cuando- y es capaz de luchar por algo más que por un nutrido botín. Es Jack Sparrow, pirata orgulloso de serlo.Miren, en el extremo contrario, los peripuestos y engominados miembros de la cámara –no todos, debo decir- y cómo pretenden torcer la realidad y, sin embargo, quedar bien ante la concurrencia. Buscan el mejor perfil, la mejor sonrisa y la frase que les regale cuatro años más de sillón y prebendas, olvidando que se les nota, mucho más que a Jack, sus carencias manifiestas. Utilizan cualquier recurso a su alcance para justificarse, aunque evitan las confrontaciones directas ante lo incierto del resultado. Jack no duda en blandir su espada y pelear, aunque también conoce el valor de la frase una retirada a tiempo es una victoria.Los mentados cargos electos se pasan el día dando dos pasos hacia delante y cuatro hacia atrás con lo que nunca sabes si van o vienen. Y al final nunca se sabe a dónde quieren llegar. Jack sí lo sabe, pero con ellos siempre nos queda la duda. De todas maneras, y ya que estamos en la época de la banderas y demás muestras patrióticas, deberían aprobar una moción para que, junto a las enseñas oficiales, luciera el pabellón de Jolly Rogers, la bandera pirata. Así la afirmación de filibusterismo político y demás perlas de sabiduría parlamentaria quedarían inscritas en dicho recinto. Y de paso nadie se llevaría a engaños al ver ondear la bandera de las tibias y la calavera.

Eduardo Serradilla Sanchis

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