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Aires de grandeza
Resulta una perogrullada invitar a los funcionarios a escribir en las dos caras de un folio para ahorrar papel. O que se utilice el aire acondicionado sólo de junio a octubre, que son los meses de más calor. O que los políticos viajen en clase turista. O que se limite el gasto de los móviles. O que se reduzca el uso de coches oficiales. O que se prohíba a los altos cargos los restaurantes de lujo o los hoteles de cinco estrellas.
Todo esto debería ser lo normal, lo lógico. Por eso resulta ridículo que ahora el plan de ahorro del Gobierno por culpa de la crisis se limite a seguir unas reglas simples de austeridad que siempre se debieron cumplir.
Lo que nos está diciendo ahora el Gobierno es que en estos últimos años no había hecho bien los deberes. Los gobernantes creyeron que todo el monte era orégano, pero se equivocaron como la paloma de Alberti: creyeron que el norte era el sur y al final perdieron el norte y también el sur.
Los gobernantes pierden el norte cuando utilizan y malgastan el dinero público, el de todos nosotros, en banalidades y suntuosidades. Si ahora todos podemos vivir con menos por culpa de la jodida crisis, ¿por qué no iban a hacer lo mismo los cargos públicos?
Parece que la crisis les ha hecho caer del guindo. Ahora se dan cuenta de lo que despilfarraban, confundiendo el erario público con sus predios particulares. Es fácil disparar con pólvora del rey y gastar a espuertas el dinero de los demás.
Al menos la crisis nos ha traído algo bueno: los políticos con cargos públicos se van a tener que apretar el cinturón como los demás mortales. Seguirán cobrando suculentos sueldos que en la mayoría de los casos no se merecen, pero al menos nos daremos el gustazo de verlos compartiendo asiento en clase turista o comiendo en la tasca de la esquina, rodeados de servilletas de papel y colillas de cigarrillos baratos. No hay mal que por bien no venga.
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